Llegó del Congo en el siglo XV y hoy es uno de los instrumentos musicales más característicos de la Navidad

La zambomba, ese instrumento musical de aspecto rústico y sonido inconfundible, se erige como el símbolo sonoro por excelencia de la Navidad en buena parte de nuestra geografía, especialmente al acompañar los tradicionales villancicos. Conocida también en algunas zonas como pandorga o runcho, la zambomba es hoy por hoy tan conocida y utilizada que su nombre ha trascendido la designación instrumental para nombrar a la propia fiesta navideña que tien lugar en puntos del sur de la península como Jerez de la Frontera. En todo caso y desde un punto de vista organográfico, la zambomba se clasifica como un membranófono del grupo de tambores de fricción, específicamente, de fricción indirecta, dotado de un astil simple que puede ser fijo o móvil. Su estructura básica consiste en un recipiente hueco, que tradicionalmente era de barro cocido o cerámica, aunque también podía ser de madera u hojalata. 

Un extremo del recipiente está cubierto por una piel o parche —a menudo de cabra o conejo— tensada y atravesada en su centro por una varilla o astil de caña o carrizo. El sonido, descrito como un runrún ronco y monótono, se produce al vibrar la membrana cuando el ejecutante fricciona el carrizo de arriba abajo y de abajo arriba con los dedos humedecidos. Aunque su sonoridad puede llevar a pensar en una etimología puramente onomatopéyica, su nombre está profundamente anclado en su origen geográfico; el vocablo zambomba proviene del congoleño zimbembo, que significa “el canto de los funerales”, lo que alude al carácter fúnebre de ciertos membranófonos fricativos africanos. Y es que el origen del instrumento no es español, sino africano, específicamente del Congo, donde se utilizaba para amenizar los ritos de iniciación de los jóvenes.

La ahora ya famosa zambomba se cree que llegó a la península ibérica hacia el siglo XV, traída por esclavos oriundos de Zaire. Estos esclavos, dedicados en gran parte al servicio doméstico, ayudaron a su difusión por el sur de España, y más tarde, el instrumento fue readaptado por los cristianos como un sencillo acompañamiento para las coplas y villancicos navideños. Desde la península, el membranófono de fricción continuó su expansión por Europa, especialmente en el siglo XVI. Existen teorías que sugieren que fueron los españoles quienes lo trasladaron a Flandes y Alemania a través de los Tercios. En Holanda y Alemania, el instrumento se popularizó bajo el nombre de Rommelpot, y hasta hoy los niños lo utilizan en la temporada navideña para acompañar sus cantos. 

De hecho, las formas de la zambomba son notablemente diversas a nivel global, incluyendo el Ioncani bas y el Zabice de Yugoslavia hechos de barro cocido y vejiga de cerdo, o un tipo ruso en el que la varilla de fricción es reemplazada por un abundante mechón de crin de caballo. Pero aquí en nuestra geografía la forma “tradicional” y más extendida es la de “puchero” de barro cocido. La piel que sirve de membrana se sujeta a la boca del puchero, y el mástil de caña fina atraviesa el centro. El diccionario de la Real Academia de la Lengua Española la describe como un instrumento rústico, que, al ser frotado con la mano humedecida, produce un sonido fuerte, sonoro y monótono. Curiosamente, la parte más esencial y frágil es el carrizo de junco seco, sin el cual el pesado instrumento de barro no suena, y si este se rompía durante las fiestas, la zambomba quedaba inservible.

En la zona de Granada, por ejemplo, la fabricación de este instrumento se consolidó en talleres familiares. Aunque la tradición morisca de fabricación se seguía anteriormente en el Albaicín, hace más de 50 años, la producción se concentró en Otura y Monachil. En estos talleres se manufacturaba el cono de arcilla a mano y se cocía al horno. Posteriormente, en la cuesta de San Ildefonso, otros talleres se encargaban de cubrir el cono con el pellejo y el carrizo. Las mujeres jugaban un papel importante en este proceso, dedicándose al adorno de las zambombas y panderos con flores de papel de colores. La zambomba, eso sí, también tiene una historia destacada en las artes escénicas españolas. Durante el siglo XVIII, figuraba entre los instrumentos utilizados en la popular tonadilla escénica. 

Un ejemplo notable data de 1764, en una “Idea pastoral” para la fiesta de Navidad, donde la orquesta debía imitar el sonido del pintoresco instrumento; las “Seguidillas al aire de la zambomba” eran curiosamente imitadas por el fagot obligado. Además de su presencia real, la zambomba es protagonista literaria en numerosos villancicos navideños, e incluso Felipe Pedrell recogió un canto popular de Molina (Guadalajara) que se interpretaba la víspera de Navidad sin más acompañamiento que la zambomba. En la actualidad y con las fiestas de la Navidad a la vuelta de la esquina, la zambomba goza de un arraigo especial, siendo las ciudades de Jerez y Arcos de la Frontera (Cádiz) dos de los lugares emblemáticos para su celebración. Su gran popularidad moderna se debe a la incorporación del villancico al repertorio de los artistas flamencos. El fenómeno, que consiste en estas reuniones festivas para cantar acompañados del instrumento, es de tal importancia cultural que fue declarado Bien de Interés Cultural (BIC) en 2015.

Objeto profano

Paradójicamente, aunque hoy se asocia con el regocijo navideño, la zambomba lleva consigo el peso de su pasado, ligada a los ritos de los esclavos africanos que la trajeron consigo. En su origen, el instrumento pudo haber tenido un carácter sacro, relacionado con la necromancia, la invocación, y los cantos funerarios. Al ser asimilado en España y perder el contexto de los cultos africanos que lo rodeaban, el instrumento se convirtió en un objeto profano y de diversión, perdiendo su fuerza hierática y transformándose, en algunos casos, en un juguete infantil.

A pesar de esta pérdida de su esencia litúrgica inicial, la zambomba se abrió camino y logró sobrevivir al proceso de aculturación, enriqueciendo las festividades populares en Europa y América. Su historia es un testimonio de cómo los rasgos culturales de los pueblos africanos se adaptaron y fusionaron con las tradiciones de la población predominante. Hoy, cuando se escucha el “rasgado grave del cuero en fricción”, la zambomba no solo evoca la alegría navideña, sino también, sutilmente, “la evocación de África reclamando a sus hijos perdidos”. Quizás muchos neófitos de los instrumentos musicales no lo sepan, pero ahí radica su origen y de ahí que sea, en ocasiones, la gran protagonista musical de más de una celebración navideña como las que se suceden en Arcos o Jerez, ciudades donde no solo aparece más de una zambomba sino que muchos de los asistentes a esas festividades entre amigos, conocidos o familiares se atreven a tocarla.