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De Huesca a Cuenca en moto y con los ojos vendados: el extraordinario viaje del mago Rayers Sam

Rayers Sam, en un cartel publicitario diseñado por él mismo.

Óscar Senar Canalís

Zaragoza —

“La magia es eso: vender algo que no existe y rodearlo de fantasía. Ese es su encanto”. Rayers Sam, acrónimo de Rafael Ayerbe Santolaria (1932-1992), hizo gala durante toda su carrera artística de un sentido total del espectáculo. Lo trasladó incluso a sus respuestas a los periodistas, como en la frase que abre este artículo, recopilada por Antonio Romeo. Empresario de éxito y folclorista cuasi profesional, Ayerbe escribió su capítulo más glorioso a bordo de una motocicleta, con los ojos vendados y conduciendo con la única guía de las “emanaciones magnéticas” que recibía de su esposa. En el 25 aniversario de su desaparición, un cortometraje y una exposición recuerdan a este asombroso personaje.

(El viaje en la oscuridad de Rayers Sam - TRAILER - English Sub - The Journey Through Darkness by Rayers Sam from sanctasanctorum on Vimeo).

Si se deja volar la fantasía, es posible imaginar el funeral de Rayers Sam como la celebración final de 'Big Fish', la película de Tim Burton. Además de deudos y amigos, acudieron a despedirlo empresarios, joteros y magos. En los tres ámbitos sobresalió Rafael Ayerbe. En los negocios, fue fundador de una firma comercial de maquinaria agrícola, hoy convertida en una potente empresa dedicada a fabricación de equipos de secado de forrajes y grano. En lo folclórico, en sus últimos años se demostró como un incansable divulgador de la jota, a través de colaboraciones periodísticas y como presidente de la Asociación Amigos del Folklore Altoaragonés. En la magia, sus proezas fueron tales que merecen un capítulo aparte.

“¿Rayers Sam? Ese es el de la moto, ¿no?”, es la respuesta de un altoaragonés de cierta edad al preguntarle por el mago. En los años 60 y 70, el ilusionista oscense alcanzó la celebridad gracias al truco de la conducción a ciegas. Rayers, vestido con un inmaculado traje blanco y ataviado con un casco con los colores de la enseña española, montaba sobre su moto Guzzi con los ojos vendados. Con una mano, sujetaba el manillar, mientras mantenía la otra alzada para captar las señales telepáticas que recibía de Pepita, su mujer, que lo seguía a cierta distancia a bordo de un utilitario. De esta guisa, Rayers Sam, con Huesca como punto de partida, se recorrió cientos de kilómetros: a Cuenca, a Santiago de Compostela (888 km. siguiendo la ruta jacobea) y, si la Dirección General de Tráfico no se lo hubiera impedido, a Sevilla.

'Big in Japan'

En la cumbre de su carrera, el matrimonio fue invitado en 1969 a visitar Japón con motivo de la Exposición Internacional de Osaka. Su nieta Laura Ayerbe cuenta que, por aquello de hacer patria chica, ambos bajaron del avión que los llevó hasta Tokio vestidos de ansotanos. Para su actuación ante las cámaras de la televisión japonesa, Rayers Sam volvió a su indumentaria blanca, pero se dejó puesta la bota de vino, a la que dio unos buenos tragos. “Este es mi combustible”, parece ser que fue su explicación ante unos atónitos presentadores. Por aquella época también apareció en Televisión Española, en el 'Un, dos, tres' Kiko Ledgard, y protagonizó un reportaje en el NO-DO.

Los recuerdos de aquellos momentos – que no las grabaciones, desaparecidas o imposibles de localizar, salvo la del noticiario- forman parte de la exposición 'Rafael Ayerbe Santolaria: 25 años sin magia', que desde este 29 de septiembre, y hasta el 15 de octubre, puede visitarse en el Centro Cultural Manuel Benito Moliner de Huesca. La muestra, comisariada por la propia nieta del ilusionista, incluye también los juegos de magia originales con los que Rayers Sam deleitó al público en cientos de actuaciones, además de, claro está, la motocicleta de los prodigios, restaurada para la ocasión.

En la inauguración de la exposición se proyectó 'El viaje en la oscuridad de Rayers Sam', un cortometraje de Orencio Boix inspirado en el prestidigitador. “Al acercarme al personaje, tuve la sensación de que todos esos mundos en los que se adentró, tanto el de la magia como el del folclore, fueron una vía de escape de la realidad que le había tocado vivir”, explica el realizador.

Lo cierto es que Ayerbe se centró en la jota y fue abandonando el ilusionismo ante el avance de una lesión ocular que, paradójicamente, le impedía ejecutar su actuación estrella. “En el tiempo del imperio de la visión, la historia de Rayers Sam es una bonita metáfora del pensamiento, de la capacidad de viajar con la mente”, reflexiona Boix.

Legado mágico

Entre los magos que acudieron hace un cuarto de siglo al entierro de Rayers Sam estuvo un jovencísimo Civi-Civiac, el ilusionista de Pueyo de Santa Cruz. Hoy, este artista, que en varias ocasiones ha realizado el número de la motocicleta a modo de homenaje a su maestro, considera que el impacto del ilusionista oscense residió en que “tenía una personalidad arrolladora y fue único entre los magos de su época”.

Sobre el legado de Rafael Ayerbe, Civiac destaca que “fundó el Círculo Mágico Oscense y, a través de la organización de eventos, situó a la provincia de Huesca en el mapa de la magia; fue además el promotor del monumento a Florences Gili en Tamarite de Litera, el primero que hubo en España dedicado a un ilusionista, y uno de los pocos que existen en el mundo”.

Rafael Ayerbe Santolaria / Rayers Sam fue mucho más que “el de la moto”, aunque es difícil escapar a la fascinación por tan icónico espectáculo.

- ¿En la familia conocéis el secreto del truco?

- ¡Ah, aquello era magia! – responde risueña Laura Ayerbe.

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