ENTREVISTA

Lucía 'mi pediatra', divulgadora: “Una publicación mía en redes no puede sustituir a la revisión que haga un colega pediatra”

Lucía M. Quiroga

16 de octubre de 2025 23:45 h

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Lucía Galán es pediatra desde hace dos décadas y divulgadora sobre salud infantil y juvenil. Más conocida como “Lucía, mi pediatra”, ha escrito varios libros y participado en decenas de conferencias nacionales e internacionales. Es embajadora de UNICEF y suma más de millón y medio de seguidores en redes sociales; padres y madres que la leen y escuchan en busca de información sobre salud y cuidado infantil. Una tarea que también aborda desde su manual de consulta El Gran Libro de Lucía, Mi Pediatra (Planeta, 2025), que ahora reedita ampliándolo hasta casi 800 páginas.

El libro abarca cualquier tema relacionado con la salud en la infancia y la adolescencia: desde el embarazo y los cuidados del recién nacido hasta las consultas más comunes (virus, accidentes, mocos, lactancia materna, sueño infantil, salud mental en la adolescencia…). Lucía Galán cree firmemente que una información rigurosa sobre cualquier tema sanitario puede marcar la diferencia: “El saber en general salva vidas y puede traer mucha calma a las familias”, asegura.

25 ediciones ya de esta casi enciclopedia de la salud infantil que ahora se reedita. ¿Esperaban este éxito cuando se publicó por primera vez?

La verdad es que no, a mí el éxito siempre me ha venido por sorpresa. Fue un libro muy trabajado, en 2019 estuve más de un año escribiéndolo con un compromiso férreo por la divulgación, el rigor científico y la exactitud de cada dato. Pero no imaginaba que iba a estar entre los libros más vendidos o que iba a llegar a tantos países. Cinco años después de la primera publicación, me sigue llenando de esperanza saber que los padres y madres tienen tanta curiosidad por aprender sobre la salud de los niños.

¿Qué puede aportar este manual a las familias?

Es el típico libro que se tiene encima de la mesita de noche y que los padres y madres utilizan para consultar cualquier tema, me gusta que les dé calma. Nadie nace aprendido, tener un hijo y acompañarlo en su crecimiento es la responsabilidad más grande que vamos a tener en la vida, nos dediquemos a lo que nos dediquemos. A absolutamente todos los niños y adolescentes les pasan cosas, y el conocimiento salva vidas.

Es el típico libro que se tiene encima de la mesita de noche y que los padres y madres utilizan para consultar cualquier tema, me gusta que les dé calma

¿Recuerda algún ejemplo de alguna familia a la que leer su libro le haya ayudado?

Recuerdo muchos, pero hace poco me llamó una madre desde el hospital porque su hijo estaba ingresado. Me contó que, después de haber estado en el médico dos o tres veces con él, no conseguían saber qué le pasaba. Ella leyó en mi libro información sobre el síndrome de Kawasaki [una vasculitis o inflamación de las arterias], vio que lo que le estaba pasando a su hijo cumplía con los criterios, se lo trasladó al equipo médico y efectivamente, eso era. Afortunadamente el tratamiento llegó a tiempo y no llegó a afectar al corazón. Por eso digo que el saber en general salva vidas y puede traer mucha calma a las familias.

La salud mental es uno de los temas nuevos que se incluyen en esta reedición. ¿Qué ha cambiado en los últimos años en el abordaje de la salud mental y emocional de niños, niñas y adolescentes?

Ha cambiado muchísimo en los últimos cinco años. El libro lo escribí en el 2019 y se publicó por primera vez en 2020, en plena pandemia de la Covid-19. La pandemia fue un punto de inflexión en el abordaje de los temas de salud mental en la infancia y la adolescencia: no es que antes no existieran este tipo de problemas, sino que se puso en evidencia un problema real que ya existía. Empezó a hablarse de los problemas de salud mental de niños y adolescentes y de la escasez de recursos que había en estas franjas de edades, el abandono de las familias que sufren esta situación.

