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Crisis de la atención primaria en Portugal: más de un millón de personas no tienen médico de familia

Víctor Honorato

Lisboa —

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Cuando la doctora Ana Rita de Jesus llega por las mañanas al centro de salud de Alcântara, en el oeste de Lisboa, se encuentra siempre la misma estampa: una cola de enfermos da la vuelta a la esquina. Suelen llevar allí desde las 7 de la mañana, una antes de que empiecen las consultas. A las 8:30, el cupo está completo. Los que están en la cola, se van. Quizás lo intenten al día siguiente, quizás prueben suerte en el hospital. Con suerte, no será nada grave.

El Sistema Nacional de Salud (SNS) fue uno de los grandes logros de la revolución de abril del 74, orgullo para los portugueses, pero hoy en día está en grave crisis. El fracaso de los presupuestos del Gobierno para 2022, que ha precipitado la convocatoria electoral y certificado la ruptura del entendimiento entre el Partido Socialista, el Bloco de Esquerdas y el Partido Comunista, se explica en buena medida por los desacuerdos en cómo atajar el declive de la sanidad pública.

“El SNS está exhausto, depauperado, degradado”, repitió el líder comunista, Jeronimo de Sousa, en una entrevista esta semana para explicar su voto negativo. La portavoz del Bloco, Catarina Martins, recordó en el Parlamento una cifra oficial demoledora en la base del sistema: “Más de un millón de personas no tienen médico de familia”.

La atención primaria en Portugal lleva desde 2005 en un proceso de fragmentación que ha generado una disfunción evidente. En aquel año se ideó una reforma que creó las llamadas Unidades de Salud Familiar, centros con gran autonomía de gestión. Una de sus modalidades, las “unidades B” pagan a los médicos por objetivos, tienen una población de referencia estable y dan una atención de calidad, pero en la práctica son cotos cerrados: no reciben más pacientes de los que tienen adscritos.

En el reverso de la moneda están los antiguos centros de salud, hoy conocidos como Unidades de Cuidados de Salud Personalizados (UCSP) que actúan como cajón de sastre: atienden a los enfermos que no tienen médico de familia asignado. No dan citas, no pueden hacer un seguimiento riguroso de los pacientes y en general pagan peor a los profesionales, según las tablas administrativas. En el centro de salud de la doctora de Jesus, los especialistas que empiezan ganan 1.600 euros. De las 20.000 personas que atiende, “casi la mitad” no tiene médico asignado.

En el sistema público portugués no hay suficientes médicos. No es que el país no forme cuadros, pero entre la emigración (400 doctores pidieron el certificado para ejercer en el extranjero en 2019, según el periódico Expresso) y la tentación de una privada en expansión, con salarios mucho más generosos y menos carga de trabajo, las plazas no se cubren.

La vicepresidenta de la Asociación Portuguesa de Medicina General y Familiar (APMGF), Paula Broeiro, señala, además, el desequilibrio territorial existente: en el norte, con más poder económico, las convocatorias de plazas se cubren sin dificultad. Pero en la región de Lisboa y Valle del Tajo, con una población de unos 3,5 millones de personas (la tercera parte del total de Portugal), las tasas de cobertura son muy bajas.

El Partido Socialista, siempre con un ojo en que el déficit no se dispare, propuso recuperar la dedicación exclusiva que hasta 2009 cobraban los médicos de la pública, pero la ha rebautizado como “dedicación plena” y solo para los cargos directivos. Los partidos de la izquierda se negaron a apoyar la maniobra. 

Acampar de noche para ir al médico 

Las colas del centro de salud de Alcântara no son una anécdota. A 40 minutos de Lisboa, los vecinos de Carregado, una población de 15.000 habitantes del municipio de Alenquer, se manifestaron en septiembre, hartos de tener que esperar su turno “durmiendo a las puertas del centro, en la calle o en el coche”, según recogió la agencia Lusa.

En el centro de salud de Odivais, al norte de la capital, la situación no es tan extrema, pero Broeiro comprende la frustración. “Me cuesta ver que la gente necesita cuidados y no los consigue. Los pacientes no lo entienden; me dicen ‘no es culpa mía”, señala.  Broeiro y otra compañera se reparten para atender a una población de 11.000 personas sin médico asignado. Les cuesta, pero se arreglan. Su obsesión es que las embarazadas y los niños no se queden sin consulta.

En Lisboa es muy habitual la publicidad de la salud privada. En las marquesinas de los autobuses, en los carteles. También se suceden los anuncios en televisión, muy similares a los que se emiten últimamente en España. Entre 2018 y 2020, se inauguraron en el país vecino 19 hospitales privados, según el Diario de Noticias. El presidente de la patronal hospitalaria, Oscar Gaspar, fue el secretario de Estado de Salud del último gobierno de José Sócrates, primer ministro socialista entre 2005 y 2011 (hoy a la espera de juicio por blanqueo de capitales). 

“Para que sea integrador y democrático, el SNS debe ser un servicio de calidad. Al debilitarlo, pasa a ser un servicio para pobres”, lamenta la doctora Broeiro, que tiene 57 años y afronta la última década de su carrera profesional “sin perder el entusiasmo”.

Para los más jóvenes, la vocación es casi activismo. De Jesus tiene 34 años y le tocó dirigir el centro de salud de Alcântara ante la falta de candidatos. “Yo estoy en la causa”, explica. “Para estas personas soy extremadamente útil. No tienen otra alternativa. No tienen plan B”.