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Angelo, de huir de Camerún a aprobar la ESO mientras vivía en las calles de Sevilla: “Nunca me di por vencido”

Carla Rivero

Sevilla —
25 de diciembre de 2025 21:14 h

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Hace tres años, Noutie Tchana Angelo Sylvio saltó la valla de Ceuta. Al tercer intento lo consiguió y, tras pasar la frontera, no miró hacia atrás. Camerún quedó a miles de kilómetros, lejos, donde lo aguardan su pareja y su hija de cinco años, a quienes espera pronto traer consigo cuando, por fin, obtenga un permiso de trabajo tras horas y horas de formación. Pese a dormir en la calle, consiguió el graduado en la ESO, motivo por el que el Ayuntamiento de Sevilla lo reconoció en el acto central de la Semana de las Personas Sin Hogar.

Es irónico hablar de reconocimientos públicos cuando uno se ve abocado a sobrevivir en un sistema en el que se niegan los derechos fundamentales. Angelo, como prefieren que lo llamen, sonríe ante la observación durante la conversación en la sede de la asociación Elige la Vida: “Estoy orgulloso de que mi esfuerzo valiera para algo porque, aunque estuviera estudiando en la calle, se lo he podido mostrar al mundo. Todo era difícil, pero nunca me di por vencido y, aquí, me aconsejaron y me motivaron, es más, me compraron libros para que pudiera seguir adelante”.

Delante de las taquillas azules donde las personas sin hogar que atiende la organización dejan sus maletas y pertenencias, hay dos mesas unidas en el centro de la sala. Testigos de las largas horas, hizo migas con Paco, un usuario que hoy día continúa escribiendo su libro, o con otros compañeros que no entendían por qué se esmeraba en sacar un título cuando lo que priorizaban era la búsqueda de trabajo, a cualquier precio. “Tenía en mente trabajar, pero no tenía esa oportunidad”, comenta, sobre todo después de que le rechazaran su solicitud de asilo. De repente, se vio sin ningún lugar al que acudir. Un primo que aún está en Camerún ya le advirtió de las inclemencias a las que se enfrentaría: “Me dijo que me esperaba de todo, que sufriría, pero no tenía que tener miedo”.

Entre la calle y las casas de acogida

Lo primero era aprender el idioma, casi tan bien como el inglés que maneja o su francés materno. “Noté que, si me quería quedar en España, ese sería el punto más importante y comencé a estudiarlo en Ceuta e, incluso en la calle, seguía aprendiendo por YouTube”, recuerda. Cerrada la puerta de la protección internacional, no pudo continuar en el centro asistencial de CEAR Sevilla. En total, pasó ocho meses a la intemperie, mientras salía y entraba de casas de acogida, como en el centro Miguel de Mañara, el Nuevo Hogar Betania, el piso de acogida de Accem o la empresa SAMU Social, en donde se encuentra actualmente. Sin cejar en su empeño, logró sacar el título de manipulador de alimentos y el carné de carretillero, pero para mejorar sus posibilidades se debía matricular en la ESO y logró entrar en el Centro de Educación Permanente (Ceper) Polígono Norte.

Como taxista, podría haber continuado en Duala, su ciudad de origen, pero la tensión sociopolítica de la nación le obligó a migrar. Tampoco vio como una posibilidad viajar a los estados africanos colindantes, “en Nigeria no hay seguridad y en los países árabes mi piel negra se ve como si fuese blanca”. Así, al lograr cruzar el estrecho de Gibraltar, nunca pensó en que aprobar la educación secundaria facilitara el siguiente paso: acceder al ciclo de formación profesional dual que lo ha especializado en aires acondicionados e instalaciones frigoríficas. Pese al entusiasmo que lo llevaba a escalar cada vez más alto, una vez más el sistema le ponía trabas en el ascenso.

El curso le permitió realizar prácticas empresariales, por lo que pudo acceder a un precontrato laboral con el que solicitó el permiso de residencia y trabajo. Un trámite que concede el Ministerio de Inclusión, Seguridad Social y Migraciones en un plazo máximo de tres meses, pero en esta ocasión tardó cinco meses . “Hay gente que espera seis, siete meses, y yo y mi jefe estábamos desesperados de esperar... Seguro que por eso ahora me han dicho que tengo que esperar”, declara. A causa de este lío burocrático, deberá retrasar todos los trámites de arraigo hasta enero del año que viene, “el empresario no se va a quedar sin cubrir el puesto”, dice, resignado.

Colectivos vulnerables

“Lo que le pediría a la administración es que facilitaran la documentación que pedimos y que cumplan los plazos, o que no nos pidan documentos que saben que no vamos a conseguir, como el contrato mismo de trabajo”, asevera ante los compañeros que escuchan la charla. También, critica la excesiva burocracia que exigen a la parte contratante, temiendo que se arrepientan en el último momento de haberse decidido a emplearlo. Una afirmación con la que concuerda Rafael Díaz, representante de Elige la Vida.

Se sienta frente al joven de 26 años, a quien ha acompañado a lo largo de estos tres últimos años desde que llegara a España, y toma su ejemplo como una incongruencia más del sistema de atención social que impera: “Someten a las personas vulnerables a un periplo horroroso”. No solo se trata de Angelo, sino de colectivos desprotegidos, por ejemplo, se refiere a las esperas interminables para quienes solicitan el Ingreso Mínimo Vital, a las subvenciones destinadas a las personas en situación de sin techo o a los propios migrantes que llaman a su puerta en busca de un apoyo cuando se les niega una respuesta desde la esfera institucional.

La entidad de la que forma parte Rafael nació en el barrio de Triana a finales del siglo pasado como una forma de auxiliar a quienes sufrían los efectos devastadores de la drogodependencia. El espíritu se conserva a través de distintas áreas con acciones directas en el barrio. No quieren crecer más, porque los 80 socios que hay en la actualidad creen en la labor comunitaria, en los gestos cercanos y centrados en cada calle que rodea a la sede de la asociación. A su alrededor, vienen y van las personas que acogen, saludan, se ponen al día en este día de diciembre, y, atendiendo a Angelo, admite que la relación ha profundizado de tal forma que ya es alguien más de la familia.

Este año terminará en breve y, con esperanza, el joven camerunés espera la resolución de la petición de arraigo. Con ello, logrará encontrar un trabajo al finalizar el segundo curso de la formación profesional y, por fin, tener los recursos suficientes para acceder a una vivienda en Sevilla, la siguiente meta, donde espera, pronto, acoger a su familia.