La invasión de Ucrania le da un giro solidario a la Erasmus de cuatro estudiantes andaluces

Álvaro López

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Cuando José Ángel Castro, Rocío Salguero, Fátima Díaz y Juan Pimentel se fueron a Varsovia, la capital de Polonia, a vivir su curso de Erasmus procedentes de Andalucía, no imaginaban que su vida, como la de la mayor parte del mundo, cambiaría de golpe en febrero. Cuando lo natural tenía que ser que encarasen únicamente el segundo y último semestre de su estancia en tierras polacas, la invasión de Putin sobre Ucrania les ha llevado a tener que enfrentarse a otra realidad: la presencia de cientos de refugiados que han huido del país que hace frontera con Polonia.

Desde hace ya dos semanas, estos cuatro jóvenes integran una red de solidaridad con otros voluntarios de la ciudad polaca. Los cuatro son andaluces, aunque se encuentran en Varsovia estudiando diferentes carreras, comparten el mismo objetivo de ayudar a cuantas personas puedan. Han cambiado su rutina diaria y hasta sus ingresos económicos han pasado de estar orientados a disfrutar de la experiencia Erasmus en Polonia a servir de soporte esencial para poder dar alimentos y productos de primera necesidad a los refugiados ucranianos que llegan a la capital polaca.

“En la ciudad no ves un gran impacto de los refugiados por las calles”, confiesa José Ángel Castro, estudiante de Ciencias Políticas de la Universidad de Granada. Sin embargo, al entrar en uno de los centros comerciales más populares de la ciudad, se quedó impresionado al ver a decenas de personas durmiendo en el suelo ante las puertas de un supermercado. A sus 24 años, comparte rango de edad con muchos de los refugiados a los que atiende junto a sus compañeros andaluces en la estación central de tren de Varsovia, anexa al centro comercial. Allí están como punto de tránsito para seguir huyendo de la guerra. Algunas de las personas son madres que llegan con sus hijos de corta edad.

Respaldo de familiares y amigos

Superado por la situación, comentó lo que estaba pasando con su familia y todos se volcaron en ayudar. “Nos pusimos manos a la obra y cuando vimos que hacía falta más ayuda, se sumó más gente”. En un primer momento, la organización no fue fácil. Pese a que la red de solidaridad es amplia, están desbordados. “Tienen puntos de avituallamiento, pero nos dijeron que si podíamos comprar comida y repartirla les desahogábamos porque estaban colapsados”. Así, sin casi pensárselo, José Ángel se fue al supermercado más próximo y empezó a comprar productos y alimentos con los recursos que tenían. Una tarea a la que se le sumó Juan Pimentel.

Desde el primer momento fueron a la estación de tren que se ha convertido en un improvisado espacio de refugiados que están de paso y allí preguntan qué es lo que más necesitan

Este gaditano estudiante de Derecho trabaja codo con codo con José Ángel y otros tantos jóvenes españoles que están de Erasmus en Varsovia y que no han querido mirar hacia otro lado. “Estamos comprando diferentes cosas. Fruta, bollería o zumos que repartimos en la estación central de tren, que es el epicentro de los refugiados ucranianos”. Juan admite que la experiencia es reconfortante porque siente que está aportando su “granito de arena”. Que merece la pena sobre todo “por la ilusión con la que ves a los niños ucranianos recibiendo las cosas que se les dan”.

Un aspecto, el de entregar los alimentos o los productos de primera necesidad, que está resultando mucho más directo y sencillo de lo que pudiera parecer. Como la mayoría de refugiados no habla inglés y estos jóvenes no pueden comunicarse en la lengua materna de los desplazados, la mirada se ha convertido en la mejor manera de comunicarse. “La gente que está en la estación de tren tiene en la cara cansancio y se les nota en los ojos”, explica José Ángel. Así que la mejor forma de ayudarles es con el lenguaje corporal. “Salimos del supermercado con una caja de manzanas por ejemplo y, como la gente está tumbada, nos agachamos y les mostramos las manzanas para que las cojan. Así nos estamos entendiendo estos días, casi poniéndoles en las manos las cosas. Son personas muy agradecidas”.

No piensan parar de ayudar

A día de hoy, han recaudado más de 800 euros entre sus familias, amigos e incluso plataformas como Forocoches. En total, ya han invertido más de 500 euros en ayuda para los refugiados y no dejarán de poner de su parte hasta que se les acaben los recursos. “Cuando ya no tengamos dinero nos iremos a ayudar haciendo bocadillos”. Una sensación, la de dar lo que se tiene, que es compartida por toda la ciudad de Varsovia. Según explican estos estudiantes, el alcalde de la capital de Polonia estima que los refugiados suponen ya un 10% más de la población residente en la ciudad de forma estable. “Hay gente por los suelos por todos lados y hace algunos días estaba a tope. Quizá el problema aumente”, estima José Ángel.

Rocío Salguero, natural de Dos Hermanas, y Fátima Díaz, procedente de Mairena del Aljarafe, ambas sevillanas, también integran esta red de apoyo entre ciudadanos de a pie que no quieren dejar a nadie atrás. Veinteañeras como el resto de los estudiantes de Erasmus que están prestando su colaboración, en el caso de estas dos jóvenes el hecho de ser estudiantes de Relaciones Internacionales y Ciencias Políticas gana un peso que no se habrían imaginado semanas antes. Como ya hay quienes aportan comida, ellas hacen lo propio con productos básicos como mantas o chupetes para bebés.

“Nosotras quisimos aportar nuestra ayuda y nuestros padres nos hicieron un ingreso con dinero para comprar cosas y donarlas”. Desde el primer momento fueron a la estación de tren que se ha convertido en un improvisado espacio de refugiados que están de paso y allí preguntan qué es lo que más necesitan. “Nos han facilitado una página web en la que van actualizando todos los días qué productos son más necesarios y aquellos de los que hay suficiente”. Con esa composición de lugar, han ido comprando lo que han podido con el presupuesto con el que van contando. “Una de las veces que llevamos cosas, las dejamos en el suelo en el mismo punto y cuando volvimos a coger más bolsas, vimos a un niño que venía a coger una de las mantas que nosotras íbamos a donar. En ese momento nos dimos cuenta de que de verdad la gente necesita ayuda”.

Al final, dentro del drama humanitario que se está viviendo, la experiencia está resultando enriquecedora para ellos. “Cuando vas repartiendo y ves a los niños comerse lo que compras, te reconcilias un poco con la humanidad”. Un gesto altruista que está teniendo su eco en muchos lugares de mundo. Contra la barbarie de la guerra y la necesidad de huir de tu casa, estos jóvenes andaluces están siendo un ejemplo. Un ejemplo que la historia puede que no recuerde, pero ellos seguro que sí. Y a los demás nos hace transitar por este drama con un poco de esperanza. 

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