Crónica

Los invitados estrella y la sombra de la corrupción ensombrecen la convención para relanzar a Casado

Aitor Riveiro

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Pablo Casado se las prometía muy felices en el arranque de la convención nacional del PP, que culmina este fin de semana en Valencia. Había aguantado, y ganado, a Isabel Díaz Ayuso en el primer pulso interno serio desde que se hiciera en 2018 con el liderazgo del partido. El presidente tenía por delante varios días de atención mediática continua, en una maratoniana y costosa gira por la España que gobiernan sus barones: desde Galicia a Murcia, pasando por Castilla y León, Madrid o Andalucía. Pero el paso de las jornadas, más protagonizadas por las intervenciones y polémicas de los invitados estrella que por él mismo o el contenido programático de las charlas, han diluido el objetivo principal de la convención: ofrecer una imagen de relanzamiento personal e ideológico, resituar la marca PP en el centro político y abrir el partido hacia el centroizquierda ante el próximo ciclo electoral.

El aperturismo del PP hacia la izquierda de la sociedad –o la poca receptividad de la sociedad a ser incluida en una convención ideológica del PP– fue un fiasco desde la presentación del evento. Casado no pudo convencer a figuras de ese espectro para asistir a ninguna de las muchas mesas de debate que se han celebrado en los cinco días de convención itinerante. Su intención era hacer un evento “a la americana”, en el que el protagonismo del partido quedara solo para la recta final. Pero nada más lejos de la realidad: ni asociaciones de jueces, a las que cursó invitación, ni demasiada sociedad civil, todos los nombres que han desfilado por la convención están relacionados ideológica o estructuralmente con el PP. Los presidentes autonómicos (todos, salvo Ayuso, autoexcluida hasta este sábado), alcaldes y diputados. Desde exmilitantes (como Alejo Vidal Quadras o Juan Carlos Girauta), a colaboradores de fundaciones afines, como José María Fidalgo en Faes, pasando por líderes internacionales de su misma familia política o conectados con la red de relaciones tejida por José María Aznar a uno y otro lado del Atlántico. 

El expresidente de honor del PP renunció en 2016 al cargo por diferencias, parece que irreconciliables, con su sucesor, Mariano Rajoy. Quizá por eso Casado interpuso entre ellos casi 900 kilómetros y cuatro días. Ninguno de los dos aparecerá en el fin de fiesta de la plaza de toros de Valencia, donde la dirección del PP quiere hacer una demostración de liderazgo de Casado, tres años después de imponerse en el XIX Congreso Nacional, y que nadie le haga sombra. Mucho menos la foto del reencuentro (o desencuentro) de Rajoy y Aznar.

La distancia entre ambos permitió recordar a los despistados por qué es mejor no juntar a los dos expresidentes en la misma provincia. El mensaje de Rajoy en el estreno de la convención, el lunes en Santiago de Compostela, casó bien con el leit motiv de los organizadores y reclamó a Casado, sentado a su derecha, huir de “eslóganes, dogmatismo, demagogia y sectarismo”. El PP de Galicia gobierna una realidad atípica, de mayorías absolutas y donde Vox no tiene ni un diputado autonómico. En ese contexto, el presidente de la Xunta, Alberto Núñez Feijóo, pidió a su jefe de filas que “no caiga en las trampas” del populismo, además de escapar de “postulados nostálgicos” y de la “desconfianza hacia las instituciones europeas”. Verde y con asas.

El expresidente, por su parte, reconoció que en 2012 “se nacionalizó la banca”, que “hubo que subir los impuestos”. “No estaba allí para hacer ideología”, se justificó, sino “para resolver una crisis”. De paso, Rajoy también dejo caer que los partidos populistas surgen de las crisis económicas y la corrupción.

El jueves, en Sevilla, llegó el turno de Aznar. Y el pragmatismo dejó paso a la pura y dura ideología. El expresidente dedicó casi hora y media a decirle a su antiguo pupilo , que le siguió como jefe de gabinete por medio mundo cuando abandonó la Moncloa, lo que debe y lo que no debe hacer. Aznar pidió “dar la batalla cultural”, derogar las leyes de memoria democrática y educativas; ridiculizó con comentarios racistas al presidente de México, Andrés Manuel López Obrador, y se situó frente al papa Francisco, jefe de la Iglesia Católica que tanto apoyo ha dado a la derecha en España, siguiendo la estela de Ayuso en su gira por Estados Unidos.

Para entonces, la conferencia ya había perdido su interés inicial y se convirtió en una sucesión de monólogos en los que se sucedían las declaraciones extemporáneas, a veces acompañadas de aplausos, como cuando Aznar dijo que “España es una nación. No siete, cuatro,17 ni 21. No es un estado plurinacional, multinivel, ni la madre que los parió”. O con caras de estupor, como la del presidente de la Junta de Andalucía, Juan Manuel Moreno, al oír a Mario Vargas Llosa decir que “lo importante no es que haya libertad en las elecciones, sino votar bien”, aludiendo a algunos gobiernos de América Latina.

Atrás quedaron otros momentos, como la ponente de una mesa titulada “feminismo liberal” que reprochó a Casado que en el programa de la convención hubiera “menos mujeres que en el Ibex35”. Los equilibrios de las cuatro participantes en el simposio para decir que el feminismo de derechas no tiene nada que ver con denunciar el patriarcado, para a la vez reconocer que las mujeres ganan menos, concilian menos, trabajan más y son sistemáticamente silenciadas, fueron dignos del Circo del Sol.

