Los niños gordos son normales o cómo combatir la gordofobia desde la infancia

Rocío Niebla

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Malena es una niña gorda que teme tirarse a la piscina y levantar tanta agua que inunde las afueras. Nadando se siente pesada y no consigue hacerlo con gusto. No ayuda que los compañeros de clase la llamen ballena y se mofen de su corporeidad. Pero Malena, acaba apropiándose del apelativo “ballena” y si las ballenas nadan como pez en al agua, pues ella también. El cuento editado por Libros del Zorro Rojo es uno de los pocos que encontramos en el que la protagonista es gorda y acaba entendiendo que serlo es un adjetivo más, como alta, baja, rubia o pecosa.

Muchas niñas hemos sido Malena. Hemos tenido que lidiar con una relación tormentosa con nuestros michelines y nuestra talla. Mientras el mensaje es que la normalidad es la delgadez, nos encontramos con dos equipos que tiran de la cuerda por distintos lados: una disputa entre querer encajar versus comer y ser feliz. La talla no define ni lo que somos ni lo que valemos, pero cuando eres niña o adolescente el sufrimiento por el cuerpo es muy real. Al rechazo a los cuerpos grandes y gordos se le llama gordofobia y las madres y los padres tienen una misión titánica para que nuestros niños y niñas no padezcan los complejos instigados por la sociedad.

La actriz catalana y profesora del Institut del Teatre Júlia Barceló ha publicado una novela gráfica llamada Operación Bikini (Flamboyant, 2022) que en palabras de la “nutrióloga antidietas” Raquel Lobatón es “el libro que millones de mujeres adultas hubiéramos deseado leer en nuestra adolescencia”. Sol es la joven protagonista que se deprime y frustra porque sus amigos han decidido ir a celebrar un cumpleaños a la playa. Cunde el pánico porque la chica que le gusta verá su relleno cuerpo y las inseguridades le crecen. Se pone a dieta, mucho ejercicio, tristeza y ganas de llorar porque un cuerpo no cambia en dos días. Con humor, Barceló propone darle la vuelta a la tortilla: ¿pero hay algún cuerpo que entre en esa 'normalidad'? ¿y si la tan aclamada normalidad es lo que nos venden como lo diferente? ¿y si abrazamos la diferencia?

Lo delgado como deseable

Raquel Lobatón afirma que “desde pequeños se nos dice que lo delgado es lo deseado y aspiracional, y lo gordo lo indeseable, lo feo y lo enfermo”. Esta narrativa la tenemos interiorizada tanto en nuestra psique como en el inconsciente colectivo, y es por eso que encontramos muy pocos referentes de personas gordas en los cuentos y películas infantiles. “La gordofobia la tenemos tan interiorizada que a las personas gordas se las invisibiliza”, añade Lobatón. Y si la gorda aparece es para un papel cómico de gorda o como persona diferente, aquella que no es normal.

La activista Sonaya Renee escribe en “El cuerpo no es una disculpa” (Melusina): “Hacer que la diferencia sea invisible es validar la idea de que hay partes de nosotros que hay que ignorar, ocultar o minimizar, y deja en su sitio la idea tácita de que la diferencia es el problema, en lugar de que es nuestro enfoque a la hora de tratar la diferencia lo que es problemático”. Sol de Operación Bikini decide empezar a seguir en redes sociales a mujeres con otros cuerpos más voluminosos, y a su vez, no esconder ni avergonzarse del suyo.

Pero, ¿ser gordo es estar poco sano? La nutricionista y psicóloga Mónica Webster se muestra tajante: “El sobrepeso se ha definido en función del índice de masa corporal, que se mide en función al peso y a la altura. Hay personas que están delgadas y están por debajo de este índice, pero tienen un porcentaje alto de grasa visceral y por tanto mayor riesgo de padecer enfermedades médicas”. Así que Webster considera que puede que un peso sea bajo, pero esto no implica que esté sana, “y al revés igual. Estar gordo no quiere decir tener mala salud”.

Júlia Barceló invita a interesarse por la comunidad HAES (Health At Every Size), desde la que se desmonta la idea de que la salud esté relacionada solo con nuestro peso.

Qué podemos hacer como padres y madres

En “¿A ti qué te ha pasado?” (Liana Editorial, 2021) de Jenny Jordahl, la protagonista es una adolescente gorda que feliz engulle sus bollos a la salida del cole. Los padres, pensando en lo poco saludables que son sus hábitos,y con amor mediante, le proponen que por cada kilo que pierda le darán unos euros. La dieta empieza y poco a poco pierde peso hasta obsesionarse y solo pensar en ello. ¿Es recomendable poner a los niños y niñas o a los adolescentes a dieta? La sexóloga y activista Virginie Tovar habla sobre ello en “Tienes derecho a permanecer gorda” (Melusina, 2018): “Hacer dieta es el resultado de una gordofobia sin resolver”. Expresa que nos “aterroriza” que nosotros y nuestros hijos e hijas estén gordos porque “entendemos muy bien lo mal que se trata a la gente gorda”.

“Poner a los niños a dieta jamás. Las dietas son estados de subalimentación asimilados por la sociedad que normaliza vivir con restricciones y comer menos de lo que nuestro cuerpo requiere”, considera Raquel Lotatón, que afirma que los jóvenes que hacen dieta “tienen dieciocho veces más riesgo de padecer trastornos de la conducta alimentaria, así como una pobre relación con su cuerpo y una relación tóxica con la comida”. La psicóloga Mónica Webster también se muestra en contra de las dietas y afirma que el papel de los padres es “insistir y transmitirle que el valor de las personas no reside en el aspecto físico”. “Hay que trabajar con la aceptación corporal y que encuentre su valor como persona en otros factores más profundos como la forma de ser o las habilidades o logros”.

Webster dice que a nivel psicológico la dieta es dañina e, incluso, contraproducente: “Hay que enseñar al niño o niña a regularse, pero haciéndole entender que no es para tener un aspecto físico concreto, sino educar en la alimentación sana como parte del autocuidado”. Los límites vienen bien porque establecen un marco, pero hay que tener tacto a la hora de ponerlos y algo de flexibilidad. “Comer por ansiedad es normal, desde pequeños aprendemos que la teta o el biberón calman nuestro malestar”, afirma Webster. A nadie le amarga un dulce, así que en los caminos del aprendizaje los niños y niñas también deben interiorizar qué hacer con esa ansiedad. “Hay que conocerla y entenderla y buscar otras vías para rebajarla”.

Lobatón trabaja en crear “espacios seguros en las casas”: lugares en los que no se juzgue el cuerpo de los demás, “no se alabe la delgadez ni condene la gordura y donde las personas sean valoradas por lo que hacen y no por cómo se ven”. Puede que en el cole o en la calle las conductas gordofóbicas golpeen a nuestros niños o adolescentes, pero “es importante que al volver a casa el espacio sea de no juzgar a los cuerpos y en el que se denuncie que lo que está mal es la gordofobia y no su cuerpo”.