Actores y actrices

Entre los distintos mundos que conviven en este planeta hay muchas diferencias, pero las más significativas no guardan relación ni con la cultura, ni con la raza, ni con la religión sino con la cantidad de cosas que se disponen para entretener el tiempo, dado que en eso hemos derivado como especie. El progreso material nos ha transmutado en animales, más o menos racionales, que, una vez cubiertas las necesidades básicas, no tienen más propósito que entretener el tiempo con cualquier cosa, con lo que sea, máquinas fundamentalmente, pero también con drogas, viajes, compras, campos de golf, alcohólicos fines de semana y alineaciones de fútbol; todo ello, sospecho, con la única pretensión de no pensar que ya ni siquiera sabemos en que pensar. En realidad, esto de entretener el tiempo – siendo una de mis temas preferidos - no es algo que últimamente me preocupe demasiado, ya que desde hace días, semanas, meses gasto la mayor parte del mío tratando de comprender como es posible que haya quien considere que Mª Dolores de Cospedal está mínimamente capacitada para detentar cualquier cargo público – incluso el de presidenta de su comunidad de vecinos - pero, bueno, no cabe duda que cada comunidad autónoma tiene perfecto derecho a despeñarse del modo y manera que considere más conveniente que en esto, los catalanes y los vascos, con nuestros sempiternos problemas de identidad, no tenemos por que ser los únicos. En fin, lo cierto es que para distraer el tiempo en nuestra americanizada sociedad parece que, menos trabajo, hay demasiado de todo ya que vivimos en el exceso material, pero entonces, ¿por qué la gente se aburre tanto?.

Durante interminables siglos la gente no ha tenido más distracción que hacer silogismos, copular, entonar alabanzas a nuestro creador y tocar la ocarina los domingos por la tarde. Actualmente vivimos inmersos en una comodidad que en ningún momento de la historia le fue concedida al hombre. Hacemos cosas realmente prodigiosas con la más absoluta naturalidad y además las hacemos desconociendo sus causas: telefoneamos, chateamos, escuchamos la radio, contemplamos la televisión, nos desplazamos a distancias fabulosas en tiempos mínimos, bailamos envueltos en la melodía de los discos compactos, saboreamos caldo de pescado en cubitos, gazpacho en envases de cartón, yogourth en tarros de plástico y cada temporada aparecen en los escaparates cosas que aunque no las necesitemos siempre nos parecen fundamentales. Aún así, todo o casi todo, con el transcurrir del tiempo, nos acaba resultando escaso, insatisfactorio, hueco, frustrando los anhelos de felicidad que habiamos depositado en cada cosa comprada, tal vez porque viviendo en el exceso material contradecimos la vieja máxima de Goethe de que “la felicidad está en la limitación”.

Parece ser que el único propósito de nuestra desarrollada sociedad occidental es el de distraernos, pero como esto – por lo visto – no debe resultar nada sencillo, cada día hay más películas, más novelas, más canales de televisión, más emisoras de radio, más aplicaciones para el móvil, más tiendas de todo a cien y más personas que, con mayor o menor fortuna, trabajan para la industria del entretenimiento – por extraño que pueda parecer, en otros países, además de compañías constructoras, también hay otra clase de empresas. El hecho de que los políticos, sobre todo los nuestros, se asemejen cada vez más a los actores, no en su físico, claro, sino en su función representativa – la mayoría, en realidad, son unos simples figurantes que recitan monotonamente las cuatro frases dictadas por el auténtico poder, o sea, el económico – se sustenta en esta necesidad que tenemos de entretenernos y, en esto, la verdad, nada como una campaña electoral como la de las elecciones europeas para distraer el ánimo, para deleitarnos con una interminable sucesión de tópicos, frases hechas, lugares comunes y demás construcciones huecas en boca de actores y actrices de la categoría del gran, gran Carlos Floriano, Cañete, el impagable Montoro y, por supuesto, la estelar María Dolores de Cospedal a la que algunos ya esperamos, con una urgente ansía devoradora, para ver si es capaz de emular aquello tan grandioso, digno del mejor Shakespeare, de “la indemnización en diferido en forma de simulación de lo que antes era en partes y tal y tal y tal...”