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Hacia el desierto de Túnez

Hacia el desierto de Túnez

Carlos Conde

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Contra todo pronóstico, por fin conseguí entrar en Túnez, Alhamdulillah.

Tan sólo he tenido que retroceder más de 1000 km sobre mis pasos desde la frontera argelina hasta Mostaganem para coger un ferry a Valencia, después rodar hasta Barcelona para embarcar en otro ferry hacia Roma donde finalmente pude coger un tercer ferry hasta Túnez. No ha sido tan complicado.

Había más moteros en el ferry . Ya no me siento sólo, aunque al desembarcar, todos han desaparecido rápidamente en busca del desierto. En la aduana me han preguntado a qué grupo pertenecía. Me he identificado con el grupo de los locos, con el de aquellos que creen que algún día llegarán con la moto a descubrir los misterios del Nilo, a recorrer los inmensos espacios vacíos del Kalahari o a bañarse en las increíbles playas de Tajoura. Me han debido de ver fatal, porque me han dejado pasar.

La semana pasada, con tanto traslado a contrarreloj al más puro estilo de Phileas Fogg, me ha obligado a atravesar Túnez saltándome la mitad de la ruta que tenía previsto. Al menos tuve tiempo a quedarme atrapado entre las vías de tren de una vieja mina que atravesaba las montañas de Chebika o a internarme por alguna pista perdida junto al oasis de Douz. Las dosis diarias de adrenalina.

Y aunque he continuado luchando contra un viento infatigable que me obligaba a aferrarme a la moto para mantenerme en la carretera, por lo menos ya no tengo ese hambre permanente, pues ya estamos en las fiestas de final del Ramadán , el Eid Al Fitr, y todo es comida y abundancia.

Así que lo primero que he hecho al entrar en Túnez ha sido tomarme una cerveza en Bizerta, en un hotel junto al antiguo castillo español. Una autentica delicia pasear por el puerto.

Otro de los lugares que tenía echado el ojo hace tiempo y me ha sorprendido gratamente es Kairouan, la cuarta ciudad santa del islam. Me ha gustado todo, la gran mezquita, su antigua Medina y su gente. Parada obligada de camino al sur.

El resto, hasta llegar a las dunas de Douz o el inmenso mar blanco de Chott el Jerid, son tan solo una colección de pueblos desaliñados, abrasados por el sol y olvidados hasta por los mapas, por los que yo mismo, pasé tan rápido como pude.

Me empujan las ganas de regresar a Libia. Sé que a partir de ahora termina lo fácil y empieza la aventura. Y voy preparado para sufrir las consecuencias de mi curiosidad, consciente de que me esperan momentos difíciles en cada una de las próximas fronteras.

Y si no, siempre habrá un plan B, por muy retorcido que sea.

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