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El cambio climático eleva los problemas de salud con la procesionaria

Procesionaria en los pinares de Hinojos (Huelva) / Ayto. de Hinojos

Alejandro Ávila

Va armada con medio millón de diminutas armas blancas. Su punta va emponzoñada de veneno y desfila de manera castrense hasta su objetivo. Si algún enemigo se enfrenta a ella, lanza sus púas provocándole desde irritaciones en la piel hasta la muerte. Es la procesionaria, una plaga que, primavera tras primavera, pone en jaque a los niños, adultos y mascotas que se arriman a su cuartel general: los extensos pinares que cubren buena parte de Andalucía y la Península Ibérica.

Pedro Torrent, experto en plagas de la Universidad de Sevilla, resume los efectos de la oruga. “En estado de desarrollo L3 desarrolla unos pelos que son como arpones con efecto urticante que quedan en el aire. Las mascotas, los niños o ciertas personas tienen más sensibilidad ante su efecto urticante. Sobre los perros tiene afecciones bestiales, ya que si les afecta el tracto o la boca pueden llegar a morir”.

Las orugas han adelantado su fecha de eclosión y el cambio climático ha sido señalado como primer culpable por los expertos: las temperaturas suaves del invierno y el calor del verano han sido la tormenta perfecta para la plaga experimentada en Andalucía.

Una de las localidades más afectadas ha sido Hinojos, en Huelva, una población que vive literalmente rodeada por 4.700 hectáreas de pinar. Con más de 250 casos de salud relacionados con la procesionaria en un año, el alcalde de Hinojos, Miguel Ángel Curier, insiste en que se trata de “una plaga que pone en peligro nuestra salud, es un problema de salud pública para todos los pueblos que lindamos con monte público”.

Administraciones, ingenieros y científicos no se ponen de acuerdo para hacerle frente a esta plaga. Unas veces por presupuesto, otras por razones legales, las fumigaciones aéreas han ido dejándose de lado por la administración para luchar contra esta oruga urticante.

Prohibición europea

Una directiva de 2009 de la Unión Europea estipulaba que dado que “la pulverización aérea de plaguicidas puede causar efectos negativos significativos en la salud humana y el medioambiente”, ésta “debe prohibirse en general, con posibles excepciones en los casos en que presente claras ventajas en términos de menor impacto en la salud humana y el medio ambiente en comparación con otros métodos de pulverización o cuando no haya ninguna alternativa viable”.

Las comunidades autónomas han recurrido a las calificadas como medidas de urgencias para emplear fumigaciones aérea contra esta temida plaga. En el caso de Andalucía, se han pulverizado más de 30.000 hectáreas desde 2012 y hasta el año pasado, cuando el Ministerio de Medio Ambiente se negó a seguir concediendo permisos de fumigación tras una amonestación de la Unión Europea. Un año antes, en 2014, la Junta de Andalucía fumigó desde el aire 637 hectáreas del Espacio Natural de Doñana, un 35% más que el año anterior.

En el caso de Hinojos, por ejemplo, la Consejería de Medio Ambiente trazó un cordón perimetral y llevó a cabo una fumigación terrestre, ya que “los tratamientos aéreos están prohibidos por normativa europea a no ser que sea una emergencia”, recuerdan desde el Ayuntamiento onubense. “Los niños se ponen fatal, porque en este pueblo convivimos con el pino y la procesionaria, que está en una etapa muy virulenta. Las condiciones meteorológicas son perfectas para su reproducción”, insisten.

Ecologistas en Acción le ha propuesto al Gobierno andaluz que el control de la plaga se lleve a cabo con cuadrillas especializadas que controlen “la población de procesionaria a medio plazo, actuando en todas las fases de desarrollo del insecto mediante técnicas sin impacto ambiental”.

Lola Yllescas, portavoz de la organización ecologista en Andalucía, subraya que la procesionaria es el alimento de murciélagos y aves insectívoras (carboneros, herrerillos, abubillas…) y que el problema radica en que “hemos roto el equilibrio natural con la desaparición de las aves insectívoras. Si todo lo solucionamos con la química, cada año tendremos que usar más tratamientos, metiéndonos en un círculo perverso”.

La ciencia respalda tanto la postura de la Unión Europea como la de los ecologistas. Un estudio de las universidades de Granada y Rey Juan Carlos apunta que “la mejor forma de controlar a la procesionaria no es eliminarla mediante fumigación masiva cuando ataca a los pinares, sino poner los medios necesarios para que el pinar sea menos susceptible a su ataque, esto es, primar las medidas preventivas frente a las paliativas”.

Los expertos recuerdan que se considera plaga cuando afecta a una población rural cercana a un pinar y que provoca problemas de salud pública. Pedro Torrent asevera que la Junta de Andalucía trata la procesionaria como un insecto endémico del que se alimentan aves insectívoras y solo la trata en caso de emergencias sanitarias puntuales. También insiste en que las fumigaciones aéreas sólo se hacen cuando lo demandan las poblaciones afectadas.

Alternativa ecológica

Torrent apuesta para estos casos por una alternativa ecológica como el del Bacillus thurigiensis, “una bacteria que consigue descomponer las orugas cuando se encuentran en un estado larvario inicial”. Cuando se emplea el polémico Dimilin (cuyo principio activo es el diflubenzuron), lo que se hace es “parar o abortar el estado de desarrollo larvario. Hay que hacerlo en estados larvarios iniciales. Cuando está muy evolucionado, ya es muy tarde”. El experto universitario destaca que, al igual que la fumigación aérea, la terrestre tiene los días contados. Para ciudades, las inyecciones en el tronco son factibles y “funcionan muy bien”, pero en bosques no resultan operativas.

Una alternativa ecológica es reforzar las aves insectívoras que depredan estas orugas y fomentar bosques menos homogéneos, es decir, con menos pinos y con un mayor número de especies propias del bosque mediterráneo son las medidas a medio y largo plazo que parecen más razonables que lanzar veneno desde el aire, algo contra lo que ya se han rebelado más de un centenar de investigadores universitarios y del CSIC.

Los científicos consideran que el diflubenzurón es muy nocivo tanto para otros invertebrados, como para el ecosistema general, al tener un elevado nivel de persistencia en el medio. En un comunicado hecho público en 2014 abogaban por el principio de precaución, ya que “existen numerosos estudios que reportan los efectos nocivos de este producto y su ineficacia en particular para la prevención de las plagas de procesionaria”.

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