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Lorca sonríe y saluda tras la ventana
Cuando el 26 de noviembre de 1922, el arqueólogo Howard Carter acercó sus ojos por primera vez al pequeño agujero que había logrado abrir en la tumba de Tutankhamon, se quedó en silencio durante unos interminables segundos. A su espalda, Lord Carnarvon, le preguntó si veía algo, a lo que Carter finalmente respondió: “Sí, cosas maravillosas”.
Bien, algo así es lo que imagino que debió sentir el cineasta Manuel Menchón al encontrar, en el archivo privado de la familia Menéndez-Pidal, y dentro de una lata de betún, unas imágenes nunca vistas de Lorca en movimiento. Es un fragmento breve, en blanco y negro, pero se siente tan vivo como si hubiera abierto un agujero en el tiempo. Es el año 1932 y Lorca viaja con su compañía La Barraca a llevar el teatro a los pueblos y a las zonas rurales, un proyecto que se enmarcaba dentro del programa de las Misiones Pedagógicas de la II República.
Desde la ventanilla trasera del coche lo vemos feliz, sonriente, y nos saluda con una alegría limpia. El corazón se me acelera cuando observo estas imágenes, me aprieta un nudo en el pecho que me sube hasta la garganta, los ojos se me vuelven vidriosos. Ahí está, con toda su belleza, como hablándonos a través del tiempo.
Pienso que Lorca nos emociona tanto porque nos recuerda a todo lo que pudo haber sido, porque en él habitaban toda la vitalidad, la bondad, el compromiso y el pensamiento mutilados por la Guerra Civil y la dictadura.
Que no se nos olvide esa sonrisa bondadosa y radiante de Lorca desde la ventanilla de un coche que avanza hacia un país que perdimos. Que nos recuerde lo que se quiso silenciar, lo que se puede perder si no defendemos con firmeza la democracia, que nos guíe para proteger la memoria y la verdad
Esta misma semana, cuando se cumplen 50 años de la muerte de Franco y del fin del periodo que dejó al país paralizado, empobrecido y arrancado de su memoria y su imaginación, asistimos tristemente a los nuevos intentos de blanqueamiento del franquismo. Surgen una y otra vez las teorías que intentan culpar del asesinato de Lorca a las rencillas familiares o a los conflictos personales, como si una tragedia nacional pudiera explicarse desde lo anecdótico. En aquellos tiempos de miedo y odio, siempre había alguien que señalaba, que acusaba, que se chivaba, pero fue el aparato político y militar de los golpistas lo que alentó y ejecutó el asesinato. El mismo que mandó al exilio a Machado, a Juan Ramón Jiménez, a Luis Cernuda, a María Lejárraga, a María Zambrano y a los mejores pensadores de nuestro país.
Lorca no era solo un poeta, era también una amenaza. Un artista que hablaba de libertad, de igualdad, de deseo, que alentaba a la gente a pensar, a cuestionar las estructuras cerradas, a dejar volar la imaginación. Representaba todo lo que las dictaduras temen, la libertad de pensamiento que puede encender preguntas o crear conciencias. La cultura es ese arma que promueve todo lo contrario a la mentalidad sumisa, cerrada y uniforme.
Se me vienen a la mente los versos de Machado en uno de los mejores poemas que se han escrito: “Se le vio, caminando entre fusiles, por una calle larga, salir al campo frío, aún con estrellas de la madrugada. Mataron a Federico cuando la luz asomaba...”
Que no se nos olvide esa sonrisa bondadosa y radiante de Lorca desde la ventanilla de un coche que avanza hacia un país que perdimos. Que nos recuerde lo que se quiso silenciar, lo que se puede perder si no defendemos con firmeza la democracia, que nos guíe para proteger la memoria y la verdad. Que nuestro gran tesoro, nuestras cosas maravillosas, nos mantengan despiertos y atentos.