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CRÓNICA

Sin noticias de Sánchez (ni de Begoña Gómez)

Pedro Sánchez y Begoña Gómez, en una imagen de archivo.

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El PSOE sigue siendo ese partido que pasa de la euforia a la depresión sin apenas tránsito. Pasan los secretarios generales, pasan los presidentes de gobierno, pero eso no ha cambiado. Hace una semana celebraba por todo lo alto los resultados de las elecciones en Euskadi y ahora se muestra abatido ante la posibilidad de que el presidente del Gobierno pueda abandonar el lunes su cargo.

Ni las muestras de afecto, ni los gritos de ¡Pedro, no estás solo! o de ¡Pedro, quédate! pueden esconder a una dirigencia afligida. Cada rostro y cada declaración transmiten desasosiego. Hasta Emiliano García-Page, el más crítico entre los críticos con Pedro Sánchez, habla de “dolor” y de “empatía” con el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez. Por encima de lo político está lo humano. Y en esta historia empieza a estar claro que esto va de proteger a una familia y no a un gobierno. Porque, como dijo el vasco Eneko Andueza, “no se puede dar carta de naturaleza al odio, al ataque y a la animadversión”. Porque, como exhortó el ministro Óscar Puente, “España no es una finca ni es la de Los santos inocentes y, además, Pedro [Sánchez] no es un usurpador, ni un okupa que haya arrebatado a la derecha nada que le pertenezca”. Y porque, como añadió el asturiano Adrián Barbón, “es absolutamente inaceptable esta forma de hacer política basada en la destrucción del adversario”.

Así transcurrió el Comité Federal que celebró este sábado el PSOE y que acabó convertido en un acto de cerrado apoyo a su secretario general pero también a su esposa, Begoña Gómez, ambos inmersos en un insólito periodo de reflexión para decidir si él continúa o no al frente del Gobierno. Ministros, secretarios generales, diputados, militantes y espontáneos como Carmen Romero, exmujer de Felipe González, se acercaron hasta la calle de Ferraz para converger en un sonoro grito de “¡Pedro, quédate!”.

Todos quisieron arropar a un presidente que se siente víctima de una campaña de acoso y derribo, según confesó en la carta que dirigió el pasado miércoles a la ciudadanía para anunciar que se retiraba unos días de la vida pública hasta decidir si seguía al frente de la Presidencia del Gobierno. El anuncio, como saben, llegó después de que un juez abriese diligencias ante una denuncia por tráfico de influencias de un pseudosindicato ultra contra su mujer, Begoña Gómez, construida con recortes de prensa y un bulo acreditado.

Y es que, aunque pueda parecer excéntrica la idea, la decisión de Sánchez no es política sino estrictamente emocional porque la “jauría”–como dice el ministro Bolaños– ha hecho mella en el hasta ahora hierático Sánchez. Él mismo reconoció en la mencionada carta ser “un hombre profundamente enamorado de su mujer, que vive con impotencia el fango que sobre ella esparcen día sí y día también”. Así es. Quienes están cerca de la pareja acreditan tanto lo primero como lo segundo y, sobre todo, saben, por la conexión que existe entre ambos, que de la fortaleza o la debilidad de Begoña Gómez dependerá la decisión final del presidente. Como de ella dependió también en su día que Sánchez, tras semanas de desolación y depresión, se dispusiera a reconquistar la secretaría general del PSOE tras ser devorado por una operación orgánica impulsada por Susana Díaz y los llamados referentes históricos del partido. “Es imposible que su parecer vaya en contra del criterio de Begoña”, asegura un ministro que no tiene duda alguna de que Sánchez en este instante “está sólo pensando en el plano familiar”.

Las cosas podrían haber sucedido de cualquier otra manera y, sin embargo, han sucedido así. Al fin y al cabo, el límite emocional o afectivo de las personas no lo decide ni la oposición, ni las tertulias televisivas, ni quienes chapotean en el lodazal en que se ha convertido la esfera pública. Y en el mensaje que desde el Comité Federal lanzó de forma explícita la vicepresidenta primera, María Jesús Montero, a la esposa de Sánchez están algunas claves de este insólito dilema presidencial. “Begoña, compañera, estamos todas contigo”, afirmó encendida antes de arrancar una larga ovación del cónclave socialista.

“Las mujeres de este país –prosiguió– sabemos lo que cuesta desarrollar una carrera. Sabemos las renuncias que hacemos en nuestra vida familiar cuando tenemos una responsabilidad. Sabemos que se nos mira siempre con lupa y que se nos exige siempre más. No queremos que nos vuelvan a arrinconar en las casas. No queremos que se nos anule profesionalmente. No queremos que se nos utilice como diana por parte de sectores machistas que no han entendido nada de lo que significa la igualdad”.

