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CRÓNICA

Casado se lanza a por el votante de Vox sin renunciar al apoyo de Abascal

Aitor Riveiro

Valencia —

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Pablo Casado ha elegido. Entre Aznar y Rajoy, Aznar. Entre Moreno y Ayuso, Ayuso. Entre ofrecer una imagen moderada para abrir el partido al centroizquierda o mirar a la ultraderecha, opa hostil al votante de Vox. Eso sí, sin mencionar ni una sola vez al partido de Santiago Abascal, para bien ni para mal, no vaya a ser que el vaticinio de llegar a los 176 diputados lanzado por su número dos no se cumpla y precise de los votos ultra para llegar a la Moncloa a la tercera, su única vía de supervivencia política. 

No fue solo Casado. Nadie ha nombrado a Vox en los seis días previos al cierre de la Convención Nacional, que el PP ha llevado por diferentes ciudades españolas. Ninguna de las decenas de personas que han participado en las muchas charlas, simposios, paneles o conferencias ha mencionado al partido de Abascal. Ni por error. Ni siquiera el fundador del partido de ultraderecha, Alejo Vidal Quadras, quien dijo delante de Casado “echar de menos” a su antigua formación, aunque al día siguiente rectificó en una entrevista y lo calificó de “momento de debilidad”. 

Los únicos comentarios que pudieran relacionarse con Vox vinieron de líderes internacionales. El polaco Donald Tusk, el danés Anders Rasmussen o el griego Kyriakos Mitsotakis, el único jefe de Gobierno en activo que ha participado en la convención, sí advirtieron de los riesgos del “populismo de extrema derecha”. Sin profundizar.

Los ponentes españoles, los del PP y los que llevaban la etiqueta de independientes, ni eso. Para ellos, el “orden mundial liberal”, en palabras de Aznar, está en riesgo por los populismos de izquierdas, los comunismos o “el indigenismo”, que amenaza “el acontecimiento más importante de la Humanidad, después de la romanización, que es la Hispanidad”, según planteó Casado este domingo, en su discurso final en la plaza de toros de Valencia. Un par de días antes había dicho que era el tercer hito mundial, pero ayer ya superaba a la Grecia Clásica.

El escenario permitió al presidente del partido ofrecer, por fin, una imagen de unidad y liderazgo tres años después de asumir el cargo. Sin llegar a los números de cuando en España se lograban mayorías absolutas, el recinto registró un lleno casi total del aforo permitido. Unas 9.000 personas dentro y varios centenares que se quedaron fuera. Todo un logro para los propios organizadores, que no contaban con estos números. De hecho, dirigentes del PP reconocían en los días previos que un evento así “hace tres años era imposible” de concebir. “Ni hace año y medio”, añadían.

Mismo programa, discurso trumpista

El éxito de público, y la tregua firmada con Ayuso, con acto de perdón teatralizado incluido, ha permitido salvar a Casado una convención con un bagaje ideológico y programático bastante pobre. De hecho, el protagonismo de la larga semana de peregrinaje por la España que gobierna el PP no fue nunca para el líder del PP ni para los contenidos de las diferentes ponencias, simposios y charlas, sino para los exabruptos de los invitados estrella.

Tampoco el sábado fue el día de Casado. Lo fue de Ayuso y su acto de contrición, medido al detalle y que pretende dar por zanjado el conflicto abierto entre los dos. El de ellos dos. El personal. El político, el que ha abierto con la dirección nacional de Génova (los “chiquilicuatres” que dijo Aguirre) sigue, soterrado, y emergerá cuando se abra el congreso para controlar el partido en Madrid. Los demás barones regionales lo saben y por eso no escondieron su hartazgo por el protagonismo de la presidenta madrileña, en público y en privado.

Pero este domingo, sí. Por fin Casado tiene su foto de unidad y un baño de masas. Ni la presencia de Francisco Camps, con causas judiciales todavía pendientes, ni la ausencia del canciller Sebastian Kurz, que anuló en el último momento y mandó un mensaje enlatado, aguó la fiesta. Quedaba por saber qué programa ofrece el PP a los españoles para recuperar su apoyo. Y la sorpresa fue, precisamente, la ausencia de estas en los asuntos más importantes. Neoliberalismo económico, conservadurismo social y centralismo territorial. Ni más ni menos.

De hecho, las escasas novedades suponen un ahondamiento en el centralismo. Casado parece dar por perdidas Catalunya y Euskadi, y plantea recuperar las competencias en prisiones cedidas por mandato estatutario a ambas comunidades. De hecho, el líder del PP se enmendó a sí mismo por la estrategia seguida en las elecciones catalanas de febrero de este año y en las que renegó de la gestión que hizo el Gobierno de Rajoy del 1-O. “Hicimos lo que teníamos que hacer entonces y haremos lo que tengamos que hacer en el futuro”, dijo el domingo en Valencia.

Otra vez de vuelta a 2018. Si entonces dijo “el PP ha vuelto”, el domingo dijo “el cambio ya está aquí”. El derrumbe de Ciudadanos, a quien sí se había mencionado de forma habitual en los días previos, ha engrosado las filas populares. “Queremos que vuelvan todos los liberales”, dijo Casado el domingo. “Y los conservadores”, añadió, para sumar a la convocatoria “los socialdemócratas defraudados por el sanchismo”.

Fue la única referencia a algún sector progresista. La tentativa inicial de abrir el partido al centroizquierda quedó enterrada antes de empezar el viaje. Difícilmente puede dirigirse en serio a ese espectro cuando plantea derogar las leyes de Memoria Democrática, trans o de Educación y aprobar una para glosar la Transición; tocar el aborto; o ahondar en la privatización de empresas y servicios; en la criminalización del derecho a huelga;

El regreso al identitarismo trumpista, con la guinda de la promesa de crear un Museo Nacional de Historia de España y la sempiterna referencia a la indubitada españolidad de Ceuta y Melilla, o la inalcanzable de Gibraltar, tiene el objetivo claro de convocar a los votantes de Vox que una vez fueron del PP. El propio Abascal quiso sumarse a la fiesta desde una entrevista en Vozpópuli en la que dijo que no habla con Casado desde octubre de 2020 y planteó que, ahora sí, van a exigir dejar su sello en las negociaciones presupuestarias autonómicas.

El PP y Vox van al choque. O amagan con hacerlo, conscientes de que el entendimiento entre ambos será la llave para mantener los gobiernos que ya controlan y ganar algunos nuevos.