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La epidemia de la pobreza en Grecia

La cocina de Konstantinos Polychronopolous reparte 300 comidas diarias en Atenas./ Foto. B.V.

Bostjan Videmsek (DELO)

Atenas —

El pasado miércoles por la tarde la plaza Monastiraki de Atenas presenció la formación de una larga y silenciosa cola de personas. Eran tan variados como uno se puede imaginar que es un puñado de gente, pero todos tenían algo en común. Sus caras cansadas, abrasándose lentamente ante el sol veraniego sin compasión, estaban marcadas con una profunda ansiedad.

Una nube de silencio desmoralizado envolvía la escena, el tipo de silencio que uno se imagina que sería imposible de romper. Aun así esto fue exactamente lo que pasó cuando el hechizo se rompió por un lloro de un hombre esperando a la comida gratis.

“¡Huele delicioso! ¡Realmente este tipo sabe cocinar!”.

Para la mayoría de la gente en la cola, esta es su única comida del día. La plaza entera olía a cilantro, el refrescante condimento que a los griegos les gusta añadir a casi todos los platos que cocinan. En una olla descomunal junto a su puesto en el centro de una de las plazas más abarrotadas de Atenas, Konstantinos Polychronopolous, de 50 años, elaboraba una especie de estofado. Después de perder su trabajo de alto nivel en marketing turístico hace cuatro años, Konstantinos siguió adelante y estableció la iniciativa 'Society Kitchen' (Cocina de la sociedad). Esa tarde en la Plaza Monastiraki, tenía consigo suficientes recursos para alimentar a unas 300 almas.

“Cuando perdí mi trabajo no sabía que hacer. Durante un tiempo intenté conseguir otro, pero fue inútil. Así que finalmente decidí abandonar este sistema por completo. Solo podía ver como las condiciones de vida aquí en Atenas se habían deteriorado dramáticamente. Un día fui al mercado y vi a dos niños pequeños peleándose por una pieza de fruta... La siguiente cosa que me di cuenta es que yo era el único impresionado por lo que acababa de ocurrir. Entonces supe lo que tenía que hacer. Decidí que abriría un puesto de comida para los pobres que no pudieran permitirse comer y cocinaría yo mismo”, explica este benefactor barbudo mientras revuelve hábilmente la olla.

Durante la conversación, la gente se le acercaba para darle un cálido abrazo, estrecharle la mano y murmullarle unas pocas y simples palabras de gratituid. Konstantinos recibió a cada uno de ellos con una sonrisa de oreja a oreja y una o dos bromas amistosas.

En una mañana de hace cuatro años que no hubiera tenido nada diferente de otra, Konstantinos se dirigió hacia el mercado y se acercó a cada puesto que había. Tenía tres euros en su bolsillo y un plan muy simple en su cabeza. Pidió a cada vendedor una patata, explicando que su objetivo era preparar una comida para los pobres. Algunos podrían haberse quedado mirándole fijamente con asombro, pero solo el primero ya le dió 30 patatas, y el segundo le entregó 20 calabacines. Casi todos ellos estaban dispuestos a ayudar. Ese fue el día que Konstantinos preparó su primer guiso para los pobres y empezó a repartirlo a la gente que pasaba. No mucho después, estaba completamente comprometido con su propósito, un cambio de paradigma en toda su filosofía de vida.

“No es solo por la comida... Creo que es casi tan importante que simplemente pasemos un rato juntos como amigos e iguales. Para muchos de estas personas es extremadamente duro admitir que no tienen dinero para comprar comida —a veces ni siquiera pueden asumirlo ellos mismos—. Sufren de un profundo sentimiento de vergüenza. Durante un largo tiempo nuestra pobreza era una especie de tabú. Ahora ya no lo podemos fingir. Nuestra miseria se ha convertido en nuestra única realidad. Y mi deseo es ayudar a aquellos haciédonles sentir un poco más felices de lo que estaban antes. Mis principales valores son la solidaridad, el respeto, la igualdad y la paz. De eso es de lo que realmente trata nuestra iniciativa”, explica Polychronopolous con una sonrisa. Durante los últimos años, un grupo de voluntarios se le ha unido en las calles de Atenas y otras ciudades griegas para ayudar a distribuir las comidas. Algunos se cansaron, cuenta Konstantinos , otros consiguieron trabajo y otros se mantienen a su lado.

Esta claro que este empático cocinero callejero está en una posición perfecta para medir los efectos de la devastadora austeridad sobre el pueblo y la destrucción de vidas que supone. Algo más de un cuarto de los hombres y mujeres griegos viven por debajo del umbral de pobreza. En muchos de los barrios prósperos de la capital, la pobreza se ha convertido en algo parecido a una epidemia.

“En 2011, digamos que preparé unas cincuenta o quizá sesenta comidas al día. Esto era suficiente”, asiente Konstantinos. “Ahora, a cualquier sitio que voy necesito cocinar para 300 personas. Cada mes, distribuimos comida a alrededor de 5.000 personas. Al principio, la mayoría de las colas estaban formadas por un 80% de inmigrantes y 20% griegos. Ahora esos números están a punto de invertirse. La situación se ha deteriorado rápidamente, pero el mundo se niega a darse cuenta”.

En este punto, el estofado está casi listo. Mientras una pareja de voluntarias añade pasta a la mezcla, la larga fila de personas aguarda pacientemente esperando su turno. Esto es ahora una realidad diaria para miles de personas en numerosas localizaciones de la capital. Este día, la cola estaba formada por exhaustos pensionistas, refugiados sirios, inmigrantes africanos, toxicómanos, personas con discapacidad, indigentes, mujeres embarazadas, niños callejeros y un buen número de desempleados... La clase de desempleados griegos que hasta hace poco vivían vidas respetables e incluso acomodadas. Desde el inicio de la crisis, Atenas ha visto incrementado en seis veces el número de personas sin hogar. Después de que el partido izquierdista Syriza llegase al poder, sus vidas no han mejorado ni un poco. Siguen enteramente dependientes de la bondad de extraños —el tipo de gente como Konstantinos Polychronopolous que ha hecho un esfuerzo de acercamiento—.

“¡Esto no es filantropía, esto es el estado natural del hombre!”

Junto con su plato de estofado, prácticamente todos los miembros de la cola también reciben un cálido abrazo y unas palabres amables. Las reservas de energía de Konstantinos parecen inagotables. Su política, dice mientras guiña un ojo, es decir no a los políticos y sí a la gente. “Mi filosofía es muy simple. Lo que hacemos aqui es una acto de solidaridad, y la solidaridad es el único medio de nuestro pueblo para luchar contra el oponente y el sistema. Pueden tener el dinero, pero nosotros nos tenemos los unos a los otros. Por eso es extremadamente importante que entendamos todas las formas por las que están intentando dividirnos. Nuestro objetivo aquí es dar esperanza al pueblo. Sin esperanza no hay vida. Queremos que nuestra iniciativa motive a otros a seguir nuestro ejemplo. No pensamos en nosotros mismos como filántropos, simplemente estamos viviendo nuestras vidas de la mejor forma que podemos. Repito, esto no es filantropía, esto es el estado natural del hombre”.

Aparte de varios puestos de comida alrededor de la ciudad, este generoso hombre también ayudó a establecer su casa como un “hogar abierto”. Anima calurosamente a los arruinados y a los indigentes a visitarle en cualquier momento y a pasar la noche. En su casa, regularmente organiza talleres para los niños afectados por la pobreza. Para él, ayudar a los otros se ha convertido en su forma de vida.

“¡Estoy muy agradecido a Kostas! Es un buen hombre. Y un gran cocinero. Vengo a menudo a comer. Aveces voy a otros puestos, pero este aqui es el mejor de todos”, asegura Mihalos, de 67 años, después de poner cuidadosamente la comida en una bolsa de plástico y volver a su sitio en la sombra. Durante varios años, este elegante y todavía razonablemente bien cuidado hombre ha sido uno de los indigentes de la capital, moviéndose de una solución temporal a otra. Hace tiempo estaba viviendo en un apartamento abandonado que él arregló para cubrir sus necesidades básicas. Al no reunir los requisitos básicos para la jubilación, no obtiene absolutamente ninguna ayuda del Estado. Como casi un cuatro de la población griega —cerca de tres millones de personas— Mihalos tampoco tiene seguro sanitario básico. Para muchos, su precaria existencia se ha convertido en la norma.

“Tengo cáncer de garganta y he perdido mi trabajo. Desafortunadamente, no he encontrado otro. Todo se derrumbó. He estado viviendo así durante unos cuantos años. Es una existencia miserable. Sabes, estoy a menudo agradecido de que no tenga ningún niño. Odiaría que me vieran así. Es mejor sufrir solo. Es más fácil estar solo cuando has sido derrotado. Quiero decir, ¿qué les podría decir?”, se pregunta el callado y bien hablado hombre, que lleva un elegante sombrero y un par de zapatos claramente demasiado grandes para sus pies.

Por la tarde, después de que Konstantinos Polychronopolous haya entregado los últimos trozos de pan y dulces, termina su día de trabajo con un gesto feliz. Konstantinos informa a la gente que se encuentra todavía alrededor del puesto dónde tiene planeado situarse al día siguiente. Entonces, visiblemente exhausto, se dejó caer sentándose con los inmigrantes africanos que no podían parar de alabar sus habilidades de cocina. Respira hondo y se enciende un merecido cigarro.

En este lugar de lucha desesperada constante, afirma, en este lugar donde tantas vidas se han convertido en una cadena interminable de OXIs y noes, no puede haber espacio para la política.

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