Cuando la política deja de necesitar la verdad
Jordi Belda Valls
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En Japón, donde el silencio es una forma de arquitectura, tienen una palabra clínica y terrible: Kodokushi. Significa “muerte solitaria”. Nombra el destino de quien muere solo en su apartamento y permanece allí, pudriéndose entre el correo sin abrir y el polvo de los días, hasta que el olor alerta a los vecinos. Suena exótico, lejano. Pero aquí, en Occidente, practicamos un Kodokushi más sutil, más hipócrita, más nuestro: el de abandonar a los vivos mucho antes de que se mueran.
El 16 de diciembre es el día en que hacemos un hueco en la agenda de la prisa para celebrar la concienciación sobre la soledad no deseada. Escribo desde la trinchera de una residencia. Tengo 68 años y, aunque mi cabeza y mis piernas responden, vivo rodeado de la coreografía del olvido.
Observo a los que esperan.
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