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Guillermo Valcárcel: “Estamos en una sociedad que premia el pelotazo”

Paula Corroto

Durante diez años, el aparejador Guillermo Valcárcel (Madrid, 1974) trabajó como jefe de obra. Fueron los tiempos de la burbuja inmobiliaria, de 1998 a 2008. La construcción de viviendas se multiplicaba, los precios crecían, se hacían extrañas concesiones y España vivía una juerga del ladrillo. Hasta que el confeti se acabó. Valcárcel, que conoció de primera mano los desmanes urbanísticos, decidió contarlos en el ensayo La ola que arrasó España. Ascenso y caída de la cultura del ladrillo (RBA), un texto escrito en varios planos, desde el retrato de los grandes constructores con sus cifras macroeconómicas a las anécdotas sobre el berlanguiano mundo de las obras llenas de obreros y promotores que no dudaban en comprarse un BMW con sus 5000 euros de sueldo mensual. Un libro que provoca la hilaridad en el lector, pero que también asusta. Esa serpentina multicolor es lo que fuimos, y lo peor es que aún nos queda la duda de si no volveremos a tropezar con la misma piedra.

Diario Kafka: Eres aparejador y durante diez años trabajaste como jefe de obra. Lo dejaste en 2008, poco antes de que estallara la burbuja inmobiliaria. ¿Qué ocurrió?Guillermo Valcárcel:

El motivo realmente fue personal. Hubo algo paralelo entre la situación general, mi situación personal y la situación personal de todos los que estábamos dentro de ese maremágnum. ¿Por qué aguanté hasta 2008? Primero por responsabilidad estúpida. En 2006 comencé mi última obra y me comprometí conmigo mismo a que no la iba a dejar hasta que la terminase. También a partir de 2006 el mundo de la construcción estaba totalmente explotado. Había un agotamiento emocional y mental por parte de todos los que habíamos trabajado en él. En cuanto terminé la obra, me fui y acto seguido estalló todo. Puede dar la sensación de que podría prever algo, pero es totalmente falso. Fue casualidad.

DK: Un par de años después, en 2010, comenzaste este libro, La ola que arrasó España,La ola que arrasó España en el que cuentas los desmanes que ocurrieron durante la burbuja. ¿Con qué finalidad?

GV: Primero, para explicarme a mí mismo qué había sucedido. Cuando salgo y se empieza a derrumbar todo, llegan a mi mente un montón de recuerdos y anécdotas y me doy cuenta de que las voy olvidando, así que me pongo a escribirlas, y cuando empiezo con ello veo que van conformando un libro. Realmente es un libro de anécdotas con apuntes de lo que ha ocurrido. Pero cuando me pongo a investigar me doy cuenta de que los mismos que estábamos dentro no sabíamos lo que había ocurrido. Es entonces cuando me meto en la hemeroteca, empiezo a leer y ahí es cuando observo que todos estábamos ciegos, yo el primero.

DK: Curioso que ni Gobiernos, constructoras, promotoras, etc. vieran lo que estaba ocurriendo cuando ya en 2004 los comentarios estaban en boca de todos.GV:

A ver, todos lo veíamos. Hay gente que ahora me ha dicho: “Esto ya lo preveíamos”. También llevamos todos tiempo advirtiendo del cambio climático y nadie mueve un dedo. Y algún día se nos va a venir encima y vamos a decir, “nadie lo vio”. Así que es mentira, todos lo vimos, pero no reaccionamos.

DK: Porque éramos felices con nuestros BMW cuando antes no habíamos salido del Renault.GV:

Lo has dicho bien, porque el BMW fue el coche de la burbuja inmobiliaria. Todos los obreros, todos los chavalillos que dejaban los estudios con dieciocho años, lo primero que hacían era comprarse un BMW. Las obras se nos llenaron de BMW. De hecho, los subcontratistas, los jefes, dejaron de comprarse este coche porque se enfadaban al ver que todos llevaban el mismo.

