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Montar una peña es activismo flamenco

Pablo Domínguez Benavente

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En barrios gentrificados y turistizados de las ciudades andaluzas se están revitalizando peñas flamencas y, lo que es más sorprendente, están naciendo nuevas. ¿Se lo creería Mairena?

En enero de 2024, el grupo motor de la Peña Flamenca La Bambera tuvo que cerrar el cupo de socias y abrir una lista de reservas, incluso antes de celebrar el primer evento. Su anuncio de apertura, discreto, selectivo, demostraba así su éxito. La demanda de un espacio de estas características en el centro de Sevilla (no resistía ya ninguna peña flamenca) desbordaba las previsiones de sus impulsores. Unos hombres y mujeres jóvenes que eligen la peña como forma de hacer y vivir el flamenco, desafiando los prejuicios de flamenco rancio y conservador que acarrean a veces estos espacios.

La Bambera (2024), Las Asarvahás (2021) y La Polea (2021) en Sevilla, Las Cadenas (2025) y La Lola (2022) en Jerez de la Frontera, Alto de la Fuente (2012) en Gelves, El Almíbar en Córdoba o Lavapiés (2025) en Madrid son solo algunas de estas peñas de nuevo cuño, dispuestas a resignificar estos espacios de socialización y disfrute del flamenco. Llegan, heterogéneas y diversas entre sí, para abrir el abanico de opciones; para crear un mapa de peñas plurales que se adapte a un flamenco también plural.

No había que inventar nada. El modelo ya estaba ahí y solo necesitaba ajustarse a las necesidades del momento. La mayoría de peñas flamencas nacieron entre las décadas de los sesenta y ochenta del siglo pasado como iniciativas de autodefensa sociocultural. Los aficionaos se organizaron para tomar el control del flamenco. En las peñas, eran ellos, de primera mano, quienes programaban a los artistas que querían escuchar, montaban las reuniones que les apetecían y lograban un espacio de charla y debate sobre lo que amaban. La peña flamenca es un ejemplo claro de sociedad civil autoorganizada por el amor al arte.

En medio del páramo cultural que impuso la dictadura, sobre todo en zonas rurales y empobrecidas de Andalucía, el nacimiento y auge de las peñas flamencas supuso un chute de moral para el público flamenco. Junto a los movimientos vecinales y otras asociaciones culturales, las peñas se erigían como espacios donde era posible que la colectividad se organizase con cierto margen de actuación. No será hasta 1966 cuando entre en vigor la norma franquista que legalizaba algunas asociaciones, entre ellas, las peñas flamencas. Esta actividad colectiva, que reunía a unos públicos hasta entonces más individualizados, convertía a las peñas en un lugar de socialización flamenca. Muchos encontraban en este espacio y grupo humano su lugar dentro de una comunidad cultural, a la que aportaban compromiso y conocimiento por la causa del flamenco.

Las más de 300 peñas repartidas por Andalucía vertebraban territorialmente el tejido flamenco. Su aparición logró ser atractiva para muchos artistas que habían emigrado a grandes ciudades españolas y extranjeras buscando trabajo. De nuevo, tras cuatro o cinco décadas, el principal foco de atención flamenco se situaba en la baja Andalucía. Los circuitos y eventos periódicos de las peñas lograron mantener una base de artistas amplia, de 200 o 300 profesionales en Andalucía. Para el tejido laboral de esa “clase media” de artistas, las peñas significaron oportunidad y sustento.

Sin embargo, al final del siglo XX y entrado ya el siglo XXI las peñas vivieron horas bajas, siempre con honrosas excepciones. Muchas de ellas cierran y otras se convierten en un bar que, solo a veces, programa flamenco. La drástica reducción del asociacionismo en general, los problemas económicos que afectaron al acondicionamiento de los locales y a la programación cultural, y la homogeneización de su masa social (masculinizada y envejecida) dificultaron la adaptación de las peñas a las transformaciones sociales de su tiempo. Su imagen empezó a asociarse con conservadurismo, grupos cerrados y un flamenco en retroceso. Llegaron incluso a pregonar su fin. Decían sus agoreros que el flamenco circularía ya solo por grandes teatros, ciclos y festivales.

Frente a teatros grandes o festivales al aire libre, el espacio reducido de las peñas consigue eliminar barreras entre artistas y públicos. La cercanía del escenario y, muchas veces, la no necesidad de microfonar permite una mayor conexión comunicativa

Ahora, una vez más, el flamenco se demuestra permeable a gente diversa, y responde a la complejidad propia de las sociedades modernas que lo alumbraron. En el mapa del flamenco hay lugar también para nuevas peñas flamencas, así como para la reinvención de las tradicionales. En entornos urbanos, con una masa social joven, con mayor presencia femenina y con el poder de atracción de un público amplio, el modelo de estas nuevas peñas es producto de su tiempo.

Este nuevo auge de las peñas puede tener varios porqués. El primero es la revalorización social y popular de “lo flamenco”, que vuelve a ocupar una centralidad estética. El auge del neofolcklore y las identidades locales encuentra en el flamenco un buen asidero.

También crece la demanda de públicos antes excluidos que quieren acceder al asociacionismo flamenco como vía de acercamiento a este arte. Las peñas son un oasis dentro del entorno urbano para encontrarse con el flamenco lejos de tablaos “pa guiris” y festivales o ciclos públicos y privados que son caros e intermitentes.

Otro atractivo de las “nuevas” peñas es que su programación depende de las propias personas socias. “El público” se empodera culturalmente y empieza a darse a sí mismo el flamenco que quiere. Además, frente a teatros grandes o festivales al aire libre, el espacio reducido de las peñas consigue eliminar barreras entre artistas y públicos. La cercanía del escenario y, muchas veces, la no necesidad de microfonar permite una mayor conexión comunicativa. En las peñas resulta normal charlar y tomarse algo con el cantaor y cantaora una vez acabe la actuación. No se trata de comprar una entrada, consumir e irse. La peña permite un espacio de socialización más amplio en torno al flamenco.

Las peñas, ese modelo que parecía anticuado, están dando respuestas a necesidades de personas que quieren hacer y vivir el flamenco desde espacios de autogestión y socialización compartida. A cambio, muchas horas de trabajo voluntario, pago de cuotas y dolores de cabeza por la financiación, el desprecio de muchas instituciones públicas y el acecho de la especulación inmobiliaria y la gentrificación sobre los locales. Y, con todo ello, un grupo de amigos y amigas se retan en 2025: “¿y si montamos una peña flamenca?” Es puro activismo, que ahora mismo merece el esfuerzo. ¡Larga vida a las peñas!

* Este texto es un resumen de la conferencia “Dis-continuidades en el asociacionismo flamenco: las nuevas peñas”, impartida por el autor en El Dorado Sociedad Flamenca Barcelonesa el 15 de mayo de 2025. El autor quiere agradecerles a Pedro López y Juan Antonio Rodríguez de La Bambera, a Daniel Loma de Las Cadenas y a Laura Acosta de Las Asarvahás, su tiempo e intercambio de perspectivas sobre este nuevo fenómeno flamenco.