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¿En nombre de qué España hablan?

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La crisis, el paro, el mal comportamiento de los partidos, el cambio climático, la educación, las desigualdades -también las de género-, las diferencias sociales y la pobreza. Son los problemas que más inquietan a los españoles, según el último barómetro del CIS, y entre los que la inmigración no aparece hasta el decimosexto puesto de la lista. España es sin duda una excepción en Europa en su resistencia a los discursos de odio que campan a sus anchas en otros países de nuestro entorno. 

Así ha sido durante años y todo indica que de momento así sigue siendo, pese a la irrupción en el panorama político de un partido ultraderechista como Vox y de su afán por dibujar un país atemorizado e inseguro por una supuesta lluvia de delitos que cometen los extranjeros y en el que las ayudas sociales no llegan a los nacionales porque se las conceden antes a los inmigrantes. 

Este jueves la formación de Santiago Abascal volvió por sus fueros y solo unas horas después del presunto ataque terrorista de corte yihadista que costó la vida a un sacristán e hirió a un sacerdote, se plantó en Algeciras para clamar contra el islamismo y denunciar una “invasión migratoria”. A cuatro meses de las elecciones municipales y autonómicas, el líder de la formación en Andalucía, Manuel Gavira, no oculta que su partido piensa sacar rédito electoral del ataque y que nadie silenciará su escalada xenófoba. Gavira actuaba en plena sintonía con la dirección de su partido, cuyo máximo responsable ya había activado la noche anterior la mecha contra los inmigrantes: “Unos les abren las puertas, otros los financian y el pueblo los sufre”. 

¿En nombre de qué pueblo y de qué España hablan? Este país es mucho más que Vox y Algeciras, un claro ejemplo de convivencia, además de un municipio en el que cohabitan mas de 100 nacionalidades distintas. Pero ellos aprovechan cualquier oportunidad para reavivar la mecha del odio al diferente. Nada nuevo. Está en el ADN del neofascismo, que no entiende que migrar no significa invadir, que ningún ser humano por muy irregular que sea su situación administrativa puede ser considerado ilegal y que la inmigración en todo caso es una fuente de riqueza para los países, y no una amenaza para su seguridad.

Pinchan en hueso. Ni el odio ni el racismo o la xenofobia tuvieron espacio en este país tras los atentados yihadistas del 11-M que provocaron la mayor masacre que se había vivido en la Europa de la paz, y no lo tendrán tras lo ocurrido en Algeciras. Aunque la sociedad viviera traumatizada por lo sucedido y atemorizada por el peligro del islamismo radical, la reacción de los españoles fue entonces ejemplar. Y volverá a serlo esta vez, salvo que el PP se deslice por la misma pendiente y abrace de forma insensata el discurso de Vox. Algo que no parece, pese a la boutade que salió este jueves por boca de Feijóo sobre el islamismo durante unas  declaraciones en el Círculo Ecuestre en Barcelona: “Desde hace siglos no verá a un cristiano matar en nombre de su religión como hacen otros pueblos”. Después tuvo que improvisar una segunda comparecencia para matizarse a sí mismo y explicar que no trataba con sus primeras palabras de estigmatizar ninguna religión, pero sí llamar la atención sobre el fanatismo religioso. Lo suyo no es una guerra cultural, sino más bien ignorancia o falta de memoria sobre los atentados cometidos también por católicos extremistas, y no precisamente en el pasado remoto sino también reciente. 

Todo esfuerzo pedagógico para evitar posibles derivas islamófobas será poco. El actual, como el de los días posteriores al 11-M, es un momento que exige de una gran responsabilidad para transmitir con serenidad que la identificación colectiva con todos los marroquíes y musulmanes, además de injusta tiene un nombre, y se llama racismo. Jamás se puede estigmatizar a nadie por lo que es, solo por lo que hace.