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Las praderas marinas: el tesoro oculto de Andalucía

Pradera de Posidonia

Alejandro Ávila

Llevan el nombre del dios griego del mar y sus hazañas no son menos épicas que las de Poseidón: frenan la erosión de las arenas de nuestras playas, luchan contra el cambio climático y son refugio de la vida marina. Son las posidonias atlánticas y, junto a los otras tres especies de fanerógamas autóctonas (Cymodocea nodosa, Zostera noltei y Zostera marina), forman los ‘bosques submarinos’ de las costas andaluzas.

Fernando Brun, investigador de la Universidad de Cádiz, asegura que las praderas marinas “son uno de los sistemas marinos más amenazados en el mundo. Su tasa de pérdida a nivel global es de un 5-7% a nivel global”. La Costa andaluza esconde enormes praderas submarinas. En concreto, mientras que la posidonia extiende sus dominios por el Mediterráneo y a una cierta profundidad (Almería, Granada y Málaga, principalmente), las otras tres lo hacen por el litoral atlántico andaluz.

El proyecto Life+ Posidonia Andalucía, respaldado por la Consejería andaluza de Medio Ambiente, y que cuenta con un presupuesto de más de tres millones y medio de euros para el periodo 2011-2014, ha centrado buena parte de sus esfuerzos en cartografiar las praderas de fanerógamas marinas, ya que, como señala Brun, uno de los principales problemas es “que los mapas son antiguos y los datos que tenemos muchas veces son anecdóticos”. Porque para la protección de las praderas marinas es fundamental saber su distribución, ya que la destrucción del ecosistema se acelera exponencialmente una vez que se daña. Oscar Esparza, de la organización ecologista WWF, destaca, en este sentido, que “la posidonia crece tanto vertical como horizontalmente a una tasa muy pequeña: un centímetro por año. Así que cualquier impacto sobre ella necesita muchísimos años de recuperación”.

“Todos dependemos de las praderas marinas”

Actualmente, gracias al proyecto Life+, se estima que Andalucía cuenta con 152.300 hectáreas de praderas marinas: el 53% son de P. oceanica, el 31% de Z. noltei, el 16% de C. nodosa y tan solo un 1% de Z. Marina. Y están presentes en la vida cotidiana de los pescadores, como explica Mª Carmen Ramírez, responsable de FAMAR, el Voluntariado de Fanerógamas Marinas de la Bahía de Cádiz: los pescadores y mariscadores tienen sus propios nombres comunes para ellas: “a cymodocea nodosa la llaman porreo, a zostera nolti, pelillo y seda de mar a zostera marina”.

Brull afirma que “las praderas de posidonia tienen bastantes zonas de protección, mientras que las de menor tamaño tienen un grado menor de protección”. Para el investigador de la universidad gaditana, el problema de las especies que se dan en la costa atlántica está claro: “su falta de carisma. Vende mucho más un oso, un gorila o un panda que cualquiera de estas especies. Las praderas de posidonia son muy atractivas y éstas no lo son”.

Mientras que las posidonias son ecosistemas que pueden llegar a crecer a 30 metros de profundidad y generar una colorida y llamativa vida marina a su alrededor, a las especies del Atlántico les toca ser el ‘patito feo’.Pero, al igual, que en la fábula infantil, bajo esa apariencia menos atractiva se esconde un tesoro: “las praderas marinas de la Bahía de Cádiz retiran entre 20.000 y 40.000 toneladas de carbono al año. Es todo el CO2 que producen los coches de la bahía con una media de 10.000 km al año”, asegura el profesor Brun.

“Todos dependemos de las praderas marinas. A un nivel económico global son, junto a las marismas y los manglares, las que más aportan: entre 20.000 y 25.000 euros por hectárea al año. Si lo comparas con los bosques tropicales, que dan 800 euros, comprendes su importancia”, continúa el responsable del proyecto nacional Sea Life.

Científicos, voluntarios y ecologistas coinciden en una cosa: la acción del hombre es la principal amenaza para las praderas marinas. La degradación ambiental propiciada por la intensificación del desarrollo urbanístico en el litoral andaluz, la insuficiente depuración de las aguas residuales y las malas prácticas en el sector pesquero y agrícola conforman un cóctel explosivo para estos ecosistemas de los que dependen numerosas especies y el propio ser humano.

La nueva ley de costas, una amenaza

En ese sentido, Esparza asegura que la nueva de ley de costas, que flexibiliza la construcción en zonas sensibles, podría terminar provocando “modificaciones en las corrientes y la sedimentación y que eso termine afectando a las praderas marinas”.

El ecologista cree, sin embargo, que España cuenta con un marco legislativo que ofrece “una protección más que suficiente. Lo que hay que hacer ahora es que se cumpla. Hay muchos espacios protegidos en España pero no tienen un plan de gestión adjunto”.

Esparza está de acuerdo con Brun en el hecho de que la posidonia está suficientemente protegida, pero que las fanerógamas que abundan en el litoral atlántico no gocen de “ese reconocimiento. Hace falta incluir medidas específicas para proteger estas comunidades de fanerógamas”.

Para implicar y concienciar a la propia sociedad y generar ese motor de cambio, la red de Voluntariado Ambiental de Fanerógamas Marinas de la Bahía de Cádiz lleva a cabo un intenso trabajo con pescadores, mariscadores y colegiales: “poco a poco todo el mundo va aprendiendo que en el mar hay plantas y que éstas son beneficiosas para el ser humano”, afirma Carmen Ramírez.

“Ves la cara de asombro en los niños cuando les dices que en el mar hay plantas. Los pescadores y los mariscadores están hartos de verlas, pero también se asombran cuando les dices lo importantes que son las praderas como fuentes de recursos para tener más peces o coquinas, que viven, comen y se refugian allí”, concluye Ramírez. Bajo la superficie del agua se esconde aún un rico tesoro por descubrir y proteger.

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