DK: El libro está estructurado en diversos planos: el que nos atañe como país con sus cambios legislativos y cifras macroeconómicas, pero también cuentas las vicisitudes de una obra, la vida cotidiana en el andamio. ¿Con qué razón?GV:

Me pareció importante escribir un libro que no fuera de historia, porque hay libros de este tipo en los que realmente no ves lo que ha ocurrido. Hay libros que hablan de movimientos económicos y no ves lo que sucede. Yo quería contar lo que sucedió a pie de calle y retratar a la gente que estaba ahí, subió y cayó, porque eso es lo que te hace darte cuenta de la realidad.

DK: Y, de hecho, en el libro aparecen Florentino Pérez, Fernando Martín y Luis del Rivero, entre otros, sobre los cuales se hacían perfiles elogiosos en la prensa aún en los años 2002, 2003 o 2004. Eran la referencia del “sueño español”.GV:

Sí, eran los señores del ladrillo y lo decían con orgullo. Sería muy importante que a alguien se le ocurriese investigar, no solo en España, sino en Estados Unidos, la lista de grandes empresarios que han sido referentes generacionales y que han acabado en la cárcel. Es brutal. Y este es el último ejemplo.

DK: Apuntas que uno de los grandes errores fue el Decreto Boyer de 1985 [en referencia al ex ministro socialista de Economía y Hacienda Miguel Boyer], que modificaba la Ley de Arrendamientos Urbanos. Es curioso, pero hoy casi nadie se acuerda de aquello. Es decir, nos remitimos a finales de los noventa, sobre todo a la ley de liberalización de suelo de 1998, pero tú escribes: “La burbuja iniciada en 1998 se había larvado una década antes; el potencial se mantenía, solo estaba en suspenso”.GV:

No soy el primero en hacerlo, pero sí que se ha hablado poco, ya que en general no nos gusta investigar mucho. Creo que una parte muy importante de todo procede de la Ley de 1998, pero quedarnos ahí sería muy simplista. Cuando en 1982 llegan los socialdemócratas se hallan con una perspectiva que es la última que se podrían encontrar y es que hay una economía dirigida que no es capitalista. Y para hacer que el país avance ellos tienen que introducir a España en una economía capitalista. Es delirante. Entonces se encuentran con un país en plena reconversión industrial, con una pérdida muy importante de puestos de trabajo en el campo y en la industria, y optan por un camino que es fácil y que hoy en día también es fácil criticar que lo tomasen, y es que hay que derivarlo todo hacia la construcción. La pregunta es ¿qué habríamos hecho si nos hubieran puesto a nosotros en su lugar? No lo sé.

DK: No obstante, en el libro insistes en que la razón principal de la burbuja no fueron las leyes, sino la especulación y una administración corrupta.GV:

Tengo una percepción de la política un poco peculiar. Creo que la política y la legislación a lo que se deben dedicar no es tanto a organizar, porque la sociedad se organiza sola, sino a controlar la codicia. De lo que habla el libro, en realidad, es de la codicia. Lo que debe hacer la legislación es controlar eso y las autoridades ejecutivas, más que las legislativas, lo que deben hacer es que se cumpla esa legislación. Porque la mejor ley del mundo, si no se aplica, es peor que la peor ley bien aplicada. La legislación nunca va a detener algo como la burbuja cuando los organismos del Estado que la tienen que aplicar están en manos de los especuladores. Esa es la base del tema y lo que ocurrió. Hay una legislación preparada de sobra para que esto no hubiera ocurrido, pero dio igual. En los años sesenta era más restrictiva y ahí fue cuando se dio el famoso desarrollismo. Por eso, la legislación por sí misma nunca va a ser respuesta de nada. El pobre Zapatero cayó en ese error. Pensó que cuantas más leyes decretase mejor iba a ir a la cosa y evidentemente no fue así. Lo que tienes que hacer es asegurarte de que los órganos que tienen que hacer cumplir esa ley están engrasados. Pero ahí es donde fallamos.

