África de Norte a Sur

Libia por la 'Coastal Road'. Parte Primera: La ida

"Del este de Libia me impresionaron dos cosas principalmente. En primer lugar, el estado en el que quedó la ciudad vieja de Benghazi, último reducto del Estado Islámico en la ciudad"

Carlos Conde

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Atravesar Libia por la Coastal Road desde el paso de Ras Jadir hasta el de Solllum en Egipto tiene tantos secretos por descubrir como peligros acechan casi a cada recodo del camino. Por eso siempre me ha parecido tan difícil y a la vez tan atrayente.

Por el camino puedes encontrar maravillas como las ruinas de Sabratha, Leptis Magna o Apolonia, la vieja Medina de Trípoli, playas increíbles o la Suiza africana de las Montañas Verdes (Jebel Akhdar) de la zona de Derna. Todo un mundo por descubrir.

Sin embargo, con un gobierno débil e inestable en manos de las milicias y un país dividido e incapaz de encontrar una solución al conflicto, cualquier intento de atravesar Libia para llegar a Egipto tiene un punto de locura. De momento con una guerra inacabada y tantas posibilidades de futuro, tan sólo atrae a soldados de fortuna, exmilitares, buscavidas, espías, analistas, entrometidos, tatuados, aventureros, piratas, consultores y a algún que otro turista despistado, empeñado como yo en seguir adelante, a buscar, encontrar y nunca rendirse.

Para el primer tramo desde el paso fronterizo de Ras Jadir hasta Trípoli, conté con la escolta de un grupo de moteros de Trípoli, los Free Bird, que a pesar de su aspecto terrorífico me ayudaron a sortear los numerosos 'check points' controlados por las diferentes milicias que despliegan a lo largo del camino. Especialmente me preocupaba la zona de las milicias de Zawia y Warshefana, ya que hace algún tiempo fui objetivo en una emboscada de la que, alhamdulillah, salimos bien parados. (Evidentemente, porque si no, se me habrían quitado las ganas de volver a pasar).

Deseaba volver a Trípoli y pasear por la Medina, reencontrarme con los viejos amigos, tomarme un shawarma, meterme en un hamman o disfrutar de un té verde en la plaza junto al mercado negro, mientras pasan sin cesar carretillas llenas de dinares libios. La vida, que siempre continúa y adapta a la situación.

La Medina de Trípoli tiene un significado especial para mí, atraído siempre por las historias del siglo XIX cuando se organizaban allí las grandes caravanas de exploradores que partían hacia el desierto en busca de un imaginario mar interior que alimentara al Nilo y al Níger, hacia el exótico Reino de Sokoto o hasta la mítica Tombuctú, estrella polar de los aventureros.

En aquella Medina, Gordon Laing, el primer explorador que logró alcanzar Tombuctú, se casó con la hija del cónsul justo el día antes de partir en busca de la gloria, aunque la muerte le encontró después. Un día paseando por la Medina me enseñaron la antigua casa del cónsul donde se casaron. Después seguí sus pasos por Ghadames y Ghat y los perdí en el territorio tubu de Murzuk, imposible llegar tan al sur, que por aquel entonces a mí también me faltó la suerte, que no el valor.

Ya no soy el de antes y mido mejor los riesgos, así que aquella mañana, mientras tomaba un té con Mohamed y Susu, acepté que la única oportunidad de cruzar Sirte sin peligro sería sobrevolándolo, ya que es allí donde se encuentra el límite de control de las fuerzas del este y del oeste. Tierra de nadie, tierra de malos.

Y como a grandes males, grandes remedios, la solución vino de la mano de otro amigo que ponía a mi disposición un avión que tenía un vuelo previsto hasta Benghazi con espacio disponible para transportarnos en él a la moto y a mí. A veces, la suerte protege a los audaces.

En Benghazi se habían enterado de mi llegada y me esperaban los Benghazi Motorcycle Club, con peor pinta si cabe que los Free Bird de Trípoli, pero igual de predispuestos a apoyarme en todo lo que necesitara, enseñándome la ciudad y organizando mi escolta motera durante más de 400kms hasta la ciudad de Tobruk, ya cerca de la frontera con Egipto.

Del este de Libia me impresionaron dos cosas principalmente. En primer lugar, el estado en el que quedó la ciudad vieja de Benghazi, último reducto del Estado Islámico en la ciudad, tras tres años de intensos combates para expulsarlos. Parece que la guerra hubiera querido quedarse anclada para siempre en esa zona.

La segunda cosa que me impresionó fueron los cementerios de guerra de Tobruk. En el cementerio francés yacen enterrados los héroes de la Primera Brigada de la Francia Libre, defensores del destacamento de Bir Hakeim que retrasaron el avance de las fuerzas de Rommel. Echad un ojo a la biografía de Susan Travers.

En el británico se encuentran principalmente combatientes de las famosas Ratas del Desierto, aunque también hay algún que otro integrante de las fuerzas especiales, unidad antecesora del SAS, creada por los antiguos miembros del club Zerzura, un club de soñadores que nació en la ciudad sudanesa de Wadi Halfa con el único objeto de encontrar el oasis perdido de Zerzura. Yo sigo buscándolo por ellos entre las dunas y valles de Gilf el Kebir.

Allí llegué de la mano de otros dos grupos moteros, los Libya Raiders y los Alnusur Tobruk Raiders. Pero eso y mis aventuras en la frontera con Egipto los cuento la semana que viene, porque veo que va a ser largo…

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