El cielo estalló en color verde y se iluminó de repente. Las nubes cubrían parte del firmamento hasta que, en cuestión de minutos, se abrieron paso las luces en movimiento. La claridad oscilaba como una cortina que ascendía y descendía sobre el horizonte. El resplandor transformó la noche en una superficie móvil y silenciosa. Con ello, el cielo despejado dejó al descubierto un fenómeno que convirtió la oscuridad en una franja de luz viva.
Las auroras boreales son fenómenos luminosos provocados por la interacción entre el viento solar y la atmósfera terrestre. Estas luces se originan cuando partículas cargadas procedentes del Sol chocan con gases como el oxígeno o el nitrógeno a gran altitud, generando destellos verdes, rojos o violetas. Los científicos denominan a la zona donde se concentran óvalo auroral, una franja invisible alrededor de los polos magnéticos donde se producen con más frecuencia.
Para que una aurora sea visible, se necesitan cuatro condiciones básicas: energía procedente del Sol, oscuridad, cielos despejados y una latitud elevada. Las mejores épocas del año se sitúan entre septiembre y marzo, cuando las noches son más largas en el hemisferio norte. La actividad aumenta en los equinoccios de otoño y primavera, y las horas más favorables se concentran entre las 21:00 y las 2:00, especialmente si el cielo está limpio de nubes.
Las auroras se forman a partir de eyecciones de masa coronal o fulguraciones solares que lanzan nubes de partículas hacia el espacio. Al llegar a la Tierra, esas partículas interaccionan con el campo magnético y se canalizan hacia los polos. En esas regiones, los electrones y protones colisionan con los átomos de oxígeno y nitrógeno a alturas comprendidas entre 80 y 300 kilómetros, liberando energía en forma de luz visible. El color varía según el gas y la altitud: el oxígeno produce tonos verdes y rojos, mientras que el nitrógeno genera matices violetas o azulados, de modo que cada aurora muestra un patrón propio.
Estos son varios destinos del norte de Europa y Norteamérica que están dentro del óvalo auroral y que, cuando el cielo acompaña, permiten ver auroras con cierta frecuencia.
Tromsø, Noruega
Tromsø, una pequeña pero turística localidad situada en el norte del país, se encuentra en pleno corazón del óvalo auroral. La ciudad combina accesibilidad, infraestructuras y un entorno natural de fiordos y montañas que permite alejarse fácilmente de la iluminación urbana. La temporada de observación se extiende desde finales de septiembre hasta principios de abril, con agencias especializadas que organizan desplazamientos nocturnos hacia zonas rurales donde el cielo se mantiene despejado.
Islas Lofoten, Noruega
Las islas Lofoten ofrecen cielos limpios, paisajes abruptos y pueblos pequeños desde los que resulta sencillo encontrar oscuridad. La presencia del mar genera un clima cambiante, pero cuando las nubes se disipan, las luces adoptan un brillo intenso sobre las montañas nevadas. Entre septiembre y abril se dan las mejores condiciones para poderlas ver.
Islandia
Islandia, situada bajo el óvalo auroral, permite observar el fenómeno a poca distancia de Reikiavik, la capital del país. La isla combina auroras con volcanes, cascadas y géiseres, lo que la convierte en un destino versátil y con mucho que ofrecer. De agosto a abril, los cielos despejados ofrecen buenas oportunidades, especialmente en otoño y primavera, cuando se equilibran el clima y la oscuridad. Las carreteras bien conectadas facilitan el desplazamiento hacia las zonas más claras del cielo.
Laponia finlandesa
En la región de Laponia, Rovaniemi y Saariselkä destacan por sus noches despejadas y alojamientos adaptados a la observación. Los visitantes pueden contemplar las auroras desde cabañas de cristal o iglús panorámicos, una experiencia frecuente entre noviembre y marzo. A las luces del cielo se suman actividades diurnas como los trineos de perros o las excursiones por bosques cubiertos de nieve, con lo que se consigue una combinación de ocio y naturaleza.
Yukón y Alaska, Norteamérica
Tanto Yukón, en Canadá, como Alaska, en Estados Unidos, se sitúan dentro del óvalo auroral. Ciudades como Whitehorse o Fairbanks presentan una de las tasas más altas de visibilidad anual, con cielos muy oscuros y escasa contaminación lumínica. La temporada activa va de finales de agosto a abril, y quienes permanecen varios días en estas regiones tienen una probabilidad elevada de presenciar el fenómeno repetidamente, dado que la actividad geomagnética en la zona es constante.
Qué hay que tener en cuenta
Al planificar un viaje para ver auroras, conviene reservar varios días de estancia para compensar las noches nubladas o de baja actividad solar. Es útil conocer el índice Kp, que mide la intensidad geomagnética, y consultar los mapas de nubosidad antes de cada salida. Elegir una ubicación dentro del óvalo auroral y ser flexible para desplazarse hacia zonas despejadas suele garantizar el éxito. Con ello, cada noche puede transformarse en la posibilidad real de observar uno de los espectáculos naturales más sorprendentes y bonitos del planeta.