Sin noticias de Vox

Tampoco pasó desapercibida la mesa celebrada el martes en Valladolid en la que la organizadora de la convención, la diputada Edurne Uriarte, compartió escenario con Juan Carlos Girauta y Alejo Vidal Quadras. El exdirigente del PP, que se fue para fundar Vox porque su partido le parecía blando, dejó al exportavoz de Ciudadanos como un moderado cuando pidió acabar con el Estado de las autonomías, ante el estupor de Uriarte, quien tuvo que repetir un par de veces que su partido no es partidario de un proceso de recentralización de ese calibre.

Vidal Quadras reculó, bajó el tono y se encomendó a Casado, presente en todas y cada una de las jornadas, a quien agradeció varias veces haberle llamado personalmente para contar con él en la convención. La participación del fundador del partido que más dolores de cabeza da al PP no fue baladí. Casado no solo quiere “centrar” el partido para intentar atraer electoralmente a parte del centroizquierda, como hiciera Aznar entre 1989 y 2000, para deshacerlo inmediatamente después.

El empuje de la escisión que el PP sufrió por su derecha es, precisamente, la vacuna que aplica el Gobierno de coalición cuando sus aliados parlamentarios le echan en cara sus incumplimientos o la falta de valentía en determinadas políticas. La existencia de Vox, su pujanza, impiden a Casado y los suyos pactar con alguien al margen del propio Vox, toda vez que Ciudadanos parece estar amortizado electoralmente y, sus restos, subsumidos en el PP. 

El horizonte de Casado es reabsorber también lo que pueda de Vox, pero ese objetivo no está tan claro que lo tenga al alcance. Así que los ponentes, incluido él mismo, han hecho equilibrios para no mencionar ni una sola vez al partido de Santiago Abascal. Palabra prohibida. Ni siquiera Aznar lo hizo. Solo Cayetana Álvarez de Toledo se atrevió, pero porque la exportavoz parlamentaria no ha aparecido por la convención. Lo hizo en esRadio.

La sombra de la corrupción es alargada

El día que mejor pinta tenía para Casado fue el miércoles. Con Isabel Díaz Ayuso ausente, el presidente del partido recibió el respaldo de todo el partido en Madrid. Incluido el de Esperanza Aguirre, quien se prodigó en declaraciones a favor del líder del PP, pese a su claro posicionamiento unos días antes a favor de la presidenta madrileña y su estrategia interna.

Aguirre recibió entonces un correctivo que quizá no esperaba y el número dos de Casado, Teodoro García Egea, mencionó la otra palabra prohibida en el PP. “Lo que destrozó al PP de Madrid fue la corrupción”.

La lideresa quedó desactivada, pero como quien menta la horca en casa del condenado, la corrupción también ha aparecido en la convención de Casado. Su invitado estrella el miércoles, el expresidente Nicolas Sarkozy, fue declarado culpable el pasado mes de marzo y condenado a tres años de cárcel por corrupción, aunque la sentencia está recurrida. Pero es que un día después de adoctrinar al auditorio sobre qué hacer para ganar y cómo dirigir un país, fue condenado a otro año de cárcel por corrupción.

Por qué los organizadores eligieron a Sarkozy es un misterio, salvo si se echa un vistazo al estado actual del PP en Europa. Tras la marcha de Angela Merkel y la derrota de su sucesor en las recientes elecciones alemanas, poco poder estatal acumulan los conservadores en el continente, más allá de Austria, con Sebastian Kurz, y Grecia, con Kyriakos Mitsotakis. De lo que hay más al este, los socios del club de Visegrado, nadie quiere saber nada ante su deriva autoritaria. Salvo Vox, que estrecha sus lazos con ellos. 

De hecho, Donald Tusk, expresidente polaco y expresidente del Consejo Europeo, señaló el martes a Casado como futuro líder del PPE. 

La guinda para Casado ha llegado este viernes, mientras la caravana popular llegaba a su última meta volante en Cartagena (Murcia). El juez que instruye el caso Púnica ha propuesto juzgar a cinco exalcaldes del PP de Madrid. 

Con este bagaje llega la convención a su estación final: la plaza de toros de Valencia. Allí está prevista la presencia del expresident Francisco Camps. Fue donde, en 2009, Mariano Rajoy le dijo ante miles de personas: “Siempre estaré detrás de ti, o delante, o a un lado”. Le debía el haberse mantenido al frente del PP, pero la frase le acompañó hasta el final de su presencia pública.

El PP vuelve así a Valencia, fetiche de sus triunfos electorales, pero también uno de los lugares que se han convertido en malditos desde 2015 precisamente por los estragos electorales que provocó la corrupción. Madrid se salvó por la mínima ese año y en 2019, la Generalitat valenciana fue el primer laboratorio del entendimiento entre el PSOE y Podemos, Compromís mediante.

El sábado la convención hará la relatoría de lo dicho durante toda la semana y expondrá las conclusiones programáticas que, se supone, perfilarán el ideario del partido para el próximo e inminente ciclo electoral. Pero los vaticinios apuntan a que la presencia de Ayuso en una mesa con otros presidentes autonómicos puede eclipsar al resto de la jornada. Su llegada, directa desde EEUU, se espera con expectación y, haga lo que haga, hable o calle, acaparará titulares.

El fin de fiesta será el domingo, día reservado para que Pablo Casado se postule ante los españoles para que le den la llave del Palacio de la Moncloa.