ANÁLISIS

Qué supone la victoria de Netanyahu propulsada por las formaciones extremistas en Israel

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Las quintas elecciones celebradas en Israel en menos de cuatro años se han saldado con la victoria de Benjamin Netanyahu con 31 escaños. Un triunfo que sirve directamente a los intereses personales del vencedor y sus socios, pero no necesariamente a los de los 9,4 millones de israelíes y, por supuesto, tampoco a los palestinos.

De nada sirve, en primer lugar, que se haya registrado el mayor nivel de participación desde 2015, con un 71,3% de los 6,78 millones de potenciales votantes, dado que eso solo ha supuesto una mayor movilización del electorado más conservador y radical, mientras que los votantes palestino-israelíes han vuelto a desmovilizarse.

Vuelta al centro de la escena nacional

Tampoco los tres procesos legales contra Netanyahu han convencido a los votantes de que apostar nuevamente por un líder cada vez más cercano a la extrema derecha no podía ser interpretado ni siquiera como un mal menor. Por el contrario, haciendo frente a todos los que han conformado la coalición anti-Bibi, alrededor de Naftali Bennett y Yair Lapid, en una amalgama gubernamental inmanejable que solo compartían su aversión por quien ya era entonces el primer ministro más longevo en el cargo, Netanyahu ha logrado volver a colocarse en el centro de la escena nacional.

Su victoria le servirá no solo para volver a blindarse judicialmente, sino también para desactivar el sistema judicial, y especialmente el Tribunal Supremo, en su intento por defender su independencia y poder controlar los desmanes parlamentarios. Y en ese empeño tendrá también el inequívoco apoyo de sus previsibles socios de Gobierno, igualmente interesados en garantizar un mayor margen de maniobra para llevar adelante su agenda supremacista, antiárabe, racista y homófoba.

Junto a los ya sobradamente conocidos por su tendencia ultraortodoxa Shas (11 escaños) y Judaísmo Unido de la Torá (ocho), merece especial mención Sionismo Religioso (15). Se trata de una lista en la que se han cobijado elementos ultraderechistas aplaudidos incansablemente por colonos y ultraortodoxos integrados en formaciones que incluso la justicia israelí había identificado en su día como promotores del terrorismo, pero que bajo el liderazgo de Bezalel Smotrich (y, sobre todo, de Itamar Ben Gvir) está ahora en condiciones de marcar en buena medida la agenda a Netanyahu.

De momento ya ambos han dado a conocer su intención de ocupar las carteras de Defensa e Interior en el próximo Gobierno. Lo chocante es que ese extremismo le puede servir incluso a Netanyahu para presentarse como el único moderado del gabinete, haciéndose pasar por un actor imprescindible para evitar sus desatinos.

Entretanto, en claro contraste con este imparable desplazamiento del electorado israelí hacia posiciones cada vez más extremistas, cabe reseñar que los partidos de izquierda han cosechado los peores resultados de la historia, con los laboristas apenas superando el listón mínimo para contar con representación parlamentaria (3,25%) mientras que todo apunta a que Meretz se queda fuera.

Malas noticias para los palestinos

En definitiva, una victoria que es una pésima noticia para los palestinos –tanto en el Territorio Ocupado Palestino como en el interior de Israel–, en la medida en que no solo supone seguir adelante con la ampliación de los asentamientos y la paralización de cualquier posible negociación que pueda llevar a un acuerdo de paz, sino porque apunta abiertamente a una próxima anexión de Cisjordania, arruinando por completo la idea de dos Estados en la Palestina histórica.

Aunque nada de eso es nuevo, la victoria de Netanyahu certifica que ya no cabe esperar ninguna presión relevante por parte de la sociedad israelí para reconducir un proceso que supone la más absoluta negación de los derechos de quienes son vistos en gran medida como violentos y, directamente, terroristas.

Los palestinos son, en última instancia, las principales víctimas de una deriva ultranacionalista y fundamentalista que va acompañada de un generalizado abandono por parte de quienes cabría identificar como sus aliados naturales –unos gobiernos árabes que prefieren el acercamiento a Israel a mantener la defensa de una causa que nos les reporta ningún beneficio–, de una Unión Europea que sigue sin atreverse a ser coherente con sus propios valores y principios y de unos Estados Unidos que, como ya demostró antes Barack Obama y ahora Joe Biden, no están dispuestos a contradecir a su principal aliado en la región, por muchos dolores de cabeza que ese vínculo pueda provocar.

Visto desde fuera, parece claro que no es este el camino para asentar una democracia, sino más bien un modelo de apartheid que contradice los presupuestos de una religión y una población que no puede pensar que el cumplimiento de su sueño político pasa definitivamente por la ruina de otro pueblo con los mismos derechos. Pero Netanyahu y quienes lo apoyan están en otra onda y lo peor es que ya a casi nadie parece importarle.

Jesús A. Núñez Villaverde es codirector del Instituto de Estudios sobre Conflictos y Acción Humanitaria (IECAH).