Grecia: es la democracia, estúpido

Cuando escribo estas líneas, aún quedan horas para que cierren los colegios electorales. El resultado no afecta a lo que quiero decir. Tanto gane el 'sí' como el 'no', los griegos, todos, habrán ejercido su derecho a hablar, a ser oídos, con el plácet de su Tribunal Supremo. Eso a pesar de las intimidaciones, amenazas y el miedo inoculado por gobiernos, líderes políticos, instituciones europeas, mundiales y medios de comunicación. El resultado no es lo de menos, será importante, pero más la actitud que adopten las instituciones de la Unión y el FMI ante el veredicto.

Las declaraciones de Juncker no animan, no se ha amilanado al afirmar que con el 'sí', las posibilidades de entenderse serán mejores que con el 'no'. Toda una declaración de intenciones. No es nuevo, la UE y quien verdaderamente detenta el poder, Merkel, se entendían perfectamente con los anteriores gobiernos helenos y, desde primera hora, ya advirtieron que no pasarían ni una al nuevo gobierno, salvo que aceptaran a rajatabla su dictado. No era de su gusto. Así ha ocurrido.

Ni siquiera ante las muestras de debilidad últimas del gobierno de Tsipras, ni siquiera ante el sesgo del FMI, que en el postrer tiempo de la negociación había aceptado que la deuda griega es insostenible y que, por tanto, debía ser reestructurada. Sin cuartel, Berlín no acepta disidentes ni herejes. En la negociación se pudo observar que de lo que se trataba realmente era de tumbar a un gobierno no dócil, a veces, juvenilmente hostil.

El Tratado de la Unión Europea se sustenta en valores tales como el respeto a la democracia y la libertad, así como a la identidad, lease constitucional, de sus Estados miembros. De nada ha valido. Es política de lo que estamos hablando, no de economía;  si, de camino, pierde  la democracia, los ideales europeos, Berlin está dispuesto a lo  grouchomarxista, a cambiarlos por otros. Ahí está la verdadera dimensión del conflicto. En el fracaso de Europa, del ilusionante proyecto de construcción europea. Merkel quizá no es consciente del daño que infringe. El contagio  de los perjuicios económicos de la  crisis a toda Europa, sobre todo al sur, está por ver, pero lo que si se puede comprobar ya es la fractura civil, la extensión de la quiebra ciudadana en la confianza en la UE. Al poder europeo no le gusta ahora que voten los griegos, ya lo impidió otra vez; los próximos pueden ser los portugueses, italianos, españoles, irlandeses. Ni siquiera los gobiernos están seguros. Ya lo pudo comprobar Berlusconi, del que no soy devoto pero sí de la democracia.

No es posible confiar en una Europa en donde tienen más derechos los que más tienen, donde  vale más el voto de un alemán que el de un griego. Eso es democracia censitaria y se extinguió a medida que avanzamos en conquistas democráticas en el mundo. Si hoy un alemán es más rico y contribuye más, es fruto de su laboriosidad y esfuerzo, sin duda, pero también porque está en una situación privilegiada en un mercado y con una moneda que ellos han creado a su imagen, semejanza  y conveniencia.

Simultáneamente a la convocatoria del referéndum griego se ha conocido el default de Puerto Rico. Su gobernador García Padilla ha declarado que no puede pagar los 72 mil millones de dólares que debe la isla. No es lo mismo, se apresuran a decir los cancerberos del diktat europeo. Cierto, la zona dólar está protegida, hay “unión bancaria” y cortafuegos federales, pero hay otra verdad: a ninguna autoridad federal, estatal, Obama, Reserva Federal, FMI,  ni al Congreso, de quien depende la isla, se le ocurrirá decir que hay que derrocar al gobierno legítimo portorriqueño, elegido continua y periódicamente desde hace casi cien años gracias a la Ley Jones: son ciudadanos americanos y ellos decidirán con el voto si su gobierno no les conviene. La UE, el Tratado de la Unión Europea, sus instituciones, sus líderes regionales, Alemania, son otra cosa. Mucho que aprender, mucha democracia que importar, mucho que reflexionar  sobre  la dramática historia reciente europea con epicentro en Berlín.