DK: Y se ha achacado mucho al Gobierno socialista que nunca llegara a pinchar la burbuja.GV:

La socialdemocracia, sobre todo a partir de los años ochenta con la aparición del yupismo y especialmente a partir de la caída del Muro de Berlín y de la supuesta utopía comunista, se queda desarbolada. La famosa Tercera Vía no es más que intentar adaptarse con otra cara al capitalismo. Y eso es lo que nos ha llevado a lo que nos ha llevado, ya que la derecha y el liberalismo, sin ningún freno, nos han llevado ahora hasta donde estamos. Sin embargo, creo que es posible que, a partir de ahora la socialdemocracia se regenere y vuelvan otra vez a unas posturas más fuertes, pero es cierto que Zapatero fue producto de esa socialdemocracia descafeinada que seguía siendo socialdemócrata en el aspecto social, pero había perdido el control en el aspecto económico. La famosa frase “de economía no tengo ni idea” es la clave.

DK: En el libro afirmas: “Tan malo es el estafador como el estafado”. ¿Dónde están los responsables del desastre?GV:

Claro, el estafado lo que pretendía era forrarse también. Pero sí que tengo una cosa muy clara: sin ninguna duda la culpa de todo lo ocurrido es de la banca y el especulador, que lo que hicieron fue ponerle al ciudadano un cebo muy apetitoso y aprovecharse de una inocencia. Desde luego, esa inocencia viene aparejada del pensamiento “qué bien, vamos a hacernos todos ricos”. Creo que todos somos culpables, pero el porcentaje de culpabilidad es muy distinto. No puedes, por ejemplo, culpar ahora a la gente que están desahuciando. El error que cometieron en relación al castigo que están recibiendo es brutal, mientras que los que les metieron a ellos en este juego han salido de rositas. Por tanto, no es comparable.

DK: Castigo es también el de los chavales del BMW, los que abandonaron los estudios a los dieciocho años y que ahora engrosan las listas del paro. Tú trabajaste con muchos de ellos. ¿Crees que es una generación perdida o es posible su recuperación?GV:

Creo que con esfuerzo todo es posible. Las generaciones que más han sufrido, como las que han padecido guerras, son las que acaban sacando todo adelante. Esta generación de chavales posiblemente es una generación perdida en el sentido de que nunca van a llegar a lo que creyeron que podían alcanzar. Pero al mismo tiempo van a aprender algo que no hubieran aprendido de otra manera, que es el valor y el dolor. Puede que para sí mismos sean una generación perdida, pero socialmente quizá sean los que acaben reflotando todo esto.

DK: En cualquier caso, ¿por qué nadie les dijo entonces que eso era un dinero demasiado rápido?GV:

Muchos de esos chicos también eran hijos de obreros. Y yo sí vi casos de padres que les alentaban a que estudiasen, pero cuando un chaval gana, no te digo ya 3000 euros, sino 5000 euros, de los cuales 3500 o 4000 eran en negro, con veintiún años de edad ya puede el padre decirle lo que sea. Además, ellos presumían de no cotizar porque después Hacienda les podía devolver dinero. Estaban encantados. Era esa capacidad tan corta de miras, de no darte cuenta de lo que se te viene encima… Puedo decir que había encargados de obra y jefes de obra que les decían que no se metieran en el mundo de la construcción porque era muy duro, pero no sé bien qué les decían los padres. En este mundo tú no puedes entrar a trabajar hasta que no tienes dieciocho años y por lo tanto eran chicos que eran mayores de edad. Nadie podía decirles nada.

DK: La burbuja también trajo consigo una esquilmación de nuestro suelo dando lugar ahora a auténticas ruinas: edificios que no se han terminado, largas hileras de adosados en medio de ninguna parte, cascos históricos destruidos. Una destrucción cultural, al fin y al cabo.GV:

Llevamos esforzándonos en esto desde los años cincuenta. No viene de ahora. Y hemos conseguido el dudoso privilegio de ser el país con mayor destrucción de cascos históricos por encima incluso de países que sufrieron bombardeos en la Segunda Guerra Mundial. Es algo que tiene mucho que ver con nuestro desprecio por nuestra propia historia. Y mientras nos sigamos dejando llevar por la cultura del pelotazo no vamos a ir a ningún lado.

