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Con padrinos pero huérfana

Susana Díaz entre Rubalcaba, González, Zapatero y Guerra el 26 de marzo en la presentación de Ifema.

María Iglesias

Los árboles impedían ver el bosque en la presentación de Susana Díaz como candidata a liderar el PSOE. Eran tantos y tales los dirigentes en primera fila y los militantes que abarrotaban Ifema que casi pasaron por alto las ausencias. Personales y de ideas.

Porque de un lado, sí, ahí estaban, escoltándola los ex-presidentes Felipe González y Zapatero, Rubalcaba, los actuales presidentes de Castilla la Mancha, Extremadura, Aragón, Valencia... ante los miles de afiliados con banderas. La expectativa y el deseo de victoria, el 21 de mayo, sobre Pedro Sánchez y Patxi López, unió a personalidades distanciadas: Rubalcaba y Chacón, Zapatero y Bono, Felipe y Guerra. Tal cantidad de parejas rivalizando por apadrinar a la presidenta de Andalucía en el siguiente hito en su carrera, que nadie pareció preguntarse por sus padres.

No los biológicos, saludados por ella desde el estrado, en el momento, que siempre llega, de aludir a “la casta fontanera”. Sino esos precursores, mentores, necesarios en una trayectoria de veinte años, considerando el comienzo el 97 en que Díaz fue elegida secretaria de Organización de las Juventudes Socialistas de Andalucía

Ni rastro de José Antonio Viera, que fue quien en 2004 la aupó como número dos,   secretaria de Organización, cuando él fue elegido secretario general del PSOE de Sevilla, ni de Chaves y Griñán por más que éste la hiciera consejera de Presidencia e Igualdad (2012-2013) y luego le cediera el poder en el partido y la Junta. Además de actuar como un mentor político, protector y un pigmalión vital e intelectual. Ausencias que evitan salpicarla con su caída en desgracia, acusados de una corrupción -ERE, cursos de formación- que, de momento, apunta más a caciquismo que a beneficios a los bolsillos de los aludidos.

Pero tampoco se vio a Alfredo Sánchez Monteseirín, el alcalde de Sevilla que le dio su primera gran responsabilidad, como delegada de Juventud y Empleo y, luego, de Recursos Humanos. De haberla acompañado, se le habría reservado sitio en esa primera fila de apoyos destacados y habría sido clave para testimoniar las cualidades que avalan el ascenso de esta líder y su aptitud para dirigir el partido y el país.

Porque el respaldo de los cuadros del aparato fue tan clamoroso como tibio, escasamente argumentado. Felipe González dijo que estaba allí porque Díaz “es la única que me ha invitado”, Zapatero por su “madera de líder”, Bono y Rubalcaba porque  “es la mejor para ganar”, Chacón dado que “es hora de que el PSOE y España los lidere una mujer”. 

En mi romanticismo político, considero emocionante que de un líder -hombre o mujer- se destaquen sus principios, valores progresistas avalados por hechos, cuando ya se tiene responsabilidad de gobierno, solida trayectoria profesional que garantiza que la política no es la única salida, disposición a pagar el precio por defender lo que se cree justo -como el indulto a la tuitera Cassandra Vera-, aunque no sea rentable electoralmente, ni políticamente correcto, que se alabe la inteligencia, el tesón, la visión, el proyecto, la actitud crítica y auto-critica.

Son tiempos pragmáticos, en cambio. Tanto que Eduardo Madina que muchos, en el PSOE y fuera, consideraban el opuesto a Díaz al punto de ser su alternativa en las primarias previas -aunque ella prefiriera concurrir por persona interpuesta, vía Pedro Sánchez que ardería como hombredepaja-tea en las derrotas de las generales- fue el más encendido. Y eso que se limitó a constatar: “Muchos pedíais que Susana y yo nos uniéramos. Y aquí estamos, unidos”. 

Sus palabras, su imagen encarnaron a la perfección lo que Susana Díaz resumió en dos mandamientos: “Cien por cien PSOE”. “Objetivo: ganar”. 

¿Cómo superar resistencias y vencer? ¿Y para qué? Parece irrelevante. Como si la falta de alternativa a la derecha, nacional, europea y global no estuviera en la base de la crisis de la socialdemocracia en todo el planeta. Como si el 15M no fuera en 2011 respuesta a un Zapatero plegado al austericidio de mercados y troikas. Como si no hubiera memoria.

Madina aplaudía en el extremo de la primera línea, seguido hacia la derecha, en las imágenes, por Fernandez Vara, García-Page, Rubalcaba, Felipe, Zapatero, Guerra, Ximo Puig, Estela Goikoetxea -dimitida la semana siguiente por falsear su CV-, José Blanco y Carme Chacón. 

Prietas las filas y un lenguaje verbal que me recordó una instalación en en Centro de Arte Contemporáneo de Málaga, de Rirkrit Tiravanija. Una montaña de camisetas tan alta que tapaba el vídeo que se proyectaba. Los espectadores podían, si querían, coger camisetas, hurgar, ponérselas para intentar ver. Eran camisetas blancas, de algodón, normales y corrientes, salvo por un detalle. Todas llevan serigrafiada la frase: “Uno no puede simular la libertad”. Tontunas culturales... que dan que pensar. 

 

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