No solo existen las fallas en Valencia, en la Vall de Boí también se celebran, pero son muy diferentes

Eva Cervera

21 de julio de 2025 09:05 h

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No se caracterizan por la construcción y quema de monumentales figuras de cartón piedra de carácter satírico y humorístico, como pasa en Valencia, pero las fallas también se celebran en otro punto de la geografía española.

En la Vall de Boí, un valle de la zona de la Alta Ribagorça (Lleida) con tesoros románicos en forma de iglesias diseminadas en sus ocho pequeños núcleos de población, las fallas son unos troncos resinosos que pueden llegar a tener hasta dos metros de alto. Cada participante en la fiesta (faller o fallera) elabora su falla antes con madera de pino, fresno o avellano atravesado con alambres y puntas. Ese día, recorre el camino hasta lo alto de la montaña para quemar su falla, que se convierte en una enorme antorcha, y la baja de noche, formando parte de una larga fila, en zigzags hasta la plaza del pueblo.

Es la curiosa y particular bajada de las fallas, que cada año dibuja en la montaña una serpiente de fuego. Puedes ver este espectáculo en junio, julio y a veces también en agosto en pueblos como Durro, Boí, Barruera, Taüll o El Pla de l'Ermita. Son lugares de alta montaña y clima extremo que estuvieron aislados durante siglos, por lo cual preservan casi intacto el territorio y sus riquezas naturales y culturales. También, cómo no, esta tradición ancestral.

Culto al sol y ritual de paso

En esta fiesta del fuego, las fallas se suben hasta el faro del pueblo o la zona más alta de la montaña, puntos que eran de vigilancia y control de las fronteras. La bajada se ve desde distintas zonas, donde la gente se agolpa horas antes para animar la llegada de los y las falleras, que en el tramo final corren espoleados por la euforia, los aplausos y la música que resuena en la plaza. “Es un subidón pensar que lo que hacemos ahora, lo hacían ya nuestros antepasados”, dice Àlex, trabajador en una tienda de bicicletas de una de las localidades de la Vall de Boí que celebran las fallas. Cuando acaban de bajar la montaña, comienza una gran fiesta alrededor de una hoguera en torno a la cual se bailan danzas tradicionales.

Es un acto que tiene su origen en el culto al sol. Antiguamente, la Vall de Boí vivía muchos meses de nieve y pocos días de sol. Estos escasos días se celebraban ya entonces a lo grande, dando las gracias a los dioses por las cosechas recibidas igual que se hace actualmente. La bajada de las fallas era y es, también, una manera de ahuyentar los malos espíritus, según el documental "Falles, la festa del foc" (“Fallas, la fiesta del fuego”).

Antes, solo se permitía bajar a los jóvenes solteros y la presencia de las mujeres estaba prohibida. Socialmente, esta fiesta marcaba el paso de la infancia a la vida adulta, era un ritual de paso. Quien era capaz de elaborar su falla, subirla al faro y bajarla envuelta en fuego, tenía ya la fuerza de un adulto y como tal se le trataba desde entonces.

Ahora, sube gente de diferentes edades, niños a los que sus padres y madres les 'regalan' las fallas, cuyo aspecto varía según el pueblo. Jóvenes a los que su padrino les enseña cómo hacerla año tras año hasta que llega el momento de tomar la iniciativa. Al fin y al cabo, una tradición solo pervive si los habitantes de la zona se involucran como lo hacen en la Vall de Boí. Por algo esta, que se celebra en 63 pueblos de los Pirineos y Prepirineo (34 de Francia, 17 de Catalunya, 9 de Aragón y 3 de Andorra) ha sido declarada Patrimonio Inmaterial de la Humanidad por la UNESCO.