España se plantea qué hacer con las dosis de vacunas que se compraron de más

Belén Remacha

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La campaña contra la COVID-19 comenzó en España allá por diciembre con apenas 300.000 dosis de vacunas a la semana, pero ahora el ritmo marca más del doble de pinchazos cada día. A medida que crece el porcentaje de la población inmunizada es más evidente que acabarán sobrando viales. La Unión Europea compró muchos más de los necesarios para toda su población, así que las cuatro farmacéuticas que nos suministran han comprometido 93,3 millones para España hasta septiembre. Ya hemos recibido 47 millones y faltan por llegar otros tantos. A la vez, solo quedan ocho millones de ciudadanos esperando su segunda dosis y unos 10 millones esperando su pauta completa para llegar al objetivo del 70% vacunado.

Estas dosis pendientes podrán ser dobles (Pfizer, Moderna) o monodosis, si es de Janssen, a quien le quedan por enviar 16 millones tras varios retrasos. Pero algunas consejerías reconocen que sobre todo les van a “sobrar” viales de AstraZeneca/Oxford, que tras destinarse a los trabajadores esenciales ahora solo se administra al colectivo de entre 60 y 69 años. En Euskadi, por ejemplo, esta semana quedaban 141.000 personas de esa edad por pinchar y les llegaban 168.000 dosis. En total falta que lleguen cuatro millones más de inyecciones de esa compañía, y hay 2,5 millones ciudadanos esperando a su segunda vacuna. ¿Qué haremos con el resto?

“Esa será una decisión política y no profesional”, dice Amós García Rojas, presidente de la Asociación Española de Vacunología y miembro de la Ponencia de Vacunas que decide sobre la estrategia. Con la premisa de que, por ser una decisión política, en la Ponencia no van a tomar parte, barrunta que primero se terminará con todos los colectivos, o incluso se superará el objetivo del 70% de la población inmunizada, y luego “una posibilidad es que vayan a COVAX”.

COVAX es la plataforma de reparto equitativo que montó Naciones Unidas pero que ha acabado siendo un mecanismo de donación, por la cantidad de vacunas que los países ricos han acaparado. Lo que está claro, según García Rojas, es que AstraZeneca no se va a ampliar a esos grupos de jóvenes que faltan: “La limitación de que no se dé AstraZeneca a menores de 60 años no va a cambiar a estas alturas, eso seguro”. Y avisa: “No tengo claro que nos lleguen los cuatro millones que faltan de AstraZeneca, tal y como han sido los retrasos hasta ahora. COVAX es una alternativa, pero casi lo más probable diría que es que no lleguen todas las vacunas comprometidas y no sobren tantas”.

El presidente Pedro Sánchez se comprometió esta primavera a donar a América Latina (donde viven 650 millones de personas) 7,5 millones de dosis; un poco después, en junio, habló de 15 millones para COVAX. El total son 22,5 millones con el único plazo de que se aporten antes de que termine 2021. Todavía no se ha mandado ninguna. Fuentes del Ministerio de Sanidad señalan a este periódico que se va a cumplir, pero recordaban que además del 70% de los adultos se ha sumado otro reto: vacunar a adolescentes y, quizá en algún momento, a niños y niñas. Existía cierto debate en la comunidad científica y humanitaria acerca de hacerlo o no, al menos mientras no están protegidos todos los vulnerables del mundo, pero el Gobierno parece haberse decantado por el sí, incluyendo cohortes de edad hasta los 12 años.

Las donaciones no son la solución

Hace tiempo que los expertos en acceso equitativo a las vacunas consensúan que las donaciones no son la solución. Johnattan García Ruiz, profesor de Salud Pública en la Universidad de los Andes de Bogotá (Colombia), explicaba que la desigualdad no se da tanto entre el mundo rico y el mundo pobre, sino entre el mundo que tiene laboratorios y capacidad de desarrollar vacunas y el mundo que no. Y que lo que habría que hacer es compartir conocimiento (con la liberación de patentes) y tecnología. COVAX es el mecanismo “menos malo” hoy por hoy, pero es “insuficiente”, porque se ha convertido simplemente en el organismo en el que los privilegiados, en algún momento, enviarán sus sobrantes.

Las donaciones en sí tienen muchas limitaciones, y hay formas y formas de hacerlas. Su “primer problema”, dice Miriam Alía, coordinadora de Emergencias para Médicos Sin Fronteras, es que “ya estamos viendo cómo se donan lotes con la fecha de caducidad muy acotada”. Los primeros de AstraZeneca solo valen por seis meses, a los países pobres llegan con menos, “incluso a veces a punto de caducar. Y eso resta autonomía”. También el hecho de no saber la fecha a la que se van a recibir, “depender de lo que sobre a otros países cuando terminen ellos, sin nada concreto. Eso es un problema logístico y programático”.

Otra vertiente problemática son las donaciones tal y como las planteó Sánchez, directamente a un territorio (América Latina), teniendo en cuenta factores diplomáticos, no de necesidad. “En Latinoamérica están subiendo los casos, está bien donar ahí. Pero no llegan a los países en sus peores momentos, todo depende de las relaciones”. Por último, analiza Alía, “las donaciones han acabado siendo un lavado de cara para los países en contra de liberar las patentes. Están alargando los tiempos de negociación de las patentes, porque donar, una vez que se ha acabado con su propia población, no tiene ningún coste político en sus sociedades de origen”.

Los problemas de dar la vacuna que no queremos

La Unión Europea está apostando fuerte por las vacunas de ARN mensajero (Pfizer/BioNTech y Moderna), confirman fuentes de la Agencia Española del Medicamento, parte de la Agencia Europea (EMA). Son más adaptables a las variantes, por lo que serán útiles en futuras revacunaciones, se han demostrado más efectivas y, especialmente la primera, han cumplido casi puntualmente con sus envíos. AstraZeneca tiene una menor efectividad y adaptabilidad y ha sido incluso llevada a los tribunales europeos por incumplimiento. En el sector no se escapa que sea esta última la más susceptible de ser donada, la farmacéutica con la que las potencias quieren romper lazos una vez la emergencia sanitaria termine.

“En países del África subsahariana ya hay muchos rumores sobre que les mandan AstraZeneca porque en Europa no la quieren”, cuenta Alía, que acaba de volver de misión humanitaria en Camerún. “También de que las que lleguen del Serum Institute de India no les va a permitir acceder al certificado COVID europeo. Todo lo que hacemos en Europa influye. Escuchan la radio y leen las redes sociales, conocen los casos de trombos. La información llega como aquí, puede que un paso más desvirtuada. Y se está creando una campaña en contra esta vacuna que, si va para ellos, hay que saber explicar”.

En todo caso, con el 70% de la población inmunizada, presumiblemente en agosto, no acabará todo. Europa ya tiene contratos para 2022, porque da por hecho que seguiremos necesitando dosis. Algunas compañías ya han anunciado que han detectado que se necesita una tercera inyección, pero la comunidad científica pide prudencia. Carmen Cámara, secretaria de la Sociedad Española de Inmunología, apostaba porque los primeros que tengan que necesitar un refuerzo sean las “personas del grupo 7 inmunodeprimidas, las que tienen mucho riesgo” [en el plan estaban priorizadas unas 365.000]. “Quizá en septiembre es pronto, pero sí es posible que eso haga falta con relativa rapidez”, por lo que una parte de las dosis que “sobren” puede necesitar esa salida.