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Opinión - Vivir sobre un polvorín. Por Rosa María Artal

El mal llamado 'porno de venganza' o cómo tratar de avergonzar a las mujeres por ser sexualmente activas

Verónica se suicidó el sábado después de que decenas de compañeros de trabajo compartieran sin su permiso un vídeo sexual suyo. La Policía ya investiga a un hombre con el que mantuvo una relación y que habría sido el primero en difundirlo. En Italia, en 2016, se quitó la vida Tiziana Cantone, de 31 años, tras meses de acoso después de que un exnovio difundiera un vídeo de contenido sexual y que las bromas, también por parte de personajes públicos, se multiplicaran. Amanda Todd, una adolescente canadiense de 15 años, tomó la misma decisión después de que un hombre difundiera una imagen sexual que ella le había enviado. Son los casos más extremos del mal llamado 'porno vengativo o de venganza': la difusión sin consentimiento de imágenes sexuales como forma de amenazar, coaccionar, intimidar o perjudicar a la persona que aparece en ellas. Un delito que no es ciego al género y que afecta mayoritariamente a las mujeres.

“No son delitos neutros desde el punto de vista del género, los padecen más las mujeres porque aún hay una concepción de la sexualidad femenina que sitúa a las mujeres como objetos pasivos, una sexualidad reproductiva y no de satisfacción. Cuando una mujer se sale de la norma, los efectos sobre su honor, su intimidad y su integridad son más graves que para un hombre. Un hombre casi sale reforzado de un vídeo sexual”, explica la profesora de Derecho Penal de la Universidad de Valencia Paz Lloria. 

Es el esquema 'machos y putas' que lleva siglos operando: lo que para un hombre supone casi un refuerzo social, para una mujer es motivo de escarnio. Esa es la base sobre la que funciona ese 'porno de venganza' porque se entiende que la difusión de las imágenes sexuales dañará a las mujeres. “Hay una diferencia en el daño que se hace al bien jurídico”, apunta Lloria. El daño es tal que las expertas subrayan la vergüenza como obstáculo para denunciar, mucho más aún en las menores o incluso en sus padres. “Es algo que afecta al honor y la intimidad y parece que cuanto menos se haga, menos se sabe”.

“Se penaliza el ejercicio de la libre sexualidad de las mujeres y se las somete a una victimización secundaria porque no solo es la difusión y el delito contra la intimidad sino que después hay una penalización social que las señala a ellas como culpables. Sigue imperando esa imagen de que las mujeres no podemos disfrutar de nuestra sexualidad”, explica la directora del Injuve, Ruth Carrasco. 

El término que se ha hecho popular -“porno de venganza” (del inglés revenge porn)- es controvertido. “No es porno porque esas imágenes no son material pornográfico ni se han producido con esa finalidad. Y no es venganza porque no es una reacción a un desagravio equivalente. Es un delito”, subraya Carrasco. A principios de año, el organismo coordinó junto a varias asociaciones una campaña para alertar de que este tipo de conductas entran dentro de la ciberviolencia y de la violencia machista. “Es igual que cualquier otra violencia sexual, el objetivo no es la venganza sexual, es la dominación”, describe la experta en violencia sexual y coordinadora de Creación Positiva, Montse Pineda.

Daño exponencial

Sin embargo, la difusión y visionado de este tipo de imágenes sigue siendo percibido por muchos como una broma más que como una conducta delictiva. “Es una de las formas de violencia que en estos momentos es más habitual, pero está demasiado naturalizada. No se integra como una forma de violencia que tiene que ver con el derecho a la libertad y a la autonomía sexual”, dice la experta en violencia sexual y coordinadora de Creación Positiva, Montse Pineda. Se trata, además, de una violencia pública que busca exponer y señalar a las mujeres y con un efecto que va más allá de un momento concreto.

“Tiene un impacto a posteriori, no es solo quién te lo hace sino el efecto, el señalamiento social de más gente, el daño exponencial que te supone saber que esas imágenes están ahí y que no tienes un espacio seguro”, afirma Pineda. A pesar de su impacto, es frecuente que las mujeres que lo sufren no se identifiquen como víctimas de violencia y que los servicios que atienden a quienes han sufrido violencia u acoso sexual no estén preparados para abordar estos casos: “Es de una intensidad muy alta y la respuesta no suele ser acorde”.

Las expertas coinciden en la necesidad de reforzar que el culpable es siempre quien difunde. “El primer culpable es quien manda el primer mensaje pero están todos los demás partícipes, que reenvían o miran. El que comparte es responsable, el que colabora también. Y a quien hay que señalar es siempre a los culpables”, concluye la directora del Injuve.