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Carta abierta a Salvador Allende

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Nos dirigimos a ti, compañero presidente, porque estando muerto tienes la mejor de las razones para no responder, como no la tienen otros que vivos igualmente no responden. ¿Quisiéramos nosotros que al menos un suspiro o reparo en este lugar formulados incomodaran a los destinatarios para venir a darnos respuesta, punto por punto, reconociéndonos y dándonos importancia? Ni por asomo. Quisiéramos sí no tener que repetir infinitamente las mismas palabras de aviso y de buen sentido común, del cual al final vamos dudando, porque o los oídos son sordos o locas las palabras. Pero a ti, que estás muerto, y sordo, y mudo, y ciego, podemos escribir esta carta para desahogarnos un poco, conscientes de que, con la experiencia que tuviste, estas cosas te son familiares, de tal manera que solo por absoluta imposibilidad no nos responderás. Y así perdemos nosotros la esperanza de un interlocutor.

Compañero Allende, esto por acá va mal. Tan mal que al comparar con el Chile de tu tiempo francamente nos asombramos de cuánto conseguiste, pues menos apoyo tenías (mucho menos) del que ya han tenido estos hombres portugueses en el poder, los militares, porque de los civiles no hablamos, que en rigor no lo tienen, o fugazmente aún menos. Y nos damos el lujo de pensar, de imaginar qué jornada habría sido la tuya y del pueblo chileno si tan abierto hubieras tenido el camino como este lo estuvo. Hoy tu tierra no sería el lugar elegido de tortura y represión que es: antes sería patria de una fraternidad mayor, otro punto del mundo en parto de libertad y liberación de todas las explotaciones. Ciertamente erraste algunas veces, te faltó decisión cuando era necesaria – pero el desastre, hoy conocido en su exacta dimensión, es mucho más trágico de lo que los errores y las indecisiones harían esperar. La felicidad es difícil, Salvador Allende, la desgracia se instala siempre para durar.

Aquí, país que parece haber elegido definitivamente el sebastianismo, pensamos que todo se haría entre claveles y canciones. No sabíamos que el socialismo es difícil y no aprendimos nada con tu muerte

Muchas veces aquí nos preguntamos cómo fue que, pareciendo todo tan fácil, Portugal vino a convertirse en este rompecabezas (que lo es literal y figuradamente…), y, dejando de lado, por obvias, las intervenciones externas (el imperialismo y sus instrumentos socialdemócratas), llegamos a la conclusión de que cuando el pueblo portugués estaba pacíficamente dispuesto a ir hacia el socialismo, no lo estaban claramente los militares, y cuando estos finalmente se decidieron y comprendieron, otra gente muy astuta encontró y comenzó a usar los métodos para dividir al pueblo. Sin hablar, claro está, de todos los errores cometidos, algunos una y muchas veces, con una especie de ceguera mucho peor que la tuya. Porque habiendo ocurrido en tu tierra lo que todos sabemos, nadie aquí mostró haber aprendido en ese libro de una revolución decapitada, nadie fue capaz de interpretar la lección escrita en las líneas de tu rostro muerto.

Dijimos que esta carta abierta era un desahogo. No es más que eso. Siguiendo otros antiguos ejemplos, podríamos escribirla a San Antonio, que se dirigió a los peces porque no lo escuchaban los hombres. Sin embargo, esas son leyendas que solo encuentran crédito en los inocentes que en todo ven el dedo divino. Bien sabes tú, y nosotros sabemos, que tu muerte fue obra de hombres, que es obra de hombres la opresión a la que tu pueblo está sujeto. Más vale, pues, que el diálogo se intente entre hombres, nosotros vivos en este Portugal afligido, y tú muerto, Salvador Allende, enterrado en un lugar de tu tierra chilena que espera la liberación.

Esto por acá va mal, compañero. Son muchas nuestras dificultades y muchos nuestros enemigos. También los tuviste en abundancia y de ellos moriste. Aquí, país que parece haber elegido definitivamente el sebastianismo, pensamos que todo se haría entre claveles y canciones. No sabíamos que el socialismo es difícil y no aprendimos nada con tu muerte. Perdónanos por eso. Claro que no estamos desanimados, mucho menos vencidos, pero pensamos que escribir esta carta nos haría bien. Y realmente sentimos ahora esa gran serenidad de quien sabe que está en posesión de la razón correcta. Gracias, compañero Salvador Allende.