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Esto sí que da miedo: Halloween deja un rastro enorme de calabazas desperdiciadas que podrían alimentar a millones de personas

Las calabazas se apilan en porches y cocinas de medio mundo, vaciadas con mucha maña para transformarse en faroles de sonrisa inquietante. En países donde Halloween se celebra desde hace generaciones, la escena se repite cada otoño y deja toneladas de pulpa sin destino.

España ha incorporado esa costumbre en los últimos años, con una participación cada vez mayor y un resultado similar: muchas calabazas terminan talladas en las ventanas y su interior, que es comestible, acaba en la basura.

Las cifras de desperdicio alimentario superan cualquier cálculo razonable

Según datos citados por el medio británico The Guardian, más de 8 millones de calabazas se desechan solo en Reino Unido tras la noche del 31 de octubre. En Estados Unidos, según el medio Inhabitat, se producen cerca de 900 millones de kilos de calabazas y más de la mitad termina en vertederos.

La misma situación se repite en España, donde la expansión de la fiesta multiplica el consumo sin que la mayoría aproveche la parte comestible. Todo ello genera un desperdicio alimentario que podría evitarse con gestos mínimos, como cocinar lo que se extrae para tallar los farolillos.

El problema no se limita al derroche de comida. Las calabazas que se abandonan en vertederos emiten metano durante su descomposición, un gas con un impacto climático 25 veces más potente que el dióxido de carbono.

La organización Hubbub, que estudia el impacto ambiental de Halloween, recordó que estos residuos no solo implican pérdida de alimento, sino también contaminación y gasto público en su gestión. La investigadora Tessa Tricks, de esa misma fundación, explicó que “Halloween ha crecido enormemente, pero muchos consumidores tiran las calabazas tras tallarlas, en lugar de cocinarlas o compostarlas”.

Un alimento ancestral convertido en simple decoración

Esta costumbre moderna tiene un origen más práctico que festivo. En el pasado, las calabazas fueron un alimento básico en América durante siglos. Los pueblos originarios las cultivaban por su resistencia y valor nutricional. La llegada de los colonos europeos las convirtió en recurso esencial para sopas y panes.

El uso ornamental nació más tarde, cuando inmigrantes irlandeses en Estados Unidos sustituyeron los nabos por calabazas para tallar rostros en sus celebraciones del Samhain. Con el tiempo, esa tradición se expandió y perdió su vínculo con la alimentación, dando prioridad al adorno.

Hoy, esa transformación ha derivado en un problema global. Perry Miller, en un artículo para Inhabitat, detalló que en Norteamérica se tiran calabazas enteras tras la fiesta, lo que supone un gasto económico y ambiental. El agricultor canadiense Rob Galey explicó que muchas personas compran calabazas solo como objeto decorativo, sin intención de cocinarlas.

Las variedades destinadas a tallado se cultivan por su tamaño y aspecto, no por su sabor, y su precio puede multiplicar por seis el de las destinadas a la industria alimentaria. Esta tendencia incentiva una producción dirigida más a la estética que al consumo real.

Replantear Halloween para celebrar sin tirar comida

Sin embargo, hay soluciones concretas y factibles. Hubbub impulsa la campaña #PumpkinRescue, con talleres de cocina y compostaje. Propone aprovechar las semillas para hornearlas o usarlas en repostería, preparar cremas o purés con la pulpa y congelarlos para otros platos.

También recomienda donar calabazas limpias a granjas, donde sirven de alimento para animales. En Illinois, eventos públicos como el Pumpkin Smash recogen miles de unidades para convertirlas en compost o biogás, evitando así toneladas de emisiones.

La clave está en replantear la costumbre sin renunciar a la celebración. Tallar calabazas puede mantenerse como parte del ambiente festivo, pero su aprovechamiento posterior debe formar parte de la misma fiesta, ya que son complementarias. Las campañas educativas y la información sobre cocina sostenible ya muestran resultados en varios países.

Si la fiebre por Halloween ha crecido en España, también puede crecer el interés por reducir su huella alimentaria. Convertir las calabazas en comida o abono es una forma directa y sencilla de celebrar sin dejar tras la diversión un problema que huele a desperdicio y tira a la basura lo que podría alimentar a muchas personas.