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Cuando seamos normales

El Gobierno culmina el control del Govern convencido de la lealtad de los funcionarios

Javier Aroca

Rajoy nos ha prometido volver a la normalidad. Ha sido astuto, mucho más que Puigdemont, incluso más que sus aliados y el ala más extremista de su partido. Ha reducido la aplicación del artículo 155 a su mínima expresión temporal, no así a su mínima expresión nuclear. Ha cesado al President y a su Gobierno pero ha evitado, de ahí su astucia, dejar al Parlament intervenido, lo ha disuelto, lo cual, no digo que lo demás no lo sea - la destitución del presidente es como mínimo disputable-, despeja uno de sus frentes jurídicos más débiles en la aplicación del precepto constitucional. No sé si ha leído a Baltasar Gracián o devoraba, como un servidor, las series de El chapulín colorao, pero astuto es.

Soraya Sáenz de Santamaría es la nueva molt honorable, pero menos. Habida cuenta de su experiencia fallida como ministra para Catalunya, con despacho incluido en Barcelona, Rajoy ha sido de nuevo astuto no dejándola gobernar, que es más que probable, además, que no hubiera podido. Gobernando la señora estos 55 días, conociendo el paño santamarino, se hubieran más que previsiblemente convertido en unos 55 días en Pekín, versión hispana, más si Rajoy hubiera accedido a que su número dos controlara TV3, como hace con TVE y...

Porque hay que tener una cosa en cuenta: desde el cese del President, el Gobierno sustituto está en funciones, limitado entonces, según las leyes catalanas (Ley de la presidencia de la Generalidad y de Gobierno, artículos 18 y 27, en vigor). La nueva virreina no puede hacer más de lo que la ley dice. Y cabe decir que al Gobierno constitucional de España corresponde un ejercicio de la ley extremadamente escrupuloso, más ante la falta de respeto al orden constitucional de las instituciones catalanas, extremo en el que se basa la intervención gubernamental.

Pero, claro, el PP y su Gobierno, y los responsables de la acción de Gobierno ante Las Cortes, léase la vicepresidenta, no son precisamente eso, un ejemplo, como demostraron cuando estuvieron en funciones en el Gobierno de España. Se lo podrían recordar ahora sus socios de intervención, a saber, el PSOE.

Pero, vuelvo al principio. Cuando seamos normales... pero ¿cómo éramos antes de ser anormales? Cuando éramos normales, por ejemplo, nos robaban a mandoble, era el pujolato. Con el silencio cómplice de las estructuras profundas del Estado. España, y su Estado de las autonomías, eran y lo que queda es, un juego catalán, con jugadores del resto peninsular- (acuñación de Herrero de Miñón). Recuérdese el más del 90% de apoyo catalán a la Constitución, incluido el Título VIII. Mientras se robaba a uno y otro lado del Ebro, éramos normales, reinaba Pujol en Catalunya y en Madrid bastaba con que hubiera, en nombre del padre, encomenderos, gariteros o nuncios, elijan; fuera Roca Junyent, hoy abogado regio, o, más tarde, Duran i Lleida.

Éramos normales: Barcelona, junto con Madrid, ejercía su bicapitalidad no oficial. Casi todo lo importante se resolvía en un palco de fútbol o en el puente aéreo. Unos y otros se repartían los restos del INI (Instituto Nacional de Industria), del que venían disfrutando desde los 50. Las privatizaciones siguientes contribuyeron al reparto y a la paz entre los dos gallos de pelea. Los grandes chollos, con domicilios fiscales y sedes operativas en las dos capitales de una España así, la hacían insostenible, más allá de lo que dura. Era cuestión de tiempo. Euskadi, tercera en lid, iba a lo suyo, con lo suyo. Jamás se movió de Bilbao la sede del BBVA, ni en los peores años de plomo de ETA.

Un gran ejemplo de la entente fue Felipe González. 180.000 millones de pesetas para inyectar en la SEAT, que había puesto Franco en Catalunya. Luego, la mayor fábrica de Catalunya, aún hoy, se vendía por 40.000 millones a la Volkswagen. El papel filipino sería igualmente relevante para que a papá Pujol, el tranqui Jordi del aviso regio tras el 23-F, por cierto en la calle, se fuera de rositas en Banca Catalana.

Un día se rompió todo eso, no se sabe aún por qué, aunque suena a poder y dinero. Lo cierto es que la faena se la encargaron a los independentistas y éstos no iban a desaprovechar la ocasión. Todo esto ocurría cuando éramos normales.

Para ser normales, dice Rajoy, hay que llegar al día 21 de diciembre. Habrá elecciones, habrá resultados, habrá nuevo Parlament y nuevo Gobierno que sustituirá al actual en funciones. Entonces ¿qué? ¿Volveremos otra vez a la normalidad añorada? ¿Se aceptarán los resultados si son parecidos? ¿Se entenderá como entendió el Gobierno británico en las elecciones escocesas, donde ganó por mayoría absoluta el Partido Nacional Escocés, que hay que atender, poner la ley al servicio de la democracia? Es decir, que los ciudadanos cuentan.

Me temo que no. Los ciudadanos no cuentan, los usan como a aquel fatídico jugador número doce, de merecida desmemoria en Andalucía -gracias eternas a Javier Clemente-. Me temo que el partido durará eternamente, el juego consiste en eso. Aunque la normalidad puede imponerse, la de entonces. Pero será otra normalidad, otra vez, con fecha de caducidad y revisión hasta cuando toque otro reajuste del poder. Todo empezó con la pela y, si no me equivoco, terminará con la pela. De momento, no estamos en la casilla de la muerte que nos lleva a la de salida. Estamos en el laberinto, que nos lleva al treinta. El juego de la Oca se inventó en España, dicen. Algo es algo.

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