DK: ¿La cultura del pelotazo está inserta en nosotros?GV:

Yo no creo que el hombre sea bueno o malo por naturaleza. Creo que tenemos un potencial que podemos desarrollar como nos dé la gana. El más fácil, evidentemente, es el del pelotazo, pero no creo que necesariamente sea intrínseco a España. Si miramos hacia atrás, países que ahora mismo son muy cultos, como todos los de Centroeuropa, han pasado por sus propios pelotazos y han hecho barbaridades dignas de mención. No somos los únicos pecadores, pero sí es verdad que estamos en una sociedad que premia el pelotazo y eso es muy peligroso. Programas como Sálvame están premiando y potenciando un modelo que es muy dañino.

DK: Tú visitaste urbanizaciones como Valdeluz, en Guadalajara, y Seseña, en Toledo. ¿Qué impresión te causaron?GV:

Pasé de la impresión a la extrañeza, de ahí a la suspicacia y después al pánico. Ese fue el momento en el que yo pensé que había partes en la burbuja que iban a pinchar. Cuando vi Valdeluz y conocí a gente que estaba comprando viviendas allí pensé “esto no levanta”. Aquello era imposible de entender. Seseña yo creo que va a salir adelante porque volvieron a sacar las viviendas con muchas más rebajas, además es un punto estratégico entre Madrid y Toledo, y sí tiene futuro. Pero en el caso de Valdeluz, las cifras que yo manejaba hasta 2010 es que había más de 200 personas para 5000 viviendas. Es decir, una película de terror muy bien planteada.

DK: Todo lo que cuentas en La ola que arrasó España suena, además, a gran chapuza. En el libro retratas la falta de seguridad en la obra, la suciedad, cómo a los obreros les cuesta ponerse el casco o cómo se hacían informes con cifras falsas de viviendas y daba todo igual.GV:

Era una locura, sí. Es que la construcción es el sector heredero de la España más profunda. La agricultura y la industria más pesada, cuando se acaban, concluyen directamente en la construcción y por tanto se heredan todos los males de esos mundos desde arriba hasta abajo. No hay que olvidar que muchos promotores habían sido pastores o gente que provenía de ahí. Es todo lo contrario a lo que te puedes esperar de la alta tecnología. Y si ya en la alta tecnología descubrimos que hay chapuzas, en la construcción está todo multiplicado porque es un mundo absolutamente berlanguiano. Por eso era importante retratar en el libro la obra y lo que sucedía en el día a día. Así se podía comprender cómo se llegó a la burbuja. Los señores que manejaban una superpromotora que movía miles de viviendas en realidad estaban viendo todo ese mundo, casos como que algunos obreros hicieran sus necesidades en el parqué de las casas que estaban construyendo.

DK: Y esto era el motor de la economía española.GV:

El libro está hecho para que la gente se ría cuando lo lea, pero que también acaben asustados o enfadados cuando terminen. Te estás riendo todo el tiempo y cuando terminas te preguntas, ¿pero cómo es posible? Y esa creo que es la visión general de todo lo que ocurrió. Cuando tú estás dentro te ríes mucho, pero cuando sales te quedas estupefacto.

DK: Y, sin embargo, ahí seguimos. Ahora tenemos otro megaproyecto: Eurovegas.GV:

Es que lo más fácil para el pelotazo es el ladrillo. Y si a eso le unimos el juego, es el pelotazo total. Hay una parte de nosotros que nunca se va a ir y es aquello que decía Mark Twain: si pones a dos norteamericanos en una habitación durante una hora y regresas verás que uno de los dos se habrá jugado todo contra el otro. Es esa parte oscura de todos nosotros que no se va a ir nunca. Lo que hay que hacer es intentar regularla y controlarla. Ahora, que un proyecto como Eurovegas salve un sector como este sería de broma pensarlo. A grandes rasgos, todo eso se acabó.

DK: Se acabó, pero ¿por qué a pesar del pinchazo nunca llegó a bajar el precio de vivienda? Es más, ¿por qué no ha pegado una bajada espectacular?GV:

Ahora está bajando por pura necesidad y era evidente que esto iba a suceder. Y tiene que bajar al mismo nivel que están bajando los indicativos económicos. En el 2012 alcanzó ya el precio de 2004 y seguirá bajando. En teoría económica, las burbujas acaban trazando un círculo y volviendo al origen. Quizá el precio debería bajar a los que había en 1999 o 1998. Cuando pinchó la burbuja los precios no bajaron porque los bancos los mantuvieron artificialmente. Y lo siguen haciendo. Este es el único motivo. Han sacado ahora el Sareb [banco malo] cuya intención es loable, pero está haciendo lo mismo. Mientras Sareb no baje realmente sus precios, esto no va a ir a ningún lado. ¿Y por qué los bancos no bajan los precios? Porque los siguen manteniendo como activos en sus cuentas y hasta que no digan que no valen “tanto” no bajarán. Es un mantenimiento artificial.

DK: Durante un tiempo trabajaste en el sur. ¿Si no se hubiera destapado el caso Malaya las cosas hubieran sido diferentes?GV:

No. El caso Malaya lo que hace es abrir la puerta a que descubramos toda una corrupción rampante que de algún modo todo el mundo sospechaba que existía. No es que el caso Malaya abra una puerta sino más bien que en Marbella se había llegado a un extremo tan aberrante que eso tenía que saltar. Se había perdido todo el control y cuando uno se siente impune deja de preocuparse por ocultar las cosas. Más bien, Marbella fue el síntoma de todo el problema que había.

DK: ¿Cómo se siente uno después de haber participado en toda esta burbuja?GV:

Yo trabajaba haciendo viviendas y como tal vivía de mi trabajo. Lo veía como una cosa normal. Yo era un aparejador y jamás estuve metido en ningún movimiento de tierras… No me siento responsable de ninguna manera. Lo que sí me siento es moralmente responsable, igual que nos deberíamos sentir todos. Pero una de las cosas que intento hacer es defender al sector de la construcción porque donde se produjo todo el pufo fue en el movimiento de suelos. Ahí fue donde estuvo toda la especulación. Yo trabajaba setenta horas semanales con un montón de obreros que lo pasaban fatal, que trabajaban aún más que yo en el andamio, y de hecho, yo estoy contento de que esos señores sacasen mucho dinero en esa época porque eran los únicos que se lo merecían. Así que más que responsable, me he sentido testigo de lo que ocurrió y por eso escribí este libro.

DK: Todo el mundo sacó tajada. No como en otros sectores que ahora también están sufriendo “pinchazos”.GV:

Sí, y en ese aspecto me pareció una mínima justicia social. En el periodismo se lo han llevado cuatro y el resto está como está. No obstante, esa justicia social no vale como compensación de todo lo que ocurrió.

DK: ¿Qué queda por venir?GV:

Queda que las promotoras que están vivas dejen de refinanciar una deuda que no van a devolver y que los bancos saquen todos los números que tienen ocultos de viviendas y terrenos que no se van a vender. ¿Cuál es la profundidad de este agujero? Eso es algo que no sabemos.

DK: ¿Y cómo nos va a afectar a los ahorradores?GV:

No sé cuál es el volumen que queda, pero hace unas semanas cayó el Grupo Rayet, que es la segunda constructora después de Fadesa, por lo tanto está claro que aún quedan algunos golpes. En realidad, lo que falta es que nos den unos datos que ellos ya conocen desde 2007 y que están ocultando exclusivamente por miedo. Son datos que lo que alumbrarán son caídas como las de Fadesa, Rayet y que mostrarán que hay bancos que siguen teniendo grandes cantidades de falsos activos en sus cuentas.

DK: Y a pesar de ello, el Estado les sigue ayudando.GV:

Eso es una barbaridad y la causa de por qué estamos todos tan cabreados. La política, a nivel global, no solo de España, está hoy presa del poder económico y eso es algo que nunca había ocurrido en la democracia, al menos desde 1929 cuando sucedió algo muy parecido. Y desde luego es algo que quita toda la legitimidad a la democracia.

DK: ¿Volverás al mundo de la construcción?GV:

No. Ese capítulo lo cerré y se acabó.

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