“Desengáñate. Somos física y química”, cuenta el cineasta José Luis Garci que le dijo el Nobel, Severo Ochoa, compartiendo un dry martini en el bar del hotel Reconquista de Oviedo, cuando le planteó si había un más allá. “Naturalmente. Pero con una gota de misterio casi tan pequeña como la gota de vermú seco que han echado en la coctelera y que ha logrado que la ginebra no sepa a ginebra, sino a dry martini”, le respondió Garci. Y el científico asturiano se quedó pensativo, apurando su copa.
Vaya por delante que no soy ateo. Que la Semana Santa no me molesta, en absoluto. Y que incluso participé en ella en mi juventud. Por tanto, no soy sospechoso para lo que voy a exponer. Basta con echar un ojo a la agenda del Gobierno regional y a las de las principales corporaciones municipales para cerciorarnos de que si el don de la ubicuidad lo tuvieran algunos de nuestros políticos, estos serían capaces de estar, en estas fechas, en dos iglesias o dos procesiones a la vez.
La retahíla de actos religiosos con presencia de gobernantes resulta asfixiante a los ojos de cualquier observador neutral. No sé si el afán por presidir -o copresidir- procesiones proviene del franquismo, donde el cortejo solía cerrarlo el alcalde, el cura y el capitán de la Guardia Civil. En tiempos de la Segunda República, posiblemente el laicismo del Estado resultara más patente que en el tiempo actual. Y no solo presiden procesiones en las ciudades y pueblos los munícipes del PP; también lo hacen los del PSOE. Solo la gente de IU, y luego la de Podemos, rechazaron la oferta por propia convicción.
Hay un término en Sevilla que se utiliza para aquellos que viven intensamente la Semana Santa y sus procesiones, que allí son palabras mayores, con el frenesí propio de su fe. Se les llama capillitas. Son gente con capacidad suficiente para multiplicar su presencia en actos y convocatorias a lo largo y ancho de la ciudad del Guadalquivir. En la Región de Murcia, los capillitas que pueda haber me causan un respeto imponente, como al poeta le pasaba con el Piyayo. Lo que no soporto es a la pléyade de políticos de salón que, en lugar de participar desde el anonimato y la discreción en las celebraciones religiosas, solo les falta colocarse una mitra de obispo y esparcir con el hisopo el agua bendita a los feligreses.