O sea, que la pandemia puso en el centro del debate público cuestiones de salud mental que antes pasaban desapercibidas…

Sí, y como decía no es que los temas de salud mental infantil y juvenil no existieran antes de la pandemia, sino que esta los evidenció de una forma mucho más visible. El encierro de los adolescentes y la vulnerabilidad de muchos padres y madres aumentó los ingresos por enfermedades de salud mental y trastornos de la conducta alimentaria. Subieron muchísimo los casos de ansiedad y depresión en la infancia y la adolescencia, también los suicidios o intentos de suicidio. A día de hoy, esto es nuestro día a día en las consultas de pediatría: sabemos que uno de cada seis pacientes vendrán por temas de salud mental.

La pandemia fue un punto de inflexión en el abordaje de los temas de salud mental en la infancia y la adolescencia: no es que antes no existieran este tipo de problemas, sino que se puso en evidencia un problema real

¿Cuáles son los síntomas más habituales que indican problemas de salud mental y ante los que padres y madres deberíamos reaccionar acudiendo a un especialista?

Lo primero es ser conscientes de que esto ocurre: a muchos padres y madres el diagnóstico de sus hijos les pilla de sorpresa, se creen que los niños y niñas son siempre felices y esto no es así. Muchos sufren ansiedad y depresión y esto hay que abordarlo. Los síntomas más habituales a los que debemos prestar atención tienen que ver con cualquier conducta que se aleje del comportamiento habitual del niño o adolescente de forma sostenida en el tiempo, entre cuatro y seis semanas. Que un niño que antes salía con sus amigos de pronto solo quiera estar en casa; que una niña empiece a comer de forma ansiosa o al revés, que deje de comer; problemas para conciliar el sueño o despertares nocturnos; que esté más irascible o tenga explosiones de tristeza o llanto; cambios en el rendimiento escolar, etc.

¿Hay diferencias en los signos de alarma entre niños y adolescentes?

Cuando esto pasa en niños de seis o siete años, los padres suelen estar más atentos y reaccionar ante las señales. Pero en la adolescencia, muchas veces estos síntomas se meten en el cajón de los cambios propios de la etapa, cuando no es así, y esto puede retrasar el diagnóstico. Hay que prestar atención a estas señales y acompañar a los adolescentes, porque aunque parece que necesitan más independencia, nos siguen necesitando cerca a los padres y madres.

La literatura científica describe ya que la exposición precoz a pantallas en edades tempranas produce retrasos en el lenguaje y en el desarrollo, porque inhibe las conexiones neuronales

El libro también incluye contenidos nuevos en cuanto a neurodiversidad. ¿Cuáles son las condiciones más habituales que se ven en consulta a día de hoy?

Lo más habitual es encontrarnos con Trastornos del Espectro Autista (TEA) y Trastorno por Déficit de Atención e Hiperactividad (TDAH). Son los más frecuentes y requieren de un diagnóstico precoz, que va a marcar la diferencia en los niños y niñas. Por eso en la revisión de los 18 meses los pediatras hacemos tantas preguntas que tienen que ver con hitos madurativos: ¿El niño dice adiós con la manita? ¿Sabe decir papá y mamá, y empieza con más palabras? ¿Hace juego simbólico? Son una batería de preguntas que hacemos a niños y niñas y a sus papás para detectar pronto posibles problemas de neurodesarrollo.

¿Y qué pasa si la respuesta a esas preguntas es negativa? ¿Debemos alarmarnos?

Cuando las respuestas son negativas los pediatras debemos ir más allá y buscar el origen de ese retraso madurativo. Lo primero que hacemos es preguntar si el niño está expuesto a pantallas durante mucho tiempo. Y esa es precisamente otra de las novedades que tiene la reedición de mi libro: la literatura científica describe ya que la exposición precoz a pantallas en edades tempranas produce retrasos en el lenguaje y en el desarrollo, porque inhibe las conexiones neuronales. En ese caso, recomendamos a los padres y madres que desconecten las pantallas, que hablen y jueguen con los niños y que salgan a jugar al aire libre. Les revisamos en tres meses y el cambio suele ser brutal.

En caso de que el problema no esté en las pantallas, entonces les derivamos a especialistas para que revisen sus casos. Y muchas veces ahí la información también marca la diferencia: algunos padres y madres vienen a consulta porque conocen los hitos madurativos en la infancia y saben que hay algo en sus hijos que no termina de encajarles.

¿Qué otras novedades incluye esta reedición?

Además de los capítulos dedicados a la salud mental y la neurodivergencia, hemos actualizado algunos datos que ya estaban obsoletos, porque siempre hay evidencia científica nueva. También hemos descrito 15 nuevas enfermedades que no son muy frecuentes pero que merecían un espacio en el libro, como el síndrome de Kawasaki, que antes citamos, el sarampión, las hernias inguinales y umbilicales o los cambios en el abordaje de la bronquiolitis.

Lo primero que debemos hacer como sociedad es empezar por educar a la población en cuáles son fuentes fiables [de información] y cuáles no

En la sociedad actual, ¿corremos los padres y madres cierto riesgo de sobreinformación, de diagnosticar a nuestros hijos cuando hemos visto u oído algo de una fuente no fiable?

En mi experiencia tener información fiable aporta mucha calma y mucho sentido común a los padres y madres. Pero lo primero que debemos hacer como sociedad es empezar por educar a la población en cuáles son fuentes fiables y cuáles no. La red es un mundo infinito donde hay de todo: hay información y hay también desinformación. Y mira que a mí me gusta utilizar las redes sociales, pero siempre digo que una publicación mía no puede sustituir a la revisión que haga un colega pediatra de un niño o niña. Cuando tienes información de calidad, ganas confianza y recuperas el sentido común que muchas veces se pierde entre tanta desinformación.

¿Hay mucho intrusismo en su sector? Algunas personas denuncian la proliferación de asesoras de lactancia, de crianza o de sueño sin formación sanitaria.

Sí, y esto puede ser un problema serio del que vemos bastantes ejemplos en consulta. Seguro que hay muchas personas que lo hacen muy bien y que han ayudado a muchas familias, eso no lo dudo. Pero otras no, y las consecuencias pueden ser graves.

Te cuento un ejemplo: hace un tiempo recibí en mi consulta a un bebé de año y medio con un trastorno importante del sueño. Venía de una asesoría de sueño, de un programa impartido por una persona que no era profesional sanitaria y no tenía formación en pediatría ni en infancia. La madre estaba desesperada, porque el entrenamiento de sueño no había funcionado y además se había dejado un dinero importante. Al hacer la historia clínica que corresponde y estudiar su caso, me di cuenta de que sus problemas de sueño eran la punta de iceberg de un problema mucho mayor: el bebé tenía un principio de epilepsia que era lo que le estaba provocando crisis nocturnas, despertares y un retraso en el desarrollo.

El problema es que hay un vacío legal en este sector que es muy peligroso. Cuando personas que no tienen formación sanitaria entran en temas complejos, las consecuencias pueden ser importantes, porque se retrasan los diagnósticos.

Para ejercer la pediatría, ¿hace falta estarse formando continuamente?

Claro que sí. Después de 20 años ejerciendo como pediatra, estudiando y estando al día de todas las novedades, yo todavía hay muchas veces que dudo y consulto con colegas porque tengo una paciente con la que no me he quedado del todo tranquila. La salud infantil es un tema muy serio que nos lleva muchos años dominar.

Tras años de éxitos en divulgación, con libros, conferencias y miles de seguidores en redes sociales, sigue pasando consulta a diario. ¿Cree que es importante mantener un pie en la práctica clínica?

En mi caso sí. Yo soy pediatra de los pies a la cabeza y me moriré siendo pediatra. Siempre se lo digo a mi chico: por mucho que me líen, nunca me dejes que abandone la consulta porque es mi lugar feliz. Yo llego por la mañana, me pongo la bata, empiezo a pasar consulta, se me pasan las horas y es un gustazo. Me parece increíble que me paguen por hacer esto, porque me hace muy feliz. Todo lo demás también me encanta, pero me genera un sobreesfuerzo tremendo. Estar en contacto con la vida, con las enfermedades e incluso con la muerte es mi cable a tierra. Pasar consulta me obliga a estar siempre al día y los pacientes son mi fuente de inspiración continua para escribir y poner encima de la mesa los temas que de verdad preocupan a la gente.