Higiene del alma y corral nacionalista

En la cultura y el pensamiento judeo-cristianos, la Humanidad se construía “contra” el resto del orbe, y el Mundo era uno de los enemigos del alma.

Salvo puntuales extravíos poéticos, místicos o franciscanos, el hombre era el principal nacionalista cósmico y único destinatario del cielo fijo.

Y además, el único dueño y explotador de la tierra baja.

Ese modelo de pensamiento hecho de contrarios, de buenos y malos, de arriba y abajo, de hombres y reses, de arcángeles y demonios, de espíritus y “cosas”, moldeo muchos siglos de civilización occidental y malogro durante un tiempo las neuronas de Europa, incapaces de concebir la unidad del todo.

Pocas cosas han maltratado tanto la inteligencia y la paz humana como los nacionalismos y las fronteras. Quizás sólo la religión “verdadera” y la “raza”.

Y cuando se juntan todas ellas (religión-nacionalismo-raza), se desata el “pandemónium”.

Pocas entelequias han disgregado tanto la evidente y radical unidad del hombre como esa filia hija de tantas fobias, y su inseparable lacra de crueldad y xenofobia.

Para quien medita y analiza el concepto de GAIA como unidad orgánica y coordinada de todo lo que vive y existe, abordar la mente nacionalista es como querer comprender el lenguaje de los necios desde la lógica de Aristóteles, o entender el cielo de los topos desde la cúspide del Himalaya, o pretender que las alambradas y los muros de las fronteras lean y reconozcan el corazón humano, por cuya sangre viaja el sol y la respiración de las plantas.

Aliento, alma y luz, más altos que cualquier muro, más fuertes que cualquier frontera.

Y desde esta perspectiva será igual de ajeno y sombrío, el nacionalismo español (pensemos en el no tan lejano nacional-catolicismo desfilando bajo palio y saludo fascista), que el nacionalismo catalán, que el portugués, o la mística cutre de la raza aria.

Si te atienes al lodo que parcelan a tus pies, te crecerán anteojeras en el alma y tu pensamiento se rebajará al croar de los sapos.

Si nos encenagamos en esta perspectiva a ras de tierra de nuestros políticos ciegos y de nuestros gobiernos de corral, acabaremos pensando que el tratado de Maastricht es más importante que la fotosíntesis, los ángeles más reales que los pájaros, y las banderas y los himnos más importantes que los hombres.

Y nos creeremos que los fotones vienen de Bruselas, o que el dios mercado puede independizarse de la biosfera y flotar entre Suiza y Wall Street.