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¿Nos hemos olvidado de ellos?

Andalucía tendrá un otoño con temperaturas superiores a la media y normal en cuanto a precipitaciones

Ana I. Bernal Triviño

A veces paso los días tan centrada en buscarme la vida y atender veinte cosas a la vez, que apenas reparo en mis canarios. En verano, con el agobiante calor, entran en muda. La muda es un proceso de transformación. No sólo es visible porque el suelo está repleto de plumas con las que podría crearme varios cojines. Es que parece que no hay vida en casa porque dejan de cantar.

En la muda, los canarios hacen un esfuerzo tremendo por renovar su plumaje. Se hacen bolillas en los palos o en el fondo del suelo. Y apenas quieren volar aunque estén fuera de la jaula. Es su tiempo, para ellos. Para desechar todo lo del año. A veces, en ese proceso tan duro, mueren. Te levantas una mañana, y tienes que recoger su cuerpecillo sin latido.

Estos días me limitaba a cambiarles el agua, la comida y apenas los atendía. A pesar de los tirones que me hacen del pelo, o sus saltos sobre mis manos. Y de pronto, reparé en una sensación que tengo: que hemos dejado de reparar en cientos de cosas a lo largo del día. Las que se silencian. Porque quienes padecen ya no tienen voz. Y porque quienes lo ven, apenas hablan por ellos. Igual que mis ocho canarios han permanecido callados hasta ahora, parece que, como sociedad, estamos en una fase parecida. De silencio. De callar. De esconder la cabeza debajo del ala. De salvarse uno mismo.

Los movimientos sociales resisten como pueden. También las asambleas de los barrios. Los recortes sociales apenas se gritan… ¿Nos hemos olvidado de ellos? De la juventud sin expectativas, de los emigrados, de los inmigrantes, de los refugiados, de los niños con ayudas alimenticias, de las colas de hambre, de los enfermos por hepatitis C, de los enfermos de cáncer sin medios, de los bebés fallecidos por falta de atención médica, de los medicamentos que no se pueden pagar, del que vive sin luz, del que se suicidó, del desahuciado, del que tuvo que dejar de estudiar, del explotado en su trabajo, de las maltratadas sin recursos, de los parados o de los que ni siquiera tienen prestación…

El peligro de pensar que todo eso fue un accidente y no una causa-efecto. Quedarnos sólo en el qué, y no en un porqué. Nos hemos olvidado. Y creo que a todos nos han ido puliendo, conformando, restando rebeldía y capacidad de pedir justicia. O, si lo haces, es como predicar en el desierto. Pensábamos que éramos capaces, pero ¿hemos dejado de creerlo? ¿Les hemos dejado ese espacio a los verdugos disfrazados con trajes de corbata, al discurso del miedo, a la propaganda? Todo esto ha pasado delante de nosotros. Y pasa. Y pasará de seguir así.

La mejor versión de nosotros mismos

La semana pasada me desperté en la cama con la mente centrada en la llegada del otoño. Mi profesor de latín del instituto, Serafín, tenía la habilidad de contar las historias de las palabras. Así, nos narraba que el otoño significaba alcanzar la plenitud del año. Él confesaba que le ocurría como a las aves. Que era el momento de poner el rumbo sólo a lo que merece la pena. De soltar lo que arrastramos del verano. Y de respirar aire nuevo.

Y ese mismo día, mientras recordaba a mi profesor, escuché un sonido nuevo cuando desperté. Caminé… y allí estaba Ícaro, el padre de todos los demás canarios. Anciano, pero resistiendo. Vigoroso, elevado y extendiendo sus nuevas alas negras, verdes y marrones. Y pensé que esta época sería un momento perfecto para que todos hiciéramos nuestro proceso de muda, como las aves: dejar caer lo innecesario, centrarse en lo básico, dedicarnos tiempo, y sacar la cabeza bajo el ala ante todo lo malo. Mudar para ser la mejor versión de nosotros mismos.

Ícaro me despertó con un canto que podría reemplazar a la mejor de las orquestas. Y se centraba en su gorjeo suave, cargado de notas musicales y armonía… Como alguien que se ha transformado y tiene una nueva oportunidad. Como alguien al que le devuelven la voz y la capacidad de volar. Y quizás lo preciso está ahí: en que no nos arrebaten la voz, ni nos corten las alas.

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