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Opinión - ¿Y ahora qué? Por Marco Schwartz

El pensamiento liberal, (sin escrúpulos) de hoy en día

Luis Miguel Álvarez Valera

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Siempre me ha llamado mucho la atención la diferencia (sin escrúpulos) de los liberales en la defensa de sus privilegios. Hacen gala de una flema británica y dan explicaciones de las diferencias, entre blancos y negros, entre ricos y pobres, entre hombres y mujeres o entre emigrantes y ciudadanos establecidos. 

Al escuchar sus argumentos basados en principios inamovibles, patrióticos o simplemente negacionistas me llenan de dudas que alcancen tal grado de certezas. A su lado los demás parecemos ignorantes.

Sus principios basados en la propiedad, la libertad individual, el beneficio empresarial nunca tienen fin. 

Pero, claro, cuando los más pudientes económicamente viajan nunca encuentran atascos, porque lo hacen a horas y días que no lo hacemos los demás mortales. Cuando van a los hospitales siempre tienen cama y varios diagnósticos rápidos y eficientes. Solo una objeción: hay que pagarlos. Cuando sus hijos estudian van a universidades privadas y con profesores a su servicio, pueden elegir en algún caso hasta pagarse los títulos. 

Por eso les ponen enfermos los impuestos, no necesitan ni carreteras, ni hospitales ni educación pública, somos los denominados “clase media” (en extinción) los que tenemos que levantar la voz democrática y decir que no somos iguales, que nuestros principios se basan en la solidaridad, la participación política (más, no menos), la economía participativa, la investigación, la ecología, la igualdad, etc. 

Es el estado quien tiene la obligación de defendernos de estos protectores de la desigualdad, tiene que hacer posible con sus presupuestos que de verdad seamos iguales, que de verdad sea posible que uno, nazca donde nazca (ciudad, nación o barrio), tenga las mismas posibilidades de ser juez, abogado o lo que le dé su inteligencia. No podemos consentir que sigan llamándonos ignorantes y, además, ser trabajadores pobres a su servicio. 

Siempre me ha llamado mucho la atención la diferencia (sin escrúpulos) de los liberales en la defensa de sus privilegios. Hacen gala de una flema británica y dan explicaciones de las diferencias, entre blancos y negros, entre ricos y pobres, entre hombres y mujeres o entre emigrantes y ciudadanos establecidos. 

Al escuchar sus argumentos basados en principios inamovibles, patrióticos o simplemente negacionistas me llenan de dudas que alcancen tal grado de certezas. A su lado los demás parecemos ignorantes.