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Cae el mito de la lepra traída por los europeos: ya existía en América desde hacía siglos

Caballos, armas, enfermedades y mapas. La llegada de los europeos al continente americano supuso una transformación profunda que alteró para siempre los modos de vida existentes. No solo se trató de una conquista militar o de una apropiación territorial, sino de una irrupción biológica, social y cultural que afectó hasta a los huesos.

Las rutas abiertas por las expediciones coloniales trajeron consigo alimentos, sistemas de organización, ideas religiosas y microbios capaces de borrar generaciones enteras. Entre todos los rastros visibles de ese impacto, hubo uno que siempre se consideró definitivo: la introducción de enfermedades como la viruela, el sarampión o la lepra. Pero esa certeza acaba de resquebrajarse.

Lo que contaban los huesos enterrados en Canadá y Argentina no coincidía con la versión oficial

Restos humanos hallados en yacimientos arqueológicos de Argentina y Canadá han revelado la presencia de Mycobacterium lepromatosis, una bacteria relacionada con la lepra, en poblaciones indígenas que vivieron allí hace más de mil años.

El hallazgo, publicado en Science por el equipo internacional coordinado por el Instituto Pasteur y la Universidad Estatal de Colorado, desmiente por completo la teoría que atribuía a los europeos la responsabilidad exclusiva de la difusión de esta enfermedad en América. Se ha demostrado que esa variante ya circulaba por el continente mucho antes de la colonización.

En los laboratorios donde se procesaron las muestras, los investigadores lograron aislar fragmentos de ADN bacteriano a partir de cráneos y restos óseos, identificando claramente la presencia de M. lepromatosis. Esta variante había sido detectada por primera vez en 2008 en un paciente mexicano, lo que entonces se interpretó como un posible caso aislado. Sin embargo, los resultados actuales confirman que ya formaba parte del entorno humano americano en el año 1000.

La lepra precolombina era real y sus rastros siguen vivos en casos modernos

Uno de los hallazgos más reveladores apareció en un enterramiento de la costa de la actual Columbia Británica, en territorio de las comunidades indígenas Lax Kw’alaams y Metlakatla. Allí, el genoma completo de la bacteria fue reconstruido a partir de un esqueleto, lo que permitió fechar su antigüedad y compararlo con otras variantes.

La investigadora María Lopopolo, que participó en el estudio desde el Laboratorio de Paleogenómica Microbiana del Instituto Pasteur, explicó que los restos contenían “evidencia genómica clara de M. lepromatosis en contextos precolombinos”.

Los análisis también abarcaron restos hallados en Argentina, en zonas separadas por más de 10.000 kilómetros del caso canadiense. Las coincidencias genéticas entre ambos hallazgos sugieren que esta bacteria no se limitó a focos aislados, sino que tuvo una circulación amplia por el continente.

Lopopolo afirmó que “este descubrimiento transforma nuestra comprensión de la historia de la lepra en América”, al demostrar que había una versión de la enfermedad que “ya era endémica entre poblaciones nativas antes de la llegada de los europeos”.

El equipo de investigadores utilizó técnicas de secuenciación para analizar tanto restos antiguos como muestras clínicas modernas de personas afectadas por la lepra. En el proceso, identificaron 34 casos recientes con M. lepromatosis, principalmente en México, lo que sugiere una persistencia de esta variante a lo largo de los siglos. Los modelos evolutivos sitúan su aparición hace unos 9.000 años, lo que refuerza la hipótesis de que surgió en América de forma independiente.

Uno de los aspectos más llamativos del estudio tiene que ver con la conexión transcontinental de la bacteria. Se ha comprobado que linajes relacionados con M. lepromatosis también están presentes en ardillas rojas del Reino Unido. La posible vía de transmisión apunta al transporte de ardillas grises desde América del Norte hacia Europa en los siglos recientes, donde podrían haber contagiado a las especies locales. Aunque todavía no hay pruebas concluyentes sobre esa ruta, el vínculo genético está documentado.

Las comunidades indígenas decidieron cómo usar los restos y qué hacer con los datos

El proyecto se desarrolló con la colaboración activa de comunidades indígenas, que participaron en las decisiones sobre el uso de los restos humanos y el destino de los datos. El material fue devuelto en todos los casos en los que se solicitó, y los resultados se compartieron en plataformas diseñadas para respetar los principios culturales de cada grupo.

Lejos de tratarse de un vestigio del pasado, el estudio refleja la capacidad de ciertas bacterias para adaptarse y persistir a lo largo de los siglos. El hallazgo también obliga a revisar uno de los relatos históricos más extendidos sobre la difusión de enfermedades tras la llegada europea, abriendo un nuevo campo de investigación sobre los patógenos que ya convivían con los pueblos originarios.