¿Quién será Pablo y qué podremos el 20-D?

Atada a la cama por lumbalgia, me salva de la postración y la montaña rusa de la campaña, El reino de Emmanuel Carrère. El libro del francés y las elecciones en España tienen un nexo del que probablemente él no sea consciente: Pablo. La novela, que arranca con su fugaz conversión católica durante tres años, se centra pronto en el “inventor del cristianismo”, Pablo de Tarso. Que era Saulo. Sólo que cuando “la luz de Dios” le descabalgó dejó atrás su nombre con aquel pasado en que perseguía, entregaba y hasta participaba en lapidaciones de cristianos.

Carrère encendió una chispa en mi calvario lumbálgico al explicar qué poco interesaba a Pablo la vida, obra y mensaje de ese Jesús muerto en la cruz hacía pocos años. Aún vivían sus amigos, su familia. Pero tampoco le importaban. Sólo la resurrección, ¡un mensaje hecho para triunfar! Y no allí, en Galilea, ¡sino a escala planetaria!

Yo no oí a Dios preguntar “¿por qué me persigues, Saulo?”, sino que me pregunté a mí misma: ¿Ganó la revolución de aquel Jesús, hijo o no de Dios, o “el relato” de Saulo (los partidos hoy lo llaman “el argumentario”)?, ¿Venció el compromiso con los desfavorecidos o su posterior instrumentalización?

¿Ha sido un caso aislado? ¿Qué pasó en la Revolución Francesa? ¿En la de Octubre? ¿Qué en nuestra Transición? ¿En las primaveras árabes? ¿Y qué pasará ahora que después de tanto esperándolo llegan, el 20-D, las elecciones generales?

Cuando al fin me levanté y anduve me topé, en el perfil de Jabois sobre Pablo Iglesias, con la sentencia “no tuve caída del caballo. Mi compromiso político está en mi ADN”. No hay que remontarse a la genética. Basta saber, ¿dónde estaban el 15-M los hoy candidatos a presidir el Gobierno?

¿En el bando de los ciudadanos o en el contrario? ¿En las plazas, impidiendo desahucios, o reformando de tapadillo la “Constitución intocable” y trapicheando con corruptos empresarios y bancos?

¿Quién sin llamarse Pablo está deseando convertirse en el triunfador Saulo, haciendo bandera de “la buena nueva/del despertar de la sociedad” para vaciarla desde dentro?

El PP es quien menos se molesta en disimular porque para vergüenza general parece que el “Luis, sé fuerte” no basta para mandar a Rajoy a casa. ¿El PSOE de Pedro Sánchez y Susana Díaz es la esperanza de regeneración democrática? Ciudadanos no nació en respuesta a la estafa financiera, ni contra el bipartidismo, sino frente al nacionalismo catalán. Lo que es legítimo. Tanto como el catalanismo. Pero el fulgurante ascenso de Rivera es la espuma del champán, sonrisa, belleza y culminación de una carrera en que los ideales son medios para el éxito.

Es la gente que hoy está en Podemos, Compromís, las Mareas, Equo, y también, como Alberto Garzón, en Izquierda Unida (Unidad Popular) la que con nosotros, la ciudadanía, salía a luchar contra el crimen del austericidio y, por tanto, la comprometida con frenar las consecuencias que aún sufrimos: paro, emigración juvenil, sueldos de miseria, falta de subsidios, recortes en educación, sanidad, justicia, en ayudas a la dependencia y lucha contra la violencia machista, hasta malnutrición infantil.

Sin necesidad de incurrir en histriónicos gritos mitineros como el delfín de Felipe González, ha llegado el momento de que hagamos recuento y, con la dignidad y la ilusión por encima de cualquier espantajo de miedo, asumamos nuestra responsabilidad los siervos del Reino. Porque si hay dios o ideal al que aspirar, cielo que asaltar, tierra que transformar, relato que escribir y legar a las generaciones venideras, no nos confundamos ni escurramos el bulto, compañeros: la papeleta es nuestra.