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Las secuelas humanas del conflicto separatista musulmán del sur de Tailandia

Las secuelas humanas del conflicto separatista musulmán del sur de Tailandia

EFE

Narathiwat (Tailandia) —

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Estrés postraumático o crónico, paranoia, depresión e insensibilización son trastornos que afectan a hombres, mujeres y niños en el extremo sur tailandés desde que el separatismo islámico retomó en 2004 la lucha armada.

Más de 6.700 personas han muerto en trece años de conflicto en las provincias de Pattani, Yala y Narathiwat, con una población de casi dos millones de habitantes y situadas en la única región de Tailandia donde son mayoritarios el islam y la etnia malaya.

Solo en los diez primeros años de enfrentamientos quedaron viudas unas 3.000 mujeres y huérfanos casi 6.000 niños, según estimaciones del Ministerio de Desarrollo Social y Seguridad Humana.

“La pérdida de vidas y el sufrimiento físico han quebrantado la salud psicológica de la población de la región (...) con especial incidencia en las víctimas directas, sus familias y testigos de actos violentos”, declara a Efe la doctora Pechdaw Tohmeena, directora del Centro de Salud Mental para el sur de Tailandia.

Pechdaw, licenciada en Londres y que trabajó anteriormente para el Ministerio de Salud en Bangkok, ha creado en el región desde 2004 una red de profesionales y voluntarios que ayudan a identificar y tratar a los pacientes, quienes en muchos casos evitan acudir a los hospitales por el riesgo a ser estigmatizados.

La intervención y tratamiento depende de cada víctima y del apoyo familiar, recuerda la doctora.

Muchos casos son identificados “porque acuden al hospital tras un acto violento”, pero en otras ocasiones son los voluntarios quienes reconocen los síntomas en las víctimas durante las visitas a colegios y hogares.

El tratamiento con menores es más difícil de abordar, explica la experta, porque “tienden a interiorizar” más los sucesos y porque en los casos más graves el seguimiento puede prolongarse hasta que cumplen 20 años.

Tanto en las escuelas públicas, protegidas por patrullas militares al ser uno de los objetivos de los insurgentes, como en las islámicas, donde los oficiales realizan redadas y en ocasiones detienen sin pruebas a profesores y alumnos, los estudiantes se han visto afectados por transtornos y han recibido apoyo psicológico.

El pasado octubre, una bomba colocada frente a un colegió en Narathiwat causó la muerte de una niña de cuatro años y de su padre e hirió a otros 10 civiles.

“Al visitar el lugar después del incidente, los 700 niños de aquel colegio mostraban síntomas de trauma (...) por ejemplo, al dibujar pintaban soldados armados y explosiones”, comenta Pechdaw, cuyo departamento forma a profesores para que les ayuden.

Según organizaciones humanitarias, se han detectado casos de torturas por parte de los cuerpos de seguridad, lo que requiere un trabajo “intenso” de los expertos para la recuperación de las víctimas.

“Más del 90 por ciento de las personas que acuden a los profesionales recuperan la normalidad, aunque a veces hay recaídas posteriores. Si, por el contrario, no reciben tratamiento, los problemas continúan”, asegura la tailandesa, natural de Pattani.

La normalidad llega a veces acompañada de insensibilización ante el conflicto.

“Después de trece años la gente ha normalizado el conflicto. Cuando sucede un acto violento, preguntan: ¿Cuántas personas han muerto? ¿Y heridos?, y regresan a su vida cotidiana. Casi no responden a los horrores, se han insensibilizado”, zanja Pechdaw.

Los atentados con armas ligeras, asesinatos y ataques con explosivos ocurren casi a diario en Pattani, Yala y Narathiwat pese al despliegue de 40.000 miembros de las fuerzas de seguridad y la vigencia del estado de excepción.

Los insurgentes denuncian la discriminación que sufren por parte de la mayoría budista y exigen la creación de un Estado islámico que integre estas tres provincias, que formaron el antiguo sultanato de Patani y que Tailandia se anexionó hace un siglo.

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