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De Farruquito a Mazón

7 de mayo de 2025 10:52 h

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En marzo de 2004, el bailaor Juan Manuel Fernández Montoya, más conocido como Farruquito, de 21 años, acudió al Teatro Romea de Murcia para actuar en una cumbre flamenca. En septiembre de 2003, el artista había atropellado mortalmente a un peatón de 35 años, en una avenida de Sevilla, mientras conducía un vehículo al doble de la velocidad permitida, tras lo que se dio a la fuga. Farruquito llegó a Murcia poco tiempo después de que fuera detenido por su participación en este accidente y un juez decretara su libertad bajo fianza de 40.000 euros, acusado de los presuntos delitos de homicidio por imprudencia, omisión del deber de socorro y denuncia falsa. Pretendió culpar a su hermano, menor de edad, como si fuera este el que conducía el coche. En un teatro lleno hasta la bandera, con 1.200 localidades vendidas, el bailaor fue largamente ovacionado por un público entregado. En especial, cuando bailó la soleá, un arte que heredó de su abuelo. “Muchas gracias a mi gente que siempre ha creído en mí y a todos ustedes que hacen posible que sigamos teniendo fuerza”, dijo emocionado al despedirse de las tablas del Romea.

Por esas fechas, yo dirigía los informativos de Radio Nacional de España en Andalucía, por lo que residía en la capital de esa comunidad autónoma. Mis compañeros, y otras personas con las que me relacionaba, me preguntaron al día siguiente qué tipo de gente era aquella capaz de ovacionar a un delincuente que había acabado con la vida de un hombre joven sin prestarle auxilio. Y que conducía ese coche sin tener carnet ni seguro del mismo. Confieso que no supe qué decirles. Solo acerté a decirles que en mi tierra no todos éramos así. Farruquito ingresó en prisión en 2007, condenado a tres años de cárcel: dos por homicidio imprudente junto a un delito contra la seguridad del tráfico y uno más por omisión del deber de socorro. Obtuvo el tercer grado en marzo de 2008, tras catorce meses en prisión, y gozó de libertad condicional en enero de 2009 hasta la finalización de su condena en 2010.

He recordado este triste y lamentable episodio tras la visita a Murcia del presidente de la Generalitat Valenciana, Carlos Mazón, para participar este martes en un acto de apoyo al Trasvase Tajo-Segura. Dejando por sentado que la causa que motivó esta convocatoria me parece loable y más que justificada, porque las tierras del Levante español precisan de esa agua para su supervivencia, el recibimiento y los aplausos tributados al personaje sonrojaron a más de uno. Por la incompetencia en la gestión de una DANA que provocó 224 muertos, que alcanzó límites estratosféricos con gente que dijo no saber cómo funcionaban las alertas y que intentaba echar la culpa a los técnicos de lo ocurrido. A estas alturas, Mazón sigue sin explicar por qué estuvo desaparecido tantas horas ese día, en un momento tan crucial, comiendo en El Ventorro, ese local que pasará a la posteridad como aquel otro al que Rajoy se fue a tomar unas copas en 2018 cuando le presentaron la moción de censura. 

Los aplausos y abrazos a Carlos Mazón de esta semana en la Cámara de Comercio de Murcia resultaron tan ofensivos para mucha gente como aquella ovación a Farruquito, en esa noche de marzo de 2004, en el Teatro Romea. Cuando durante el juicio le preguntaron a la viuda del hombre atropellado por el bailaor, la mujer lamentó que el artista no tuviera en ningún momento ni un atisbo de arrepentimiento. Un lamento parecido al que actitudes como la del martes provocan en los familiares de los muertos de Valencia, sumidos en el dolor y la pena por la negligencia que provocó una tragedia de enormes dimensiones y que les ha arruinado la vida.