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Los tres mosqueteros y la violencia de género

Adaptación al cine del clásico de Alejandro Dumas.

Miguel Lorente

La descripción de la realidad no puede ser obra de la imaginación, sino de la observación y el análisis. Javier Marías debería saberlo antes de contar un relato como el que escribió en su artículo “Lo terrible de estos crímenes” (El País Semanal, 10-12-17), insistiendo en esa idea tan frecuente de presentar los acontecimientos relacionados con el machismo como un accidente, y no como su consecuencia.

Sorprende que una persona como él no sea capaz de descubrir las referencias de un machismo omnipresente, y de esa camaradería práctica que hace pasar la realidad como el resultado de su aventura.  La situación no es muy diferente a la que seguro identifica sin problema dentro de otra ficción como la de la novela de Alejandro Dumas, “Los tres mosqueteros”. El machismo actúa del mismo modo a como lo hacían Athos, Porthos y Aramis y su becario D’Artagnan bajo la idea del “todos para uno, y uno para todos”, porque esa es la clave del machismo y la referencia que lleva a cada uno de los hombres que lo decide a usar la violencia sobre las ideas comunes a todos, para que luego esa conducta individual refuerce la construcción cultural que da lugar a que los hombres entiendan que ese recurso a la violencia contra las mujeres es algo “normal”, o sea de todos; es decir, de aquel que lo decida.

El machismo no necesita hacer proselitismo para maltratar o matar a las mujeres, no estamos hablando de un modelo alternativo que busca conquistar la realidad o derribar el orden existente, como sí lo pretende el terrorismo político o religioso. El machismo ya está en el poder porque es la propia cultura. Y la cultura cuenta con instrumentos que garantizan su orden al condicionar la realidad, al darle significado a los acontecimientos que suceden dentro de ella,  y luego al velar porque todo quede dentro de los límites establecidos por medio del control social. Por eso no llama a maltratar ni a matar, le basta con decir luego que esa violencia es producto del alcohol, las drogas, los trastornos mentales, los inmigrantes… y que todos ellos son casos “individuales y particulares”, en lugar de aceptarlo como un problema social y estructural.

El machismo hace entender que determinados comportamientos son propios de los hombres, entre ellos el uso de la violencia para corregir o castigar a la mujer que se aparte de lo que su pareja entienda que debe ser su papel. Por ello muchas mujeres dicen lo de “mi marido me pega lo normal” y, según la Macroencuesta de 2015, todavía hoy el 44% de las mujeres que no denuncian prefieren no hacerlo porque la violencia que sufren “no es lo suficientemente grave”.

Los homicidios por violencia de género son crímenes morales, que a diferencia de los instrumentales, llevados acabo para conseguir algo material a cambio y de forma relativamente inmediata, se cometen para reivindicar ideas, valores,  creencias…  de quien los comente. Un maltratador asesina para reivindicarse como hombre, no para quitarle el bolso a la mujer, y lo hace desde esa posición de superioridad que cree tener, simplemente por entender la actitud de la mujer como “rebelde” al osar a enfrentarse a él y a romper la relación que él quiere mantener bajo sus dictados. Por dicha razón uno de estos asesinos, ya condenado y  encarcelado por el crimen cometido, ante las preguntas que le hacían manifestó muy serio: “no se confunda usted conmigo, yo he matado a mi mujer pero no soy ningún delincuente”.

Referencias culturales

Si Javier Marías leyera sobre todo eso y dejara de imaginarse cosas extrañas que él entiende promovidas por un feminismo al que considera una amenaza -cuando sólo pretende la igualdad entre hombres y mujeres, algo que nunca ha querido ni permite el machismo que defiende en sus múltiples artículos- quizás cambiaría algunas de sus ideas sobre la violencia de género, sí de género, porque son esas referencias culturales vinculadas a la identidad de hombres y mujeres y a las funciones que según las mismas deben desempeñar en la sociedad, las que presentan la violencia contra las mujeres como un instrumento para mantener el orden dado.

Me extraña que con su agudeza no caiga en que esos casos “individuales y particulares” son 60 cada año de media, y que lo hacen después de toda una serie de advertencias y amenazas de que lo van a hacer, nada de pérdidas de control ni de arrebatos, y que todos estos asesinos antes de actuar forman parte de la “normalidad”, no de bandas criminales ni de grupos mafiosos organizados. Una normalidad que lleva a que, a pesar de ser la violencia que produce más víctimas en un grupo concreto de la población (los homicidios por violencia de género representan el 20% del total de homicidios), sólo el 1-2%  de la sociedad considera que se trata de un problema grave (Barómetros del CIS). La misma sociedad que lleva a que las mujeres sufran mayor tasa de paro, tengan trabajos más precarios, cobren menos salario al trabajar, sufran más acoso sexual en el ambiente laboral (el 55% de las mujeres de la UE lo padecen según el informe del FRA de 2014), que sean violadas y agredidas sexualmente en las calles y por salir a divertirse… ¿Todo eso también son casos aislados y particulares?, ¿no hay nada común a todas esas situaciones?...

Él mismo dice que las mujeres llevan siglos viviendo con un “suplemento de miedo”… ¿no tiene nada que ver en ese miedo el machismo que hace que los hombres vean a las mujeres como algo de su propiedad o como objetos, y a creerlas inferiores, por ejemplo, “más débiles y menos inteligentes”, como afirmó el europarlamentario polaco Janusz Korwin-Mikke en le sede del propio Europarlamento?.

“Lo terrible de estos crímenes”, Javier, no es sólo el drama que hay detrás de cada uno, sino lo común a todos ellos, ese machismo que da razones y argumentosLo terrible de estos crímenes“, para que luego cada maltratador decida materializarlos de forma muy diferente. Mata el machismo, los machistas sólo ejecutan los dictados que reciben de esa cultura histórica levantada a imagen y semejanza de los hombres. Cada uno asesina de forma diferente, pero todos ellos se sienten más hombres al hacerlo. Es lo del ”uno para todos y todos para uno“ en clave machista.

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