La ciudad jugable

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Siempre ha habido niñas y niños en las ciudades, pero no siempre han sido ni son partícipes de sus espacios públicos. El concepto de infancia como etapa de la vida con necesidades y derechos propios y que pide especial cuidado comunitario, de formación y de juego es relativamente reciente. Y que se piensen espacios urbanos para la infancia, lo es más aún. Hoy la infancia no ha encontrado espacios para ejercer su derecho a la ciudad aún en muchos lugares y esto queda demostrado en su escasa presencia en espacios públicos.

Históricamente, no se habían consolidado ni universalizado lugares para el juego infantil en las ciudades cuando la irrupción del vehículo a motor privado ya los estaba borrando. La fragilidad de la infancia era un obstáculo a la velocidad. La infancia fue borrada de las calles y las plazas para dejar paso a los vehículos, a la velocidad. Así lo narra el reciente documental Kinder City dirigido por Pau Faus, con el protagonismo y reivindicaciones de niños y niñas de tres ciudades.

Por ello recuperar la ciudad para la infancia haciéndola espacio seguro, de juego y paseo compartido es fundamental. La idea de la ciudad jugable no es una novedad. De hecho, no es una idea o una simple visión idealista, sino una realidad creciente que se ha ido madurando y materializando como política pública urbana a la hora de transformar la ciudad. Transformar para humanizar sus espacios, sus posibilidades de sostener vidas pensando, por fin, en la infancia. Porque cuidando desde lo pequeño, logramos ciudades mejores para toda la ciudadanía. Avanzar hacia una ciudad jugable nos acerca a una ciudad más justa y más democrática en el sentido de Jane Jacobs cuando decía que “las ciudades tienen la capacidad de dar algo a cada uno sólo porque y sólo cuando son creadas para todos y cada uno”. 

En Barcelona, desde el inicio de los trabajos para el Plan de juego en el espacio público con horizonte 2030 han pasado seis años donde el criterio de jugabilidad ha ido ganando peso en la mayoría de proyectos urbanos. Las oportunidades de juego al aire libre han ido mejorando: más divertidas, más inclusivas y con retos diversos y nuevos (enormes toboganes, camas elásticas, elementos altos para escalar…). Hay nuevas miradas tanto en las renovaciones de espacios existentes como en las superáreas de juego singulares que han aparecido (y seguirán apareciendo) a lo largo de la ciudad desde la primera en el parque de la Pegaso en Sant Andreu a la recién estrenada en Can Batlló en Sants.  

“¡No queremos un tobogán, queremos la ciudad entera!”, reclama Francesco Tonucci y su personaje Frato. Para eso la ciudad jugable trata de recuperar el gusto por jugar, de ganar más y mejores posibilidades de juego espontáneo en la calle, en las plazas y parques, en la salida de las escuelas... Para que la ciudad entera sea un lugar más amable y saludable donde crecer y convivir, con ojos de urbanismo feminista que ponen atención en las diversas necesidades de la vida cotidiana, y entre ellas, jugar.

Ahí Barcelona ha dado un paso de gigante en estos años recuperando más de 100 hectáreas a lo largo de la ciudad de espacio público habitable para las personas pequeñas y grandes (la misma superficie que 100 campos de futbol). Lo ha hecho iniciando y combinando actuaciones estratégicas para hacer más habitable la ciudad con superilles, ejes verdes y sus nuevas “plazas sin nombre” en los cruces (de manera permanente) o con el Obrim carrers (de manera temporal, pero periódica).

La acupuntura de transformación urbana también va generando espacios de plaza en los entornos escolares:  ya van más de 200 y a seguir. Sabemos del Protegim les escoles, a la luz de la evaluación de la Agència de Salut Pública de Barcelona, que en los entornos donde se han hecho pacificaciones significativas, se ha ganado no solo espacio, sino también tiempo para jugar: las familias se quedan más y se da mayor interacción social y juego (se duplican las personas que siguen ahí un cuarto de hora después de la salida de la escuela).

Dentro de las escuelas, pero entendido como lugar público al aire libre y abierto al barrio, patio a patio, con el Transformem els patis también se mejoran los espacios de encuentro y juego más naturalizados, coeducativos y comunitarios. Este programa ya ha dado frutos en una de cada tres escuelas públicas y la mitad son refugios climáticos y sus impactos son positivos en la salud, bienestar y dinámicas sociales (evaluaciones de ASPB, Institut Infància e ISglobal). Además, hoy uno de cada cuatro patios de bressol, escuelas e institutos públicos abren sus puertas más allá del tiempo escolar. Y encontramos propuestas para compartir tiempo de juego en cincuenta lugares de la ciudad con el Juguem a les places durante el buen tiempo o el nuevo espai de Joc 0-99 para todas las edades todo el año en la Clarina de Glòries.

Todos estos espacios públicos lúdicos transformados y ganados son terapéuticos en el sentido de que nos curan de males sociales que padecemos colectivamente como la hiperindividualidad, la hiperaceleración, el pantallismo, la soledad o la sobreprotección de la infancia. Ahí se arrebata autonomía a los adultos, se rompen aislamientos, se desacelera, se disfruta el tiempo para actividades no productivas ni consumistas y se conectan a las antiguas redes sociales, las humanas, de los vecinos y vecinas. En palabras de Jane Jacobs, “los contactos de las personas en la calle, aunque parezcan poca cosa, aleatorios y sin mayor sentido, son el pequeño cambio a partir del cual puede crecer la vida pública de una ciudad”.

De hecho, estamos ante unos “palacios del pueblo”, que diría Eric Klinenberg, porque también los parques y espacios de juego (no sólo equipamientos como las bibliotecas) son palacios sin paredes para la gente. El juego como fin y como excusa para la vida comunitaria en espacios que se convierten en “infraestructura social”, esos lugares urbanos vitales para cultivar la vida pública que se alimenta de las interacciones diarias y donde nos entrelazamos generando visiones compartidas del mundo, creando vínculos para convivir y posibilidades de apoyo mutuo (también) para sobrevivir.

Y es en estos hábitats donde la ciudad jugable gana terreno, cuando aparecen nuestras mariposas. Cuenta Jan Gehl que del mismo modo que la presencia de mariposas volando son una especie indicadora de la calidad del aire, los niños y niñas jugando en la calle son un buen indicador de la calidad de la vida comunitaria en la ciudad. Y añade que una buena ciudad es como una buena fiesta, nadie quiere irse pronto. Con palacios para la gente y ambientes para las mariposas revoltosas, sigamos apostando por políticas urbanas que se toman en serio el juego como derecho y como antídoto para mejorar y celebrar la vida comunitaria en nuestras ciudades rehumanizadas.