No sé si les va a sorprender lo que les voy a contar, pero la primera vez que me preguntaron con 4 años qué quería ser de mayor, yo lo tenía claro: quería ser misionera y hacer casas para los niños pobres. Mi deseo no era un sentimiento religioso, era una cuestión de profundo convencimiento de que hay que atajar las injusticias y luchar por la igualdad de oportunidades de todas las personas independientemente de dónde hayan nacido.
Esa es la esencia de la cooperación al desarrollo, que no tiene nada que ver con la caridad, ni con una política de gestos, sino con la justicia social y el compromiso de avanzar hacia un mundo más justo, más equitativo y más humano.
Durante 30 años Extremadura ha demostrado que, pese a conocer lo que significa la desigualdad y el atraso histórico, se puede ser referente en solidaridad internacional. Hemos sido una comunidad comprometida con quienes más lo necesitaban. La cooperación al desarrollo extremeña ha configurado nuestra manera de presentarnos ante el mundo como una tierra solidaria, digna y comprometida.
La cooperación extremeña cumple 30 años y, por desgracia, a sus 30 años no goza de muy buena salud. Su salud de hierro se ha deteriorado en los últimos años desde que el PP, para contentar a Vox, ha metido la motosierra en lo que precisamente nos hacía referentes.
Las partidas destinadas a la cooperación al desarrollo acumulan un recorte superior al 26% desde la llegada de la derecha y la extrema derecha al gobierno de esta tierra. La cooperación al desarrollo ha perdido peso desde entonces en las políticas extremeñas. Ha pasado de representar el 0,21% del presupuesto autonómico en los años 2017 y 2018 al 0,13% en este año. Es el nivel más bajo en los últimos 10 años. El número de proyectos financiados ha pasado de 44 a menos de 33.
Esto que detallo no son solo números. Son personas. Tienen nombre y apellidos. Son personas saharuauis, de Sierra Leona, de Mali, Senegal o gazatíes. Son personas que necesitan de la solidaridad de los demás. Palestina no es el único lugar del mundo en el que actualmente hay un conflicto bélico que está arrasando con la población civil. Sin embargo, en Gaza nos estamos jugando la defensa de los derechos humanos con la que nos dotamos tras la Segunda Guerra Mundial. Parar el genocidio en Gaza es tarea de todos y todas porque en ello va el futuro de nuestra sociedad.
La presión para condenar el genocidio que se está cometiendo contra el pueblo palestino es fundamental que continúe para garantizar que, tras dos años de masacre, comiencen a respetarse los derechos humanos de los palestinos y palestinas, pero no nos engañemos, el genocidio ya ha tenido lugar y no hemos sido capaz de pararlo. Los culpables no pueden ser eximidos por firmar un acuerdo de paz falso y tardío. Tienen que ser juzgados como lo que son, criminales de guerra. A los equidistantes, a los que miraron hacia otro lado, a los que no fueron capaz de condenar un genocidio cuando estaba sucediendo delante de sus narices espero que la historia también les coloque en su lugar.
Como también espero que lo haga con aquellos que reniegan de la cooperación internacional. Es una tremenda pena ver el terrible retroceso al que hemos llegado por la ceguera y el cortoplacismo de políticos que se dejan arrastrar por los discursos del egoísmo, la individualidad y el miedo.
A pesar de todo, Extremadura sigue siendo una tierra solidaria que no se queda impasible ante la desigualdad, el hambre, la violencia o la guerra y que sabe que invertir en cooperación nos hace mejores, más abiertos, más justos y más conscientes de nuestro papel en el mundo.
Vamos a seguir empujando porque la cooperación extremeña vuelva a gozar de buena salud y a hacernos sentir orgullosas de una tierra comprometida con su tiempo y que construye un mundo mejor.