Las diligencias abiertas por un magistrado tras la denuncia del pseudosindicato ultra Manos Limpias han sido la gota que ha colmado el vaso, pero en Moncloa arguyen que en  la “persecución” a la que se ha sometido a la esposa del presidente ha habido un salto cualitativo entre “los ataques personales” y “la pretendida muerte civil de una mujer que siempre ha querido mantener una carrera profesional al margen de la actividad de su marido”.

El dilema: el interés familiar o el del país

Pero a pesar de las muestras de afecto y solidaridad, el PSOE sigue sin noticias de Sánchez ni de Begoña Gómez. La pareja no ha emitido en estos días señales sobre cómo resolver el dilema de si anteponer el interés del país al familiar. Sí responden los mensajes que reciben, incluso el presidente ha cruzado alguna llamada con un par de ministros y con su jefe de gabinete, Óscar López, pero sin más contenido que el de interesarse por algunos asuntos pendientes. Quienes han hablado con Begoña Gómez, que alguno ha habido, aseguran que está “fuerte”, pero no se atreven a anticipar si lo está por el alivio de saber que este es el final o porque está dispuesta a aguantar.

Nadie pregunta. Por respeto a la pausa decretada por el propio Sánchez y porque nadie quiere imaginar un final abrupto que abra un marco de inestabilidad institucional y también político. No en vano, de la decisión del presidente no sólo depende el futuro del Gobierno sino también el devenir de un Partido Socialista que, más allá de los sueños húmedos de algunos, jamás se preocupó de diseñar el post sanchismo. Si Sánchez dimite como presidente de Gobierno lo hará también como secretario general del PSOE, si bien lo lógico es que el liderato del partido lo mantenga hasta la celebración de un congreso extraordinario. Lo contrario supondría crear una gestora que dirija el partido, convoque primarias y fije la fecha de un cónclave federal. 

En lo que sí coinciden todos los socialistas es que, sea cual sea la decisión que anuncie Sánchez, estos días marcarán un antes y un después sobre la toxicidad que emana de la política y sobre los límites de la refriega partidista. “El grito de '¡estamos contigo!' ya tiene un valor en sí mismo, que es el de que la ciudadanía piense hasta dónde hemos llegado y por qué”, defiende un miembro del Gobierno que considera imprescindible “cambiar las actitudes” e incluso confía en que “con esta situación haya gente ya inmunizada con según que prácticas político-periodísticas”. 

Montero: “Si se va, yo me voy detrás”

Quien así habla es de los pocos dirigentes que cree que aún hay margen para que Sánchez pueda anunciar el lunes que seguirá en el cargo. Lo que no contempla es que lo haga ni sometiéndose a una moción de confianza porque no carece de ella en el Parlamento ni tampoco que lo haga sólo para convocar elecciones anticipadas. La condición de 'pato cojo', denominación que se le da a alguien en un cargo electivo a quien se aproxima la fecha en que debe dejarlo, “es impensable” para este interlocutor, quien cree que si la decisión fuera la dimisión, la siguiente disyuntiva sería convocar elecciones o afrontar una investidura con otro socialista que dé continuidad al Gobierno. 

Las señales que se emiten tanto desde el Ejecutivo como desde el PSOE son nítidas sobre la continuidad del gabinete más allá de la decisión de Sánchez, a pesar de que nadie se atreve a poner siquiera un nombre en circulación. Cuentan que la propia María Jesús Montero durante las reuniones que ha mantenido el sanedrín presidencial para analizar la situación ha dicho: “Si se va Sánchez, yo me iré detrás”. Aunque no todos confían en la autenticidad de sus palabras. 

El caso es que a 48 horas de que Sánchez desvele si lo deja o no todo por amor hay una mayoría de socialistas conscientes de que permanecer en el cargo le dejaría en una situación de mayor debilidad de la que tenía desde que empezó el mandato en la medida en que ha mostrado su principal Talón de Aquiles. Haga lo que haga, no hay salida buena. Si se queda, especula un ministro, la derecha y la ultraderecha “dirán que es un tacticista mentiroso” y si se va, “que lo hace porque huye de un problema de corrupción”. Una cosa es preservar el plano familiar que nadie puede entrar a cuestionar ni siquiera en tiempos de deshumanización de la política y otra muy distinta, no medir el impacto.

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