Los vecinos de Cenicero intentan recuperar la normalidad tras el derrumbe de inmuebles del domingo 21 de diciembre y que ha continuado de forma progresiva desde entonces. Dos viviendas han colapsado, 18 siguen desalojadas y la zona está completamente vallada para no permitir el acceso, pues todavía puede haber nuevos desprendimientos. Este viernes, los Bomberos han entrado por primera vez a alguna de las casas desalojadas, a recoger medicamentos o documentos importantes a petición de los vecinos.
Tras una reunión del Ayuntamiento con los técnicos este viernes, se ha decidido desactivar el nivel 1 del Platercar y que el Ayuntamiento asuma la gestión. No obstante, los vecinos van a continuar desalojados, por precaución ante los trabajos de derribo, el siguiente paso previsto. Actualmente, están alojados en casas de familiares o apartamentos turísticos de la localidad y el Ayuntamiento trabaja en la búsqueda de alternativas habitacionales para los vecinos más afectados.
Por el momento, solo se van a demoler por completo los dos inmuebles colapsados, unos trabajos que se prevén complicados por la inestabilidad del terreno en la calle derrumbada y la estrechez y altura en la parte trasera, en la calle el Olmo. Según ha explicado el alcalde de la localidad, Eduardo del Campo, se espera que la empresa encargada de la demolición pueda descargar los escombros en una zona del pueblo para que los afectados puedan tratar de localizar algunos objetos personales.
El disgusto es de por vida
“Están más tranquilos”, dice Fernando sobre sus suegros, los dueños de la vivienda derrumbada que se encontraban en el interior cuando ocurrió. Ya han pedido ver algunas fotos de los escombros en los que se ha quedado su casa. “El disgusto ya es de por vida porque lo han perdido todo, documentación, móviles, ropa, todo. Pero hemos recibido el apoyo infinito de todo el pueblo y nos vamos adaptando”, agradece esta familia. Fernando subraya además la importancia de que no se han producido daños personales mayores: “La lotería nos tocó ese día. En esa cocina que se hundió comemos cinco personas todos los días y somos como un reloj, a las 14.15 estamos sentados y ocurrió veinte minutos antes”.
El peligro se produjo además en pocos instantes. Un vecino volvía a casa por la calle el Olmo, en la parte trasera de estas viviendas afectadas, y no vio nada raro. Pocos minutos después, volvió a pasar por el mismo lugar y vio una gran cantidad de agua saliendo con fuerza por la puerta de un calado, de un dueño distinto al de la vivienda de encima. “Era agua sucia, como si estuviera arrastrando tierra”. En Cenicero saben el riesgo que puede provocar el agua en estas bodegas subterráneas, así que este vecino rápidamente alertó a los dueños de la casa, que se encontraban en el interior. “Ellos no estaban notando nada así que no se lo podían creer, salieron y cuando la mujer se volvió a por alguna cosa, la cocina se hundió y ella cayó”, relata su yerno.
La mujer consiguió arrastrarse entre los escombros hacia una luz, mientras los vecinos trataban de tranquilizarla desde el exterior. Como estaba a la altura de una entreplanta, estos vecinos colocaron una furgoneta, se subieron a la parte de arriba y lograron auxiliarla. Fue trasladada a Urgencias y unas horas después, pudo volver a casa de su hija. Al poco tiempo, Fernando se presentó en la casa y se encontró todo. Allí pasó muchas horas frente a la casa de sus suegros, viendo como se iba hundiendo poco a poco. El martes a primera hora también estaba allí con los Bomberos cuando aún era de noche. “Notamos un crujido y me dijeron ahora va a ser, y efectivamente, las casas colapsaron por completo”, relata. Fernando vio en primera persona como la casa de sus suegros caía y que, ya mayores, lo perdían todo y tenían que empezar de cero.
Es como si de repente te quitan toda la infancia de un golpe
En la casa de al lado por la izquierda no había nadie. La dueña falleció y sus hijos viven fuera. Esta casa igualmente tiene bodega en la parte subterránea, con distintos dueños también que la vivienda superior. A Ignacio, uno de los hijos y propietario de la casa, le alertó un amigo de que estaba saliendo mucha agua de la bodega de al lado. Para cuando llegó, ya se había producido el primer derrumbe. “Se cortó el agua general y parece que dejó de salir, pero el agua se fue filtrando, seguramente a la bodega que tengo debajo”. De hecho, la casa que tienen al lado, que todavía sigue en pie, ya tenía daños en la estructura cuando fueron desalojados: “Les costó cerrar la puerta porque se había descuadrado ya un poco el dintel”.
Aunque parecía inminente, el derrumbe de las fachadas empezó el lunes. “Se había hecho un socavón en el suelo y se fue tragando las casas, hasta que se han caído”, explica Ignacio, a cuya casa le queda apenas el tejado. Unos días después, la emoción sigue conteniendo su voz: “Es la casa donde he nacido, donde tengo todos los recuerdos, las fotos, no hemos podido sacar nada. Es como si de repente te quitan toda la infancia de un golpe, no tienes nada, absolutamente nada y eso es muy triste”. Relata como a pesar de estar viendo caer su casa no se lo podía creer. “¿Y por qué mi casa?”.
Tengo la necesidad de agarrarme a una vida que se ha caído
Mónica vive en la casa contigua por la derecha a la derrumbada con su marido y su hija de 7 años. No le dió mucha importancia cuando escuchó el primer ruido porque “no fue grande” y siguió con sus cosas y tras el segundo, bajó a la bodega pensando que el gato había tirado algunas cosas. “Y entonces vi una pared que faltaba, mucha agua que cae, un olor a humedad que sobrecogía, un frigorífico que cae y el abismo”. Ese primer derrumbe había hundido la cocina de sus vecinos y la pared de su bodega.
Justo entonces, su marido entró en casa cuando todavía en la fachada principal, en la calle Los Urbanos, no había signos de lo ocurrido. “Le pedí que acercara el coche para poder sacar a los animales y entré en shock, empecé a buscar lo que necesitaba para una actuación que tenía por la tarde”, relata ahora esta vecina, que trabaja como cuentacuentos, sabiendo que no era lo más importante. “No fuimos conscientes del peligro, no sabíamos lo que pasaba, no se veía la casa derrumbada y entramos en shock”.
Según relata emocionada y agradecida, a los 10 minutos de lo ocurrido los vecinos ya le habían dejado bolsas de ropa y le habían acogido en sus casas. “El factor humano es el que nos salva de todo, mis vecinos se salvaron porque otros vecinos les alertaron de lo que pasaba y les auxiliaron”, resalta. También se emociona recordando cuando volvió a una tienda de juguetes y le explicó a la dependienta que iba a necesitar devolver lo comprado, pero no sabía cuando iba a poder entrar. “Me agarró la mano, me dijo su nombre y añadió: 'no te preocupes, me buscas cuando sea'”.
Mónica dice atravesar “emociones revueltas, que van y vienen”, aunque puntualizando siempre que “hay desgracias mayores, aquí no ha muerto nadie”. No obstante, “mi vida se ha parado aunque esté viva”, dice entre la incertidumbre de no saber cuándo podrá retomarla y con miedo a todos los trámites legales por delante. Esta familia de momento están alojados en casa de familiares en Logroño. “Ahora que las necesidades principales están cubiertas y no ha habido daños personales, pienso en mis objetos personales, pero no por lo material, sino por lo emocional, por esa necesidad de agarrarme a una vida que se ha caído”.