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ANÁLISIS

Crisis de Argelia y Marruecos: máxima tensión entre rivales históricos

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No es la primera vez que Argelia y Marruecos chocan frontalmente en su todavía corta historia como Estados independientes. De hecho, las fricciones y los desencuentros son elementos habituales de la sorda rivalidad vecinal que ambos mantienen por el liderazgo del Magreb, salpicada incluso de episodios violentos como el registrado ya en septiembre de 1963, cuando sus respectivas fuerzas armadas pelearon en la llamada “guerra de las arenas”, una puntual disputa fronteriza que no llegó a provocar cambio territorial alguno.

Por eso no extraña que ahora, tras la muerte denunciada por Argelia de tres de sus ciudadanos en un lugar no confirmado a unos 30 kilómetros del muro militar marroquí en el Sáhara ocupado, vuelvan a oírse tambores que algunos interpretan como el preludio de una inminente conflagración bélica.

En todo caso, no es lo más probable. Es cierto que la tensión no ha hecho más que aumentar, especialmente desde que Donald Trump decidió, en diciembre del año pasado, respaldar la tesis soberanista de Rabat sobre el Sáhara Occidental. Para Argel, esa fue la señal que le ha llevado a alterar un statu quo del que hace tiempo que no lograba ningún rédito.

El cierre de la frontera entre ambos países, que se remonta ya a 1994 –tras un cruce de acusaciones mutuas sobre un atentado registrado en Marrakech, que costó la vida a cuatro turistas españoles–, tan solo ha servido para alimentar el contrabando. Pero de nada le ha valido a los saharauis para cambiar un rumbo crecientemente favorable a Rabat, ni a su principal aliado local (Argel) para frenar el favoritismo internacional hacia Marruecos como líder regional.

El cierre del gasoducto

Desde entonces, y mientras en paralelo el Frente Polisario volvía a declarar la “guerra total” a Marruecos –en noviembre de 2020–, Argel decidió el pasado 24 de agosto romper las relaciones diplomáticas con Rabat (como ya había ocurrido en 1975 y 1988) y, el 22 de septiembre, cerrar su espacio aéreo a la aviación marroquí, unas medidas con escaso efecto real, pero que simbolizan el hartazgo argelino con un vecino al que acusa de apoyar al grupo islamista Rashad y al Movimiento para la Autodeterminación de la Cabilia, al que Argel responsabiliza de los recientes incendios en la región de Tizi Ouzou y de fomentar la independencia de esa región.

A eso se sumaría el espionaje telefónico marroquí a través del sistema Pegasus, de la empresa israelí NSO Group, y, como trasfondo, la crítica por la normalización de relaciones que Rabat ha establecido con Israel, al que apoya para que vuelva a ser reconocido como miembro observador de la Unión Africana (de la que fue excluido en 2002). Un Israel que, por boca de su ministro de Exteriores con ocasión de su primera visita a Rabat en agosto, ha presentado a Argelia como una amenaza regional y ha señalado su creciente acercamiento a Irán.

Ese cúmulo de argumentos, y la clara percepción de que ninguno de ellos ha servido para disuadir a Marruecos de seguir adelante en su afán por controlar finalmente el Sáhara occidental y asentarse como líder regional, al tiempo que se hace cada vez más visible el esfuerzo de modernización militar en el están inmersas las Fuerzas Armadas Reales (FAR) –todavía por debajo del Ejército Popular de Argelia en poder de combate–, es lo que ha llevado a Argel a cerrar el gasoducto Magreb Europa desde el pasado día 1.

La medida castiga a su vecino no solamente porque dejará de recibir los ingresos derivados del tránsito del gas hacia España y Portugal, sino, sobre todo, porque dejará de contar con el gas necesario para el funcionamiento de sus dos centrales de ciclo combinado que producían en torno al 10% de la electricidad del país.

¿Qué interesa a Rabat y Argel?

Llegados a ese punto, a Marruecos le interesa adoptar un perfil bajo en la crisis, aunque solo sea porque para rematar el control efectivo del Sáhara ocupado no le conviene dispersar sus fuerzas para atender al reto que le plantea Argelia, cuando todavía no ha logrado cerrar la crisis con España y acaba de recibir una bofetada del Tribunal General de la Unión Europea.

Tampoco a Argel, al margen de las altisonantes declaraciones de venganza por la muerte de los tres camioneros, le puede interesar llegar hasta las últimas consecuencias por el coste internacional que tendría que asumir en un momento en el que su Gobierno carece de apoyo popular y en el que se le acumulan demasiadas asignaturas pendientes internas. Eso no quita para que también calcule que el rearme marroquí puede acabar con su actual ventaja en una década y sienta la tentación de explotar aún más la crisis para acallar las crecientes críticas internas por su ineficacia y su falta de voluntad democratizadora.

En estas circunstancias, las muy menguadas fuerzas del Frente Polisario aparecen como la baza que Argelia puede activar para enviar un mensaje más contundente a Marruecos, recibiendo no solo más permiso para moverse, sino también más medios para poder golpear a las FAR a lo largo del muro.

Nada de eso es una buena noticia para España. De momento, ya estamos sufriendo las consecuencias del cierre del gasoducto, dado que, aunque quepa suponer que no va a haber falta de suministro, sí habrá que pagar el gas a precios más elevados. Pero es que, además, aunque la carrera armamentística de nuestros dos vecinos del sur se explica por una dinámica interna magrebí, es inevitable que su rearme acabe afectando a nuestros propios planes de defensa. Y más aún si terminan por enfrentarse en el campo de batalla.