Las rocas del Apolo 17 esconden un secreto que cambia lo que sabíamos sobre la Luna

Medio siglo después de que los astronautas del Apolo 17 trajeran las últimas rocas lunares a la Tierra, la ciencia vuelve a extraer de ellas un descubrimiento inesperado. Un equipo de investigadores de la Universidad de Brown ha identificado en esas muestras un tipo de azufre con una firma isotópica nunca vista en la Tierra ni en ningún otro material lunar analizado hasta ahora. El hallazgo, publicado en la revista Journal of Geophysical Research: Planets, podría obligar a reescribir parte de lo que sabemos sobre la composición y la formación de la Luna.

Desde 1972

Las muestras analizadas forman parte del material sellado por la NASA en 1972 durante la misión Apolo 17, la última en la que los astronautas pisaron la superficie lunar. Eugene Cernan y Harrison Schmitt recogieron fragmentos del subsuelo en la región de Taurus-Littrow, sellándolos en tubos herméticos con la intención de que las generaciones futuras, dotadas de tecnologías más precisas, pudieran analizarlos con instrumentos más avanzados. Ese momento ha llegado. El proyecto ANGSA (Apollo Next Generation Sample Analysis) ha permitido reabrir por primera vez algunas de esas cápsulas intactas.

La sorpresa llegó al estudiar la composición del azufre atrapado en diminutas inclusiones volcánicas del manto lunar. Los investigadores descubrieron que los isótopos de azufre, especialmente el S-33, muestran una depleción respecto a los valores terrestres, algo que contradice las expectativas previas. Hasta ahora se asumía que la Tierra y la Luna compartían una firma isotópica casi idéntica, dado su origen común en el gran impacto que dio lugar al sistema Tierra-Luna. Sin embargo, esta anomalía sugiere que la química lunar siguió un camino distinto, más complejo de lo que se pensaba.

El secreto del azufre

El azufre, como otros elementos volátiles, actúa como una huella dactilar del pasado geológico de un cuerpo planetario. Las proporciones entre sus isótopos (átomos del mismo elemento con diferente número de neutrones) revelan los procesos físicos y químicos que los formaron. En este caso, la “firma” inusual del azufre lunar indica que el satélite pudo haber experimentado procesos de fraccionamiento isotópico que no ocurrieron en la Tierra, lo que abre una ventana completamente nueva sobre su evolución temprana.

El equipo de Brown maneja dos posibles explicaciones. La primera apunta a que el fenómeno pudo originarse en una atmósfera lunar primitiva. Aunque la Luna no tiene atmósfera hoy, pudo conservar una muy tenue durante unos pocos millones de años tras su formación. En ese tiempo, la radiación solar ultravioleta habría alterado los isótopos de azufre, dejando una huella química única que después quedó atrapada en el manto al enfriarse la superficie. La segunda hipótesis plantea que la anomalía es aún más antigua: una herencia directa del cuerpo protoplanetario Theia, que habría aportado materiales distintos al impacto que dio origen a la Luna.

Un laboratorio natural

Sea cual sea la causa, el descubrimiento convierte a la Luna en un laboratorio natural para estudiar cómo los mundos rocosos evolucionan después de los grandes impactos. Los científicos señalan que las mismas señales isotópicas podrían buscarse en meteoritos marcianos o en muestras que en el futuro traigan misiones a asteroides y planetas. Si se encuentran firmas similares, podrían trazarse patrones comunes sobre cómo los procesos de fusión y enfriamiento afectaron a los planetas interiores del Sistema Solar

Nada de esto habría sido posible sin las técnicas de análisis modernas. Los investigadores emplearon espectrometría de masas de iones secundarios (SIMS), una tecnología que permite medir con precisión las proporciones de isótopos en cristales de apenas micrómetros. Este nivel de detalle era impensable en la década de 1970. El programa ANGSA ha demostrado que las viejas muestras del Apolo aún esconden secretos, y que abrirlas con métodos actuales puede ofrecer una visión mucho más fina de la historia lunar.

Cincuenta años después, el Apolo sigue dando respuestas a preguntas que ni siquiera se habían formulado cuando los astronautas sellaron aquellos tubos. La presencia de un azufre “exótico” en el manto lunar no solo desafía las teorías sobre el origen del satélite, sino que también reabre el debate sobre el vínculo químico entre la Tierra y la Luna. En un momento en que las misiones Artemis se preparan para volver al satélite, el hallazgo recuerda que, en ciencia, los grandes descubrimientos no siempre están en el futuro: a veces llevan medio siglo esperando en un frasco de vidrio.