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Carboneras y un señor de Murcia

J. C. Enríquez

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Era una bella villa de pescadores con unas hermosas playas en las que las barcas reposaban esperando el momento de hacerse a la mar. Pero claro, nuestra bella Carbonera viendo como todo el mundo prosperaba menos ella, desesperaba. Los ojos del Ministerio de Obras Públicas se posaron en ella y le propusieron un desarrollo industrial sin precedentes. Primero llegó mi tío Manolo con una central térmica que echaba un humo amarillo por su enorme chimenea, después llegó otro señor con un proyecto de cementera a pie de playa que, junto al humo amarillo, dejó a nuestra Carbonera con mala tos; además, todo el terreno , rico en yesos quedaría aplanado: ni montes ni ramblas ni nada,, total, para que queremos espartos, azofaifos, alacranes y mas zarandajas. Después llegaron una fábrica de biodiesel y una piscifactoría que dejaron las azuladas aguas de un color y olor sospechosos. Como para eso se necesitaban puertos y entradas al mar se construyeron tres puertos de no poco tamaño para que esos señores pudieran atracar sus enormes buques y dejó la playa del pueblo mediada. Mientras tanto ,una industria prosperaba tan brillante o más que la carbonera y eso se llamaba turismo, pero los franceses, alemanes y resto de españoles salían horrorizados del espectáculo que en la playa se ofrecía y pusieron sus reales en la vecina Mojacar. Se enjugaba las tiznadas lágrimas nuestra honesta carbonerita hasta que llegó un señor de Murcia recordándole que tenía una magnífica playa sin estropear y le prometió el oro y el moro a cambio que siguiera con sus bellos ojos cerrados y le firmara un permiso de construcción de varios hoteles en un Parque Natural. Que no tuviera preocupación ninguna, que lo de la Junta de Andalucía ya estaba arreglado. Llena de rabia y esperanzas, firmó lo que se le proponía soñando con una legión de albañiles y camareros trabajando en aquel mamotreto hasta que llegaron los típicos aguafiestas con sus leyes y sus vestidos hippis y estropearon tan hermoso proyecto.

Hoy, el señor de Murcia ha desaparecido y ha dejado un pecio varado en la hermosa playa con tres enormes grúas roñosas expuestas a los vientos y a nuestra carbonerita compuesta, sin novio y rezando para que no caiga una grúa sobre una familia despistada que esté tomando el sol en pelotas. Y yo le digo a nuestra bella carbonerita que se actualice, que espabile y que se preocupe del presente de su bello pueblo en donde al menos hoy ya se puede respirar y que las leyes son para todos: carboneros o foráneos.

Era una bella villa de pescadores con unas hermosas playas en las que las barcas reposaban esperando el momento de hacerse a la mar. Pero claro, nuestra bella Carbonera viendo como todo el mundo prosperaba menos ella, desesperaba. Los ojos del Ministerio de Obras Públicas se posaron en ella y le propusieron un desarrollo industrial sin precedentes. Primero llegó mi tío Manolo con una central térmica que echaba un humo amarillo por su enorme chimenea, después llegó otro señor con un proyecto de cementera a pie de playa que, junto al humo amarillo, dejó a nuestra Carbonera con mala tos; además, todo el terreno , rico en yesos quedaría aplanado: ni montes ni ramblas ni nada,, total, para que queremos espartos, azofaifos, alacranes y mas zarandajas. Después llegaron una fábrica de biodiesel y una piscifactoría que dejaron las azuladas aguas de un color y olor sospechosos. Como para eso se necesitaban puertos y entradas al mar se construyeron tres puertos de no poco tamaño para que esos señores pudieran atracar sus enormes buques y dejó la playa del pueblo mediada. Mientras tanto ,una industria prosperaba tan brillante o más que la carbonera y eso se llamaba turismo, pero los franceses, alemanes y resto de españoles salían horrorizados del espectáculo que en la playa se ofrecía y pusieron sus reales en la vecina Mojacar. Se enjugaba las tiznadas lágrimas nuestra honesta carbonerita hasta que llegó un señor de Murcia recordándole que tenía una magnífica playa sin estropear y le prometió el oro y el moro a cambio que siguiera con sus bellos ojos cerrados y le firmara un permiso de construcción de varios hoteles en un Parque Natural. Que no tuviera preocupación ninguna, que lo de la Junta de Andalucía ya estaba arreglado. Llena de rabia y esperanzas, firmó lo que se le proponía soñando con una legión de albañiles y camareros trabajando en aquel mamotreto hasta que llegaron los típicos aguafiestas con sus leyes y sus vestidos hippis y estropearon tan hermoso proyecto.

Hoy, el señor de Murcia ha desaparecido y ha dejado un pecio varado en la hermosa playa con tres enormes grúas roñosas expuestas a los vientos y a nuestra carbonerita compuesta, sin novio y rezando para que no caiga una grúa sobre una familia despistada que esté tomando el sol en pelotas. Y yo le digo a nuestra bella carbonerita que se actualice, que espabile y que se preocupe del presente de su bello pueblo en donde al menos hoy ya se puede respirar y que las leyes son para todos: carboneros o foráneos.