España no tiene por qué esperar la orden de Washington

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La principal aportación ideológica de nuestra derecha a la política exterior en los últimos lustros ha sido un concepto mercantil: la llamada marca España. Surgida de la cabeza de algún estudiante aznarista de una escuela de negocios, esta fórmula pregona que España es un producto que se vende y se compra; de ahí que Rajoy concediera permisos de residencia (golden visas) a quienes adquirieran aquí pisos de más de medio de millón de euros. Nunca me ha gustado este concepto súper pijo. España no es un producto, es un gran país que tiene sus propios intereses en la escena internacional, intereses que pueden o no coincidir con los de algunos aliados.

Sabido es que nuestra derecha atrapa dos o tres berrinches al día siempre que está en la oposición. Ahora también le parece fatal que Pedro Sánchez viaje al extranjero para recabar apoyos para un pronto reconocimiento del Estado palestino. Esto le parece a la siempre desbocada Díaz Ayuso un premio al “terrorismo de Hamás”. Ayuso no tiene ni idea de que la existencia de dos Estados en Tierra Santa es la doctrina oficial de las Naciones Unidas desde 1947. Ni de que esa doctrina fue consagrada en la Casa Blanca en 1993 con la firma por Isaac Rabín y Yaser Arafat de los Acuerdos de Oslo. MAR no debe haberle apuntado estos datos en la chuleta.

José María Izquierdo escribía el martes esto sobre Ayuso: “¡Qué sabrá esta indocumentada de geopolítica como para atreverse a hacer la cuñada –claro que también hay cuñadas– en mitad de una gigantesca amenaza de guerra global!”. Tienes razón, querido Izquierdo: Ayuso debe creerse que el conflicto israelo-palestino comenzó con la incursión terrorista de Hamás en Israel del pasado octubre. Ignora que Israel ocupa ilegalmente los territorios de Cisjordania, Gaza y Jerusalén Este que conquistó en la guerra de 1967, con su corolario de opresión y expolio del pueblo que los habita. Y tampoco parece haberse enterado de que la destrucción sistemática del territorio y la población de Gaza que Israel practica desde hace seis meses ha causado más de 32.000 muertos civiles, la mitad de ellos niños.

Feijóo sí que parece saber algunas de esas cosas, como también parece recordar que, con el voto favorable del PP, nuestro Congreso de los Diputados aprobó en 2014 que España reconociera el Estado palestino. Su pega es otra: le reprocha a Sánchez que lidere ese reconocimiento entre los países de la Unión Europea, y le pide que espere a que esa iniciativa la abandere una gran potencia para entonces sumarse a ella. Cabe imaginar que Feijóo está pensando en Estados Unidos.

La derecha española se ha quedado colgada en un americanismo trasnochado, el de la Guerra Fría. Ante cualquier crisis internacional, su respuesta es ponerse a las órdenes de Washington. Aznar llevó este vasallaje al extremo de sumarse en 2013 a la delirante invasión de Irak que promovía George W. Bush. Lo hizo con acento hispano-texano, para que nos quedara claro lo feliz que era por haber podido poner sus botas sobre la mesa del emperador. Aquello hubiera sido una jocosa reedición de Bienvenido Mr. Marshall si no hubiera tenido consecuencias sangrientas. En Oriente Medio y en la propia España.

La construcción europea, la estabilidad en el Mediterráneo y el progreso de América Latina son los tres grandes ejes de nuestro interés nacional. Nos conviene una Europa cada vez más unida, autónoma y potente. Nos afectan directamente las crisis en el Mediterráneo y por eso debemos trabajar, entre otras cosas, por una paz en el conflicto israelo-palestino basada en la fórmula de los dos Estados; es lo que hicimos en la conferencia de paz celebrada en Madrid en 1991. Y, por último, las diferencias con gobiernos latinoamericanos no pueden llevarnos a romper con pueblos hermanos.

Pero nuestra derecha lleva dos siglos sumándose servilmente a la potencia dominante en cada momento en nuestro rincón del mundo. Su nostalgia del imperio español la guarda para la retórica local. Aún más, parece muy dada a recurrir al amo de turno en Occidente para apoyar sus causas domésticas. Recuerdo a bote pronto a los Cien Mil Hijos de San Luis que aplastaron nuestro trienio liberal. También a las fuerzas de Hitler y Mussolini que ayudaron a Franco a derrotar a la II República. Y, por supuesto, las bases militares que ese mismo Franco regaló a Estados Unidos para que lo sacara del ostracismo internacional. 

¿Patriotas? Quizá tan solo en las pulseritas y los collares de los chuchos. Tampoco, desde luego, en el pago de impuestos. A mí, en cambio, me gustan las imágenes de refugiados palestinos dando vivas a España en las cercanías de las residencias de los primeros ministros que visita Sánchez para sumarles al reconocimiento del Estado de la bandera negra, blanca y verde con rojo. Como me alegraron las celebraciones en Cisjordania y Gaza de la victoria de nuestra selección de fútbol en el Mundial de Sudáfrica. España no es una mercancía que se compra y se vende. España es una vieja nación de naciones que rejuvenece cuando se convierte en referente de la libertad, el diálogo y la paz.

Ahora el PP ha vuelto a asumir sin el menor matiz el relato oficial israelí sobre su pulso con Irán. Condena el  lanzamiento de cohetes iraníes sobre Israel, que no produjo ningún muerto, pero no condenó su causa: el ataque israelí contra el consulado iraní en Siria, que mató a una docena de personas. Señor Semper, reprobar uno y otro atropello no es equidistancia, es coherencia con los principios y valores españoles, en este caso el rechazo de la violencia y la primacía de la legalidad internacional.