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Opinión - ¿Y ahora qué? Por Marco Schwartz

Francia, las incógnitas tras el terremoto

El futuro político de Francia es una incógnita en muchos de sus extremos. Porque lo que ha ocurrido en el último mes es un auténtico terremoto político que tiene sólo unos pocos precedentes, el de la Italia de 1992 o el de Grecia de 2015. Emmanuel Macron ha ganado de calle a la candidata de la ultraderecha. Pero esa victoria podría no haberse producido si antes no hubiera batido a los exponentes de los dos partidos tradicionales, el socialista y el del centro-derecha. La desaparición de esas dos formaciones de la primera fila es la gran novedad de las elecciones presidenciales. Aunque no pocos de sus cuadros seguirán en escena, han sido barridos de un solo golpe. Y se mire desde donde se mire, ese es un cambio formidable. Lo que por ahora se desconoce es en qué va a conducir.

Un sondeo realizado pocos días antes de los comicios concluía que En Marche, el partido de Macron, obtendrá entre 249 y 286 escaños en las elecciones legislativas que se celebrarán, a dos vueltas, a primeros de junio. Es probable que el éxito del pasado domingo haya mejorado esas perspectivas. Es decir, que el nuevo presidente contará con la mayoría de la cámara. No se conocen muchos detalles sobre quiénes formarán su grupo parlamentario. Se sabe que en él estará Manuel Valls, quien hasta hace poco era primer ministro del Gobierno socialista, que otros destacados miembros del PSF le acompañarán y que junto a ellos habrá políticos que vienen de Les Républicains, el partido de centro derecha.

Macron necesita a gentes con experiencia para llevar adelante sus proyectos legislativos. Que son muchos y que quiere que sean aprobados en el plazo más corto posible. Pero también quiere renovar a fondo el personal político dirigente. Esa intención ha sido una de las claves de la escalada hacia el poder que, prácticamente desde la nada, inició hace ahora sólo un año. Él mismo es la imagen más clara de esa voluntad. Porque, aunque fue ministro de Economía con Hollande, no pertenece a la casta política. Y muchos de los franceses que estaban hartos de ver siempre las mismas caras en el poder, en la izquierda y en la derecha, han debido de valorar positivamente ese dato. Aunque Macron también haya sido un dirigente de la Banca Rothschild.

Se dice que la mitad de sus ministros, que el presidente nombrará sin consultar al Parlamento, no tendrán a sus espaldas carreras políticas significativas. Vendrán del mundo de las finanzas, del derecho, de la medicina o de los altos cuerpos de la Administración, que en Francia suelen tener mucho más prestigio social que en España, por ejemplo. Esa también será una gran novedad en la política francesa.

La mayoría parlamentaria, si las urnas la confirman, junto al gran poder ejecutivo que la Constitución otorga al presidente de la nación y al hecho de que, de entrada, no va a tener servidumbre alguna de partido confieren a Macron una autonomía política extraordinaria. Hasta ahora su principal mérito, que es sin duda notable, es el de haber visto que el tiempo de la derecha y el de la izquierda de siempre había terminado, que existía un espacio que él podía ocupar y que el desafío que suponía la amenaza de la ultraderecha le iba a permitir ampliarlo hasta conseguir la victoria.

La incógnita está en si va a saber instrumentar ese poder para seguir caminando hacia adelante o si los obstáculos que tiene por delante van a bloquear su camino. No es posible hacer predicción alguna sobre el futuro que le espera. Puede ocurrir lo uno o lo otro.

Aparte de la amenaza terrorista, que debería inquietarle pero no hasta el punto de condicionar su política, el principal desafío al que se enfrenta Macron es la situación económica y social de Francia, que es mala pero no pésima, pero que en todo caso requiere de acciones novedosas y profundas. Lo malo es que para emprenderlas no solo tiene que actuar en el terreno nacional sino también en el europeo. Como ha escrito Wolfgang Münchau en el Financial Times, sin una reforma de la economía de la eurozona, las reformas de la economía francesa que emprenda Macron fracasarán. Pero esas reformas son imprescindibles para que el nuevo presidente sea creíble en la escena europea y, sobre todo, en Alemania.

La eficacia macroeconómica de los recortes del coste del trabajo, del adelgazamiento del sector público y de la reducción de los impuestos que gravan a las empresas que proyecta Macron es que Angela Merkel abandone o dulcifique mucho su política de austeridad y también que acepte los eurobonos. Y no está ni mucho menos claro que pueda lograrlo. Sólo si Alemania comprende que para salvar a la UE y al euro necesita de una Francia que funcione se puede romper ese muro.

En el plano interno esa política va a chocar, ya ha empezado a hacerlo, con la oposición abierta de la izquierda radical, de la Francia Insumisa de Jean-Luc Mélenchon, y de los sindicatos. Tampoco es previsible el resultado de ese enfrentamiento. Mélenchon aspira a tener un grupo parlamentario de peso y a hacerle la vida imposible al nuevo presidente. El ambiente social y reivindicativo francés está ya muy caliente y las reformas proyectadas lo van a calentarlo aún más.

El choque está programado a corto plazo, porque Macron quiere que la Asamblea Nacional legisle al respecto cuanto antes para no dar un tiempo excesivo a la movilización social. Y no se sabe quién va a ganarlo. Mélenchon y los suyos pueden aguar la fiesta nada más empezar. La ultraderecha, un tanto desnortada tras su derrota, con divisiones internas que no le auguran grandes éxitos en las legislativas –en las que Marine Le Pen aspira a lograr 100 diputados cuando los sondeos le dan un máximo de 25, menos que los 28 a 43 pronosticados para el hundido partido socialista– puede además sumarse, a su manera, a la movilización.

El futuro político de Francia es una incógnita en muchos de sus extremos. Porque lo que ha ocurrido en el último mes es un auténtico terremoto político que tiene sólo unos pocos precedentes, el de la Italia de 1992 o el de Grecia de 2015. Emmanuel Macron ha ganado de calle a la candidata de la ultraderecha. Pero esa victoria podría no haberse producido si antes no hubiera batido a los exponentes de los dos partidos tradicionales, el socialista y el del centro-derecha. La desaparición de esas dos formaciones de la primera fila es la gran novedad de las elecciones presidenciales. Aunque no pocos de sus cuadros seguirán en escena, han sido barridos de un solo golpe. Y se mire desde donde se mire, ese es un cambio formidable. Lo que por ahora se desconoce es en qué va a conducir.

Un sondeo realizado pocos días antes de los comicios concluía que En Marche, el partido de Macron, obtendrá entre 249 y 286 escaños en las elecciones legislativas que se celebrarán, a dos vueltas, a primeros de junio. Es probable que el éxito del pasado domingo haya mejorado esas perspectivas. Es decir, que el nuevo presidente contará con la mayoría de la cámara. No se conocen muchos detalles sobre quiénes formarán su grupo parlamentario. Se sabe que en él estará Manuel Valls, quien hasta hace poco era primer ministro del Gobierno socialista, que otros destacados miembros del PSF le acompañarán y que junto a ellos habrá políticos que vienen de Les Républicains, el partido de centro derecha.