El enigmático 'Hombre Dragón' tenía ADN denisovano y permite reconstruir por fin su rostro

Los primeros restos que salieron a la luz en la cueva de Denisova, en Siberia, no permitían saber cómo era el rostro de los homínidos a los que pertenecían. Se trataba de una falange de un dedo meñique, dos muelas y algunos fragmentos óseos aislados. Aunque eran piezas mínimas, su información genética desveló la existencia de un linaje humano desconocido hasta ese momento.

No había rostro que reconstruir, pero las secuencias de ADN hablaban con claridad: ese grupo, emparentado con los neandertales, había dejado una marca genética duradera en diversas poblaciones actuales del sudeste asiático. Así comenzó a formarse la estructura de los denisovanos, aunque su apariencia siguiera siendo un misterio. La imagen cambió por completo cuando se reanalizó el cráneo hallado en Harbin, al noreste de China.

Un linaje humano desconocido empezó a tomar forma gracias a un dedo meñique

El fósil fue encontrado en 1933 durante unas obras en la ciudad de Harbin, pero pasó décadas escondido en un pozo. No fue hasta 2018 cuando un hombre lo entregó al paleontólogo Qiang Ji, que lo estudió con su equipo en la Universidad Hebei GEO. En ese momento, clasificaron el cráneo como perteneciente a una nueva especie humana, a la que denominaron Homo longi, el Hombre Dragón.

La hipótesis se mantuvo hasta que, años después, la genetista Qiaomei Fu, del Instituto de Paleontología de Vertebrados y Paleoantropología de Pekín, propuso una revisión molecular. Analizaron muestras del cálculo dental de una muela, ya que el sarro puede conservar restos genéticos atrapados durante miles de años.

El resultado fue clave. Aunque no se logró recuperar ADN nuclear, sí extrajeron ADN mitocondrial que coincidía con el de los denisovanos hallados en la cueva siberiana y en otros yacimientos del Tíbet. A eso se sumó el análisis proteómico, con 95 proteínas rescatadas del cráneo. Una de ellas coincidía con otra procedente de un hueso de dedo de denisovano, lo que permitió confirmar que aquel individuo de Harbin no representaba una nueva especie, sino una ya conocida, pero hasta ahora sin rostro.

Los resultados fueron publicados en las revistas Science y Cell, con la participación de investigadores del Instituto Max Planck, incluida la colaboración de Svante Pääbo, galardonado con el Nobel por su trabajo sobre evolución humana.

Un cráneo robusto, una mirada profunda y una boca ancha para el retrato más completo hasta ahora

Gracias a este hallazgo, por primera vez se ha podido definir con detalle la morfología completa de un denisovano. El cráneo muestra una caja craneal de gran volumen, comparable a la de los humanos modernos, aunque con rasgos propios. Las cuencas oculares son amplias y cuadradas, las cejas presentan crestas muy marcadas, la boca es ancha y los dientes son grandes. Todo apunta a un individuo robusto, de unos cincuenta años, que vivió en una zona boscosa cercana a un río.

El equipo de Qiaomei Fu explicó en Cell que, tras combinar todos los resultados del análisis molecular, pudieron concluir que “ahora contamos con el primer mapa morfológico completo de las poblaciones denisovanas, lo que ayuda a abordar una pregunta sin resolver que ha persistido durante la última década sobre el aspecto de los denisovanos”.

Este avance también permite reinterpretar otros fósiles del este asiático, como los de Dali y Jinniushan, que podrían compartir origen. El descubrimiento del cráneo de Harbin ofrece una referencia anatómica que facilitará nuevas comparaciones entre restos encontrados en distintos puntos del continente.

En paralelo, el estudio ha servido para afinar el conocimiento sobre la expansión de los denisovanos. Compartieron un antepasado común con los neandertales y, tras separarse hace unos 400.000 años, se establecieron en Asia oriental, posiblemente también en Oceanía. La genética demuestra que hay poblaciones humanas actuales que aún conservan parte de su herencia.

El registro fósil disponible hasta ahora no había permitido reconstruir su apariencia. El cráneo de Harbin, sin embargo, cubre ese vacío. Según los investigadores, además de confirmar su clasificación, este fósil completa un eslabón que conecta los datos moleculares con la morfología de una especie que, hasta hace poco, solo era una secuencia genética.