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“Las medicinas son imprescindibles, pero la actitud y las ganas te curan”

"Las medicinas son imprescindibles, pero la actitud y las ganas te curan"

Rioja2

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Carmen tiene 21 años y su vida cambio de la noche a la mañana el día que le diagnosticaron aplasia medular grave, una insuficiencia medular que en muchos casos requiere un trasplante de médula. Esta arnedana ha querido compartir su experiencia en la página web de la Fundación Josep Carreras contra la leucemia, que ha pedido a este tipo de pacientes que envíen su historia para poder ayudar a otros enfermos.

Todo comenzó para Carmen en el verano de 2015, como relata en su testimonio en la web. “Llevaba todo el verano con mareos, me salían hematomas sin haberme golpeado, puntitos rojos en los párpados... Algo me pasaba, pero yo no quería ir al hospital, pronto llegaban las fiestas de mi pueblo y no podía perdérmelas”.

Todo se desencadenó cuando una mañana se despertó con un moratón en la cara, otro enorme en un costado de la tripa y la mandíbula hinchada. Fue a urgencias y los resultados indicaron que tenía 6.000 plaquetas, cuando lo normal es entre 150.000 y 450.000, y los glóbulos rojos y blancos “muy muy bajitos”. Los análisis que le repitieron en Logroño arrojaron las mismas cifras.

“Yo tampoco entendía lo grave que podía ser eso, hasta que le conté al médico que en un mes me marchaba a Italia, de Erasmus, a lo que él me respondió: 'Me parece a mí que no te vas'. Recuerdo el pánico que sentí en ese momento. No quería creerlo, pero la situación era real. No sabíamos aún qué pasaba, pero era algo grave, una cosa de esas que nunca piensas que te ocurrirán a ti”, describe.

Le ingresaron en la planta de hematología el 25 de agosto y, tras varias pruebas, le diagnosticaron aplasia medular. Sólo había dos opciones: o un tratamiento inmunosupresor de varias medicinas o un trasplante de médula, y en su caso era mejor la segunda opción, pero sólo podían hacérselo si su hermano era compatible.

Sin embargo, su hermano resultó no serlo, con lo que sólo quedaba el tratamiento. “Después de muchas trasfusiones de sangre y de plaquetas, de más pruebas, mucha rabia, nostalgia y lloros, aunque alguna que otra risa, el 4 de septiembre me pusieron la vía central y comenzaron a ponerme el tratamiento”.

SEMANAS DE TRATAMIENTO

Pasó varios días enchufada a una máquina, con muchas pastillas y pinchazos, pero también con muchas visitas y reflexiones y alguna que otra escapada a la calle a escondidas para tomar el aire y despejarse. Se hizo amiga de las enfermeras, de los médicos y de las de la limpieza e intentó hacer su estancia lo más agradable posible: “lo mismo me encontraban con la cama subida hasta el techo y riéndome con amigos, como viendo la televisión al despertarme mientras comía mi desayuno diario estando en ese hospital: una bolsa de gusanitos que me subía mamá, o el vermú antes de comer”.

Después de tres semanas ingresada, le dieron el alta temporal el 14 de septiembre y pudo ir a vivir unos días a casa de su tía, que es enfermera y vive muy cerca del hospital. Sin embargo, al día siguiente tuvo que volver a ingresar. Estaba grave, con fiebre, picores, manchas, escalofríos y dolores. “Gracias al gran equipo de este hospital, y a que una de las médicas, sin saber aún qué pasaba, decidió ponerme cinco antibióticos por la vía central, me salvó la vida. Había cogido una bacteria rarísima en mi caso, que infectó toda mi sangre y que me provocó el no poder moverme durante una semana, no poder comer ni beber agua, casi ni podía escuchar ni abrir los ojos”.

Ya recuperada, el 7 de octubre le dieron el alta definitiva y pudo volver a cada durante los siguientes cuatro meses. Tenía que estar bastante controlada, tener cuidado e ir a revisiones constantes al hospital, pero “empezaba a sentir la libertad”. El 8 de enero pudo volver a Burgos, donde estudia en la universidad, y volver a tener una vida bastante normal. “Eso me hizo volver a sonreir y dejar de llorar”.

YA RECUPERADA

A día de hoy, su vida es prácticamente normal, con analíticas, revisiones y pastillas, que poco a poco le irán quitando. El 8 de enero volví a Burgos, donde estudió la universidad, y el volver a tener una vida bastante normal, “me hizo volver a sonreír, y dejar de llorar”, asegura.

“Viendo todo con perspectiva, y tras demasiadas reflexiones, hostias vitales, me he dado cuenta de que esta enfermedad me ha hecho pasar los peores momentos de mi vida, pero a la vez me ha enseñado más que nadie. Gracias a esta enfermedad he aprendido a valorar las pequeñas cosas, he tenido la oportunidad de volver a nacer, de cambiar el rumbo del timón de mi vida y de sentir en mí la plena felicidad, la de verdad, la que solo siente la gente que recibe estos irónicos regalos llamados vida”.

Ahora Carmen hace hincapié en la necesidad donar médula y hace un llamamiento para que todos nos hagamos donantes. Además, si algo ha sacado en claro de toda esta experiencia es que “las medicinas son imprescindibles, pero la actitud y las ganas te curan, de eso estoy